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Roger Chartier

La mano del autor y el espíritu del impresor

Siglos XVI-XVIII


notas de prensa

El libro de la semana: La mano del autor y el espíritu del impresor
Télam - Argentina, 2/24/2017

"El mundo digital puede transformar radicalmente la cultura escrita"
Perfil - Argentina, 12/4/2016

Roger Chartier: "Vivimos en la época de la digitalización de las relaciones"
Nuevos Papeles - Argentina, 11/27/2016

Lectura y escritura en el cambio de época
Clarín - Revista Ñ - Argentina, 11/22/2016

"Un gran libro es aquel que tiene la capacidad de ser contemporáneo de cada presente"
Infobae - Argentina, 11/19/2016

título de la nota: El libro de la semana: La mano del autor y el espíritu del impresor
autor de la nota: Damián Tabarovsky
medio: Télam - Argentina
fecha: 2/24/2017

extracto
Para el autor Roger Chartier, la ruptura que implica la imprenta, convive con un nuevo fetichismo, el de la mano, el de la firma, el de la autenticidad.
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Ya desde el comienzo, en la tercera página del prefacio a La mano del autor y el espíritu del impresor. Siglos XVI-XVIII, Roger Chartier da una definición, sostenida luego por una serie de muy logrados ejemplos, que bien podríamos definir como programática. Sobre Chartier se ha escrito mucho y bien. Conocemos su erudición en temas como la historia del libro, de la lectura e incluso de la cultura (como su extraordinario Los orígenes culturales de la Revolución Francesa), más de una vez se ha mencionado su familiaridad con la Escuela de los Anales, y la forma en que su obra reactualiza esa tradición; sabemos también de un cierto gusto suyo por la amabilidad social y el exceso mediático que, tal vez, trivializa su figura y sus ideas (a pocas cosas hay que temerle más que a la figura del "gran humanista lleno de sabiduría", apto para tapas de suplemento culturales); pero en cambio se aprecian sus lecturas sutiles y llenas de pliegues y repliegues sobre historiadores como Foucault o Michel de Certeau (esta faceta de su obra merecería incluso más atención que la que ha recibido).
Ahora también, en un breve párrafo del prefacio del libro que nos ocupa, asistimos a la invocación de un linaje, presente por supuesto en toda su obra, pero no por eso menos certero cuando hace su aparición, así, de golpe, con toda la densidad epistemológica que le asiste: Chartier se posiciona claramente en una perspectiva discontinuista de la historia. Refiriéndose al objetivo del libro, señala: "esta obra (...) se dedica a localizar las discontiunidades más fundamentales que transformaron los modos de circulación del escrito, literario o no". Define a textos como Don Quijote o las piezas de Shakespeare como "compuestas, actuadas, publicadas y apropiadas en un tiempo que no es ya el nuestro". Para lograr ese objetivo -el de localizar las discontinuidades- Chartier, con respecto a esas obras mayores, se propone "reubicarlas en su historicidad propia". Allí, en ese pasaje programático, reside seguramente, bajo el modo de la paradoja, el interés y el encanto de la perspectiva de Chartier: se trata de un discontinuismo historicista, de una historicidad hecha de "coupures", de la convivencia al mismo tiempo de quiebres epistemológicos con líneas de pervivencia culturales.
Luego, como decíamos, siguen unas páginas de ejemplos impecables. Primero: "La más evidente de esas mutaciones está ligada a una invención técnica: la de la imprenta por Gutemberg a mediados del Siglo XV". Segundo: a esa ruptura, esa discontinuidad, hay que leerla en sistema con algo "menos espectacular, pero sin duda más esencial (...) en el Siglo XVIII (...) la emergencia de un orden de discursos que se funda en la individualización de la escritura, la originalidad de las obras y la consagración del escritor (...). La articulación de esas tres nociones, decisiva para la definición de la propiedad literaria, encontrará forma acabada a fines del siglo XVIII, con la elevación a la categoría de fetiche del manuscrito autografiado y la obsesión por la mano del autor, convertida en garante de la autenticidad".
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De un extremo al otro de La mano..., Chartier repone las condiciones materiales de producción y circulación de los textos en esa primera modernidad, en la que se va construyendo también la noción de espacio público. En ese sentido, una idea atraviesa los diez ensayos que forman el libro: la pregunta por "la dimensión colectiva de todas las producciones textuales". La llamada de las vanguardias a que la literatura y el arte no sea hecho por uno sino por todos, parece haber sido antecedida en esa modernidad incipiente por la forma magistral en que Chartier hila la influencia del imprentero -más tarde reconvertido en editor-, de la tipografía, de los traductores, de los prólogos, y por supuesto, la del autor, en el éxito de ese producto, tan perturbador como banal, llamado libro.
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La cultura impresa gana la batalla, pero Chartier, una y otra vez, nos alecciona demostrando que la escritura a mano -y el texto autografiado- recorrió también un largo camino, en los pliegues de las máquinas.

Fuente: www.telam.com.ar

título de la nota: "El mundo digital puede transformar radicalmente la cultura escrita"
autor de la nota: Rafael Toriz
medio: Perfil - Argentina
fecha: 12/4/2016

extracto
El historiador francés, uno de los mayores especialistas en historia de la escritura, advierte sobre la nueva realidad que enfrentan los formatos editoriales tradicionales -libros, diarios, revistas- ante la irrupción de las pantallas, con su lógica vertical y la autonomía de los fragmentos.
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-En estos días se ha publicado en Buenos Aires su libro La mano del editor y el espíritu del impresor (Katz). ¿Cuál es el lugar del trabajo editorial y la materialidad del libro en tiempos de la inmediatez digital?

-En el período que explora el libro, siglos XVI-XVIII, se trataba de un proceso colectivo en el cual intervenía el copista del manuscrito, el censor, el librero editor y las prácticas del taller tipográfico, entre otros agentes que se encontraban en el papel; hoy en día puede decirse que se mantiene una distinción entre la comunicación electrónica, en la cual cada uno puede mandar al mundo entero lo que ha escrito sin mediación alguna entre la persona que escribe y quien lee en la pantalla, ya sea desde las redes sociales, el blog o el correo electrónico y los formatos editoriales tradicionales. Frente a esto existe la posibilidad de mantener una idea de edición electrónica, que supone en una nueva tecnología los mismos gestos anteriores: construcción de un catálogo, copy-editing con los autores y sobre todo una política editorial. Hoy en día existen dos formas de publicación, la comunicación electrónica y la edición electrónica. Por un lado la lógica del open access -comunicación libre, gratuita, inmediata- o bien la tensión de los intereses comerciales de los monopolios de la edición de revistas electrónicas ante las que se enfrentan las comunidades científicas. No sé qué pasará en el futuro, pero el peligro de hoy es la equivalencia, pensar que se trata de lo mismo. Hay que evitar tanto las lamentaciones de un mundo perdido arrasado por el mundo digital como el entusiasmo que considera que es lo mismo comprar un libro que leerlo en otro soporte. Son lógicas diferentes.
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-¿Cree que el libro como tecnología es insuperable?

-Eso creía Umberto Eco, pero yo no estoy tan convencido. En primer lugar, ¿qué es un libro? Un objeto material, pero si estamos en un mundo digital entonces el concepto desaparece. El libro de Eco es una forma de discurso diferenciado, un género textual que tiene como categoría principal la totalidad, una forma que se acaba cuando cambia su forma material. Hoy existe una disociación entre el cuerpo y el contenido porque el cuerpo puede desaparecer. Si desaparece el cuerpo, ¿se mantiene el alma, es decir, la totalidad textual? Borges, por ejemplo, quería escribir una historia del libro sin libro, una metáfora de la lectura, puesto que cuando leemos no nos quedamos con la materialidad del objeto, sino con el libro como obra. Estas categorías se afectan radicalmente al leer en una pantalla.

Fuente: www.perfil.com

título de la nota: Roger Chartier: "Vivimos en la época de la digitalización de las relaciones"
autor de la nota: Luis Quevedo
medio: Nuevos Papeles - Argentina
fecha: 11/27/2016

extracto
-En La mano del autor y el espíritu del impresor usted explica cómo la construcción de un texto en los Siglos XVI y XVII era un trabajo colectivo. ¿El rol del impresor es hoy el del editor?

-No exactamente, porque en los siglos considerados no existía la figura del editor que sea solamente editor, entendido en el sentido de publisher, es decir la persona que moviliza recursos para publicar un libro asumiendo la responsabilidad de selección de los textos, impresión y comercialización. En el Siglo XV esta tarea la podía hacer un impresor, como era el caso de los grandes editores de Venecia. Luego este papel lo desempeñaron los grandes libreros que hacían imprimir por encargo libros a los impresores y que aseguraban la circulación de los libros, pero ellos decidían el catálogo. Así la distinción en inglés entre publisher y editor es muy útil, porque por un lado el publisher es quien va a financiar la edición y el editor es quien decide sobre el texto final que se publicará. En todas nuestra lenguas romanas hay una confusión entre estos roles porque nosotros no tenemos esa distinción y hablamos para todos los casos de editor. Recién a partir del siglo XIX surgen los editores que van a ser solamente editores, aunque pueden tener una librería como Gallimard, o un taller tipográfico, pero su definición es la de ser editor.
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-¿Los tiempos digitales actuales han cambiado la forma de leer?

-Sin duda, como explico en mi libro, la textualidad electrónica hace que se reemplace la unidad libro por otro soporte de lectura y es el mismo soporte, la pantalla de la computadora por ejemplo, el que hace aparecer frente al lector los distintos tipos de textos que antes eran distribuidos en objetos distintos. Se crea así una continuidad textual que ya no diferencia géneros. Un cambio trascendente sin duda. La metáfora de la navegación digital lo expresa muy bien, la nueva forma de leer es discontinua, fragmentaria, inmediata, espontánea.

Fuente: www.nuevospapeles.com

título de la nota: Lectura y escritura en el cambio de época
autor de la nota: Alejandra Varela
medio: Clarín - Revista Ñ - Argentina
fecha: 11/22/2016

extracto
El erudito y gran historiador francés Roger Chartier habló en Buenos Aires del pasado y el presente renovados del lector. La tensión de la memoria cruza sus trabajos.
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La lectura es acción para el historiador francés Roger Chartier. En ella encuentra tramas fervorosas entre autores y libreros, entre mecenas del Siglo de Oro y las voces del teatro isabelino que hacen del texto dramático algo tan cambiante como la memoria o la precisión de sus copistas. Pero no es el pasado lo único que le permite descubrir las relaciones de producción de una obra en el cuerpo de un libro. Como historiador entiende la intensidad de los cambios digitales. En sus palabras identifica operaciones de apropiación diversas, que pueden estar desligadas de la materialidad de la experiencia compartida y también logran convivir con la proliferación del objeto libro y una serie de escrituras que lo desintegran, que intervienen sobre sus ideas. Chartier ilumina textualidades en movimiento porque la lectura, aunque sea silenciosa, no abandona sus implicancias políticas y necesita de la sociabilidad para completar su autoría.
Invitado por la Universidad de San Martín ha compartido encuentros con acompañantes de lujo como José Emilio Burucúa y Carlo Ginzburg en las Jornadas "Encrucijadas del saber histórico" y en la Biblioteca Nacional. Acaba de publicar La mano del autor y el espíritu del impresor. Siglos XVI-XVIII (Katz-Eudeba, traducido por Víctor Goldstein).
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-¿Podríamos pensar que en el Siglo de Oro y en el teatro isabelino existía una forma de escritura más intervenida socialmente, más dinámica?

-Lo interesante en esta actualidad de Cervantes y Shakespeare en relación con el aniversario de su muerte en el mismo año, 1616, es la relación con la oralidad, la palabra viva y el texto escrito porque en ambos casos hay una relación pero no es la misma. En el caso de Shakespeare podemos imaginar que existía el manuscrito de las obras que nunca hemos encontrado. Es a partir de la representación teatral que se ha publicado una parte de su repertorio y de los autores de su tiempo en Inglaterra. Comparando el número de títulos que conocemos con las ediciones que tenemos, tal vez solamente un tercio de las obras representadas fueron impresas. Entonces es una relación entre lo que fue representado y lo que el lector podía leer con una movilidad muy fuerte de los textos impresos en relación con el texto representado. Por ejemplo, la primera edición de Hamlet no contiene el verso más famoso del teatro mundial: To be or not to be. That is the question. En Cervantes, el texto de Don Quijote es una serie de formas de oralidad. Desde las más sueltas, las conversaciones de Sancho y Don Quijote, hasta las más formalizadas. En este caso sería una transmisión oral de un texto ya escrito porque sabemos que la lectura en voz alta era una práctica muy importante en el Siglo de Oro y que en la estructura del Quijote en capítulos breves, con cierta autonomía o con títulos que dicen "Para el que va a leer o escuchar", hay una idea de lector posible, como en las novelas de caballería leídas por el Quijote silenciosamente, en la soledad, o puede ser transmitido en la lectura en voz alta. Entonces en el Quijote está la oralidad como manera de escribir la historia y también un destinatario que puede ser un oyente, tanto como un lector.
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-Hoy también se presenta una forma de edición más dinámica en la Web, donde la escritura reconstruye cierta oralidad y pasa a ser comentada y desacralizada en relación con el texto.

-La cuestión es saber si la comunicación electrónica es equivalente a la edición electrónica porque ambas son formas de publicación. Desde los primeros artículos de Robert Darnton sobre el tema, el desafío fundamental es saber si el mundo digital puede estar sometido a las categorías y prácticas más tradicionales, forjadas en la cultura impresa y de ahí la propiedad intelectual, los catálogos, una política editorial, o si las posibilidades técnicas del mundo digital que, en cierto sentido, se oponen o permiten oponerse a estos criterios al ser una comunicación libre, de textos que no son necesariamente pensados como libros, que son maleables, abiertos o que pueden ser el resultado de iniciativas personales o colectivas pero que no son formas de edición, si estas posibilidades van a transformar profundamente el mundo de la cultura escrita. Yo creo que hoy no hay un diagnóstico que permitiría pensar una u otra forma. Hasta ahora todo el esfuerzo lleva a introducir en el mundo digital las prácticas y categorías del mundo impreso. Hay dos cuestiones: la primera es cómo las prácticas cotidianas del mundo digital, fundamentalmente en las redes sociales, transforman los conceptos de lectura o escritura; la segunda es si el mundo que se ubica dentro de esta realidad técnica va a imponer un nuevo orden de los discursos en el cual las categorías que discutimos, definición de libro, noción de editorial, propiedad literaria, podrían desaparecer.

Fuente: www.clarin.com

título de la nota: "Un gran libro es aquel que tiene la capacidad de ser contemporáneo de cada presente"
autor de la nota: Daniel Gigena
medio: Infobae - Argentina
fecha: 11/19/2016

extracto
En esta entrevista, el historiador francés, que llega a Buenos Aires invitado para participar en la exposición "1616. Shakespeare/Cervantes", da su propuesta para entender qué es un gran libro.
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Roger Chartier se encontró con una sorpresa en el lobby del hotel de Retiro donde se aloja: dos ejemplares de su nuevo libro, publicado por Katz. La mano del autor y el espíritu del impresor (¿no sería más esperable leer "el espíritu del autor y la mano del impresor"?) alude a varias de las preocupaciones centrales de su obra, como investigar los cambios en la industria del libro desde el siglo XVI hasta el presente, contextualizar las novedades tecnológicas y situar las tradiciones estéticas de la cultura escrita.
Pocos intelectuales contemporáneos pueden discurrir con tanta elocuencia sobre Shakespeare y Baltasar Gracián, Richard Hoggart y Pierre Bourdieu, Jorge Luis Borges y José Eduardo Agualusa para acompañar con ejemplos concretos sus conceptos sobre historia intelectual, el sentido de las interpretaciones, el mundo de la edición e, incluso, lo "intraducible" como un arcano de la cultura.
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-Como usted sabe, esta entrevista será leída por los integrantes de una red social creada recientemente en la Argentina, llamada Grandes Libros. ¿A qué considera usted un gran libro?

-Como soy historiador, considero un gran libro un libro en formato infolio, es decir que son grandes libros, de gran tamaño. Es importante esta broma porque, finalmente, ¿qué es un libro? Un libro es un discurso, pensamos que el libro de Gabriel García Márquez o el de Umberto Eco es una obra incluso en las pantallas de una tableta, pero en nuestra tradición un libro es un objeto material que se diferencia de otros objetos de la cultura escrita, como una revista, un diario, una carta, un archivo, un documento, un formulario. Siempre existió esta relación indestructible entre el libro como objeto y el libro como obra. En el Siglo de Oro español se usaba para el libro la metáfora del alma y el cuerpo: el cuerpo era la forma material, la encuadernación; el alma, un alma en una adecuada disposición, era el discurso. En el tiempo de la Ilustración, el libro como objeto pertenece a la persona que lo ha comprado, y el libro como discurso pertenece a la persona que lo ha escrito.
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-¿Y en la actualidad?

-Un gran libro sería el texto, los discursos, los discursos como libros o los libros como discursos, que han atravesado los tiempos y los espacios. Y que tienen esta capacidad de ser reinterpretados, de ser releídos, de ser contemporáneos de cada presente, en los cuales se leen y se representan. Cervantes, Shakespeare. La idea delicada de que dentro de este texto hay potencialidades, virtualidades que permiten esta reinterpretación independientemente del momento, del lugar de la producción del texto. ¿Por qué se lee a Cervantes? ¿Por qué se representa a Shakespeare hoy? Porque en los campos culturales el pasado es una forma siempre presente. Pero no todo el pasado. Hay libros que mueren con su propio tiempo y otros que tienen la capacidad de esta interpretación y de estar siempre vigentes, aunque provengan de un pasado muy remoto. Es porque hay una dialéctica entre las potencialidades de la obra, que no son necesariamente actuadas y movilizadas en cada momento histórico pero sí existen de una manera latente en la obra, y los deseos, las expectativas y necesidades de varios públicos en varios momentos en varios lugares.

Fuente: www.infobae.com

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