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Leo Strauss

La ciudad y el hombre


notas de prensa

Lectura recomendada: La ciudad y el hombre, de Leo Strauss
Tucumán Hoy - Tucumán - Argentina, 4/26/2008

Leo Strauss, ideas sin contexto
Revista de Libros - España, 5/1/2007

La ciudad y el hombre
Criterio - Argentina, 4/1/2007

La ciudad y el hombre
La Voz de Cádiz - España, 2/11/2007

Entre Atenas y Jerusalén
Perfil - Argentina, 10/1/2006

La tentación naturalista
El País - España, 8/19/2006

La filosofía y el destino de Occidente
Clarín - Revista Ñ - Argentina, 5/6/2006

título de la nota: Lectura recomendada: La ciudad y el hombre, de Leo Strauss
autor de la nota:
medio: Tucumán Hoy - Tucumán - Argentina
fecha: 4/26/2008

extracto
Compuesta por tres ensayos, sobre Aristóteles, Platón y Tucídides, esta obra es un brillante intento de utilizar la filosofía política clásica como medio para liberar a la filosofía política moderna del dominio de la ideología.

título de la nota: Leo Strauss, ideas sin contexto
autor de la nota: Benigno Pendás
medio: Revista de Libros - España
fecha: 5/1/2007

extracto
Lo cierto y verdad es que Leo Strauss está de moda.
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Strauss "impugna" (o mejor: no reconoce) el "triunfo de la razón ilustrada sobre la fe revelada" a través del constructivismo cartesiano y de la ciencia aplicada. [...] De hecho, atribuye la máxima relevancia a la filosofía política no como un capítulo de la filosofía general, sino como refugio del pensador genuino para buscar un aliado en su lucha implacable contra la visión teológica.
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Es digno del mayor elogio el esfuerzo de la editorial Katz por poner al día en español las obras de Leo Strauss. Además, las ediciones son excelentes, las traducciones correctas y casi no hay erratas. Merece la pena dedicar un tiempo a Strauss. Su enfoque inteligente y sutil lanza un torpedo contra la línea de flotación intelectual del mundo moderno.

título de la nota: La ciudad y el hombre
autor de la nota: José Luis Galimidi
medio: Criterio - Argentina
fecha: 4/1/2007

extracto
En la perspectiva de Strauss, la crisis del Occidente comtemporáneo se expresa tanto en la realidad ominosa del nazismo y del estalinismo, como en la reducción de la filosofía a la categoría de la mera ideología, inferior en dignidad, por tanto, a la lógica, la historia y la ciencia política. Por esta razón, sostiene, se vuelve indispensable un retorno reflexivo a las fuentes clásicas de la filosofía política moderna, para comprender las transformaciones que obturaron progresivamente el impulso hacia la indagación de los fundamentos puramente humanos -es decir, ni mecánicamente impersonales, ni despóticamente divinos- de la vida social y política. Este es, precisamente, el hilo conductor de los estudios sobre la Política de Aristóteles, la República de Platón y la Historia de la guerra del
Peloponeso
de Tucídides que agrupa la compilación titulada La ciudad y el hombre [The City and the Man], publicada originalmente en 1964.

título de la nota: La ciudad y el hombre
autor de la nota: José Antonio Hernández Guerrero
medio: La Voz de Cádiz - España
fecha: 2/11/2007

extracto
Este libro nos invita a que volvamos con atención e, incluso, con "fervor", al pensamiento político de la antigüedad clásica y, además, nos ofrece unas claves para que, desde la situación actual, lo interpretemos y extraigamos unas orientaciones válidas para diagnosticar y para, en la medida de lo posible, encontrar remedios que solucionen o, al menos, alivien los daños más graves de la crisis de valores. En mi opinión puede servir también para esbozar algunas pautas que permitan el avance real hacia la libertad, hacia la justicia, hacia la igualdad y hacia la prosperidad de todos.

título de la nota: Entre Atenas y Jerusalén
autor de la nota: Agustín D'Ambrosio
medio: Perfil - Argentina
fecha: 10/1/2006

extracto
Leo Strauss entendió la filosofía según el modo de los antiguos: como forma de vida. Sin embargo, toda su obra aparenta moverse dentro de los marcos de un concepto contemporáneo de la tarea del filósofo, entregado al comentario erudito de la tradición. Este aspecto engañoso encubre la verdadera naturaleza de un pensamiento que se vuelve hacia el pasado para recuperar horizontes conceptuales sepultados por la modernidad. La reciente publicación de dos de sus obras La filosofía política de Hobbes y La ciudad y el hombre, junto con dos comentarios referidos a su pensamiento -Leo Strauss: el arte de leer y Leo Strauss y el problema teológico-político-, marca un giro en la difusión de la obra straussiana y la oportunidad para aproximarse a este controvertido pensador.
El centro unificador del proyecto filosófico de Strauss es el problema teológico-político, la oposición entre filosofía y revelación, entre vida teórica y vida religiosa.
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El proyecto teológico-político straussiano se orienta en una dirección diferente. Por un lado al no promover la vida política -no hay en Strauss una teoría política que induzca a la acción-; por el otro, al reafirmar la oposición entre filosofía y religión argumentando la imposibilidad del conocimiento efectivo de lo absoluto. Este es el punto en el cual Strauss sostiene que debe reabrirse la disputa entre antiguos y modernos.
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La filosofía política clásica había sido leída desde el punto de vista de los modernos. Strauss invierte el lugar del observador: es la filosofía política clásica la que ahora enjuicia a la moderna.

título de la nota: La tentación naturalista
autor de la nota: Enrique Lynch
medio: El País - España
fecha: 8/19/2006

extracto
La utilización de aspectos del pensamiento de Leo Strauss por los neoconservadores de la Administración de George W. Bush ha simplificado la filosofía de este intelectual norteamericano. No obstante, Strauss considera que el liberalismo, el marxismo o el fascismo resultan aberraciones ideológicas de la filosofía entendida como política.
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La publicación de estas conferencias dictadas en la Universidad de Virginia en 1963, con que Katz Editores inicia su andadura editorial, son una ocasión excelente para despejar o -si acaso- revisar con fundamento, los preconceptos sobre el pensamiento de Strauss, sobre sus ideas conservadoras y su compromiso, o no, con la democracia. Fundamental es sobre todo la introducción de este libro, aunque es un texto que tiene ya más de cuarenta años, escrito en un momento en que el comunismo todavía era un adversario temible para Occidente. En tono spengleriano, Strauss diagnostica la crisis de Occidente y responsabiliza de ella a la filosofía política moderna que, tras asumir la weberiana distinción entre valores y hechos (lo cual, piensa, desarma de contenido sus postulados éticos y convivenciales), descarga sobre la ciencia la responsabilidad de concebir el nomos.
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Igual que Arendt, Strauss buscó intensamente en los clásicos un nuevo concepto de ciudadanía que resolviese las paradojas modernas y, como era previsible, sus reflexiones a menudo se escoran hacia el naturalismo: como Aristóteles, creía que hay cosas que son justas (o desiguales, o irreductibles, o legítimas, o verdaderas) por naturaleza. Y éste es sin duda el rasgo inequívocamente conservador de su pensamiento, que se deja ver ya en la primera lección sobre Aristóteles (la más interesante del libro).
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Strauss no se consideraba un filósofo sino sólo un estudioso. Los filósofos -pensaba- escriben con claves cifradas que los estudiosos han de revelar. Sin duda, hay en este libro muchas más claves de las que el autor hubiese reconocido haber puesto, pero si alguien piensa que encontrará aquí una arenga a un escuadrón de bombarderos que parte a destruir una aldea de Irak, se llevará un chasco.

título de la nota: La filosofía y el destino de Occidente
autor de la nota: Edgardo Castro
medio: Clarín - Revista Ñ - Argentina
fecha: 5/6/2006

extracto
La publicación de algunas obras de Leo Strauss en español renueva el interés en su pensamiento extraordinario y provocador ("la crisis de Occidente consiste en que la filosofía política ha sido reemplazada por la ideología"). En los 60, Strauss protagonizó un rico debate con Alexander Kojève. Este imaginaba la política posmoderna como la gestión de una vida animal, mientras que Strauss anunciaba el paso de la democracia de masas a una aristocracia universal.
Aquí, los rastros de esa polémica.
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En Gigantes y enanos, Allan Bloom se expresa en estos términos acerca de Strauss, su maestro: "Fue uno de los pocos hombres cuyo pensamiento ejerció una influencia seminal en la teoría política de nuestro tiempo. Publicó quince libros y más de ochenta artículos y dejó varias generaciones de estudiantes extraordinariamente devotos de su persona. Leo Strauss fue una figura sumamente controvertida, y sus obras no tuvieron el debido reconocimiento. Al poner en tela de juicio los supuestos del saber moderno así como sus resultados, ofendió a muchos estudiantes entregados al método moderno y a la interpretación corriente de la tradición".
De Leo Strauss, considerado el patriarca de los neocons (los intelectuales estratégicos de Reagan y los dos Bush), hace poco apareció una edición española de su célebre ensayo acerca del Hierón de Jenofonte, titulado Sobre la tiranía (Encuentro, 2005). Acaba de publicarse La ciudad y el hombre (Katz editores, 2006): una versión ampliada de las conferencias que dictó en 1962 en la Universidad de Virginia sobre Platón, Tucídides y Aristóteles. Próximamente, la misma editorial, publicará Leo Strauss y el problema teológico-político, de Heinrich Meier, que es el responsable de la edición de sus obras en Alemania.
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La última cultura
La filosofía de las primeras décadas del siglo XX y, en particular, la filosofía política han sido la búsqueda de respuestas a una profunda crisis. Ciertamente, no es la primera vez que sucede esto. Desde Sócrates (su fundador, según Strauss) y Platón, la tarea de toda filosofía política ha sido afrontar la crisis. Sócrates y Platón debieron oponerse al deterioro de la Atenas clásica. En los inicios de la filosofía política moderna, con Hobbes, se trató de la crisis de la monarquía inglesa. Pero en el siglo XX ya no es la crisis de una determinada ciudad o de un determinado reino, sino de toda una civilización o, como dice Strauss en La ciudad y el hombre, "de la única cultura que conquistó la tierra". Se trata de la crisis, también según las palabras de Strauss, de "la cultura en la que la cultura alcanza una autoconciencia plena". Y, por esta razón, ella coincide con el "agotamiento de la posibilidad misma de la cultura superior". Durante un siglo, el XIX, "Occidente controló todo el mundo con facilidad. Hoy, lejos de dominar el mundo, la supervivencia misma de Occidente está amenazada por Oriente como lo estuvo desde sus comienzos".
Estas expresiones de Strauss son de los años sesenta y se refieren, como queda claro, a la cultura de Occidente en su conjunto. No es desatinado, sin embargo, suponer que ellas se enraízan en las particulares circunstancias políticas que le tocó atravesar a su autor. Strauss, en efecto, vivió el fracaso de la Republica de Weimar ("uno de los mayores experimentos democráticos de la historia moderna", según las expresiones del profesor G. Leupp), incapaz de detener el avance del partido Nazi. Como también observa Leupp, este fracaso le mostró a Strauss que no bastan los buenos gobernantes para evitar el desastre y que son necesarios los filósofos.
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La ciencia no es sabiduría
En efecto, el núcleo de la crisis de Occidente, para nuestro autor, se encuentra en el hecho de que la filosofía política ha sido reemplazada por la ideología. Pero el diagnóstico es más complejo. La filosofía política moderna ha sustituído a la filosofía política clásica, la de los griegos. Esta sustitución ha sido llevada a cabo a partir de dos presupuestos modernos, de la naturaleza tal como la entiende la ciencia moderna y el de la historia tal como la entiende la historia moderna. Estos presupuestos terminaron siendo incompatibles con el desarrollo de la misma filosofía política moderna. Finalmente, por esta razón, ella fue reemplazada por la ideología. Intentemos seguir más en detalle el razonamiento de Strauss.
Lo que se ha convertido en ideología es el ideal mismo del proyecto político moderno, es decir, el de construir una sociedad universal y próspera. Por un lado, además del hecho de que ese estado no existe, suponer que se lo alcanzará mediante una federación de naciones que declare injusta toda guerra de agresión es actuar con el "supuesto de que todas las fronteras actuales son justas". "Pero esta presuposición es una mentira piadosa cuya fraudulencia es más evidente que su piedad". Por otro lado -se lee en La ciudad y el hombre-, existe una "desproporción mayúscula entre la igualdad legal y desigualdad objetiva", y ésta "se reconoce en la expresión naciones subdesarrolladas". La creencia en una sociedad próspera y homogénea es "una enseñanza que no supera en verdad y justicia ninguna otra de las innumerables ideologías".
Ahora bien, el proyecto público moderno, el de una sociedad próspera y universal, tenía originariamente su fundamento en la filosofía política moderna, que, como la ciencia de época, sostenía la necesidad de conquistar la naturaleza a fin de que el hombre pudiera asegurar su progreso. Sólo que este afán de conquista terminó involucrando a la propia naturaleza del hombre, hasta entonces considerada inmutable (una naturaleza humana inmutable, en efecto, significaría un límite absoluto para el progreso). De este modo, la satisfacción de las necesidades naturales del hombre dejó de ser la guía del progreso. El lugar de estas necesidades fue ocupado por la razón, entendida como distinta y contrapuesta a toda naturaleza, esto es, como lo que debe ser por oposición a lo que simplemente es. A este cambio es necesario referir la separación entre hechos y valores que, según Strauss, domina el campo de las ciencias sociales y el intento por construir una ciencia política basada sólo en hechos. A partir de este momento, la filosofía política ha sido reemplazada por la historia de la filosofía política; "una visión general de los errores más o menos brillantes".
Por un lado, una ciencia política que toma como modelo a las ciencias de la naturaleza, apoyándose en la distinción entre hechos y valores, y busca elaborar un conocimiento de lo político a partir de las leyes del comportamiento político. Por otro lado, la posición opuesta y aparentemente alternativa del historicismo, para el cual toda comprensión de la política es sólo el fruto de la propia época. Ambos terminan invalidando las que Strauss considera como las preguntas fundamentales de la filosofía política. La primera -la ciencia política- porque hace imposible que nos interroguemos acerca de la verdadera naturaleza de lo político. En efecto, lo político es por esencia una cuestión de evaluación y requiere de una determinada idea del bien. El segundo -el historicismo- porque invalida la pregunta sobre el mejor régimen político.
Para Strauss, no son las ciencias sociales actuales la verdadera filosofía política, sino la filosofía política clásica de los griegos. No se trata, sin embargo, de tratar de encontrar en ellos "recetas para su uso presente", sino de alcanzar, a través de los clásicos, una comprensión de lo político en sus términos originales y originarios. A su modo de ver, como para la fenomenología, toda ciencia depende de la comprensión precientífica, del sentido común. Por ello, toda ciencia es un saber derivado, una modificación de la comprensión primaria del sentido común. "Sostenemos que esta comprensión coherente e integral de lo político está a nuestra disposición en la Política de Aristóteles, precisamente porque la Política contiene la forma original de la ciencia política: esa forma en que la ciencia política no es otra cosa que la forma plenamente consciente de la compresión del sentido común de lo político".
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El tirano y el filósofo
Con sólo leer la introducción de La ciudad y el hombre nos damos cuenta de la distancia que separa a Strauss de Kojève. Ambos pensadores se habían conocido en Berlín, en la década del 20 y mantuvieron una estrecha relación, sobre todo epistolar, a lo largo de sus vidas. Dos problemáticas marcan la mayor oposición entre ellos: la que concierne al destino político del Occidente posmoderno y la que aborda la relación entre el filósofo y la política. Para Strauss, la sociedad próspera y universal, objetivo del proyecto moderno, hoy es sólo una ideología; para Kojève, en cambio, este objetivo ya ha sido en gran medida alcanzado y resultará ineludible en el futuro. Para Strauss, el conflicto entre el filósofo y el político nunca se resolverá; la sociedad siempre intentará tiranizar el pensamiento. Para Kojève, en cambio, la reconciliación es inevitable, el filósofo debe convertirse en político y realizar sus ideas. En Strauss, la filosofía permanece siempre abierta; en Kojève, ella alcanza la sabiduría y se supera a sí misma.
En el origen de estas oposiciones se encuentra, sin duda, el diferente juicio histórico y teórico de ambos filósofos acerca del comunismo y el marxismo. Por un lado, Strauss considera al comunismo una "nueva forma" del mal y, al menos por el modo en que se expresa en los años sesenta, difícilmente controlable ("La única limitación en la que Occidente puede confiar de forma parcial es en el miedo del tirano a la inmensa potencia militar occidental"). Kojève, en cambio, lo ve como una aspiración política a la homogeneidad, que encuentra, de hecho, su realización en las sociedades occidentales, con las cuales terminará convergiendo. Por otro lado, es innegable la influencia que han tenido algunas tesis esenciales del marxismo en la interpretación antropológica que Kojève nos ofreció de Hegel, y que está a la base de su visión de la política del siglo XX. Una frase de Marx, en efecto, aparece inmediatamente cuando abrimos su Introducción a la lectura de Hegel: Hegel concibió el trabajo como la esencia del hombre. Para Strauss, en cambio, la forma superior de lo humano se encuentra en la vida filosófica, concebida como teoría y separada de lo social.
Sobre la tiranía, decíamos, es un ensayo de Strauss acerca del Hierón de Jenofonte. Este diálogo entre el tirano de Siracusa, Hierón, y el poeta Simónides acerca de las ventajas e inconvenientes de la tiranía, ha sido objetivo y motivo de un intenso intercambio entre Strauss y Kojève. La reedición de este ensayo, recientemente traducido al español, no sólo incluye una parte considerable de la correspondencia entre ambos sino también otros textos a través de los cuales tuvo lugar el debate entre ellos. Uno de Kojève, titulado Tiranía y sabiduría (se trata del texto modificado de un artículo aparecido en la revista Critique, en 1950, con el título "La acción política de los filósofos"). Otro de Strauss, Reafirmación sobre el Hierón de Jenofonte, donde trata de responder a las objeciones de Kojève, y extrae todas las consecuencias de la concepción acerca del final de la historia de este último.
"Parece razonable afirmar -dice Strauss en On Tyranny- que, si los hay, sólo unos pocos ciudadanos del estado universal y homogéneo serán sabios. Pero ni los hombres sabios ni los filósofos desearán gobernar. Sólo por esta razón, sin decir nada de las otras, el Jefe del estado universal y homogéneo o el Tirano Universal y Final será un hombre no sabio, como Kojève parece dar por seguro. Para mantener su poder, él se verá forzado a suprimir toda actividad que pueda llevar a los hombres a dudar de la solidez del estado universal y homogéneo. Deberá suprimir la filosofía por intentar corromper a los jóvenes (...). Porque el tirano final se presenta a sí mismo como un filósofo, como la máxima autoridad filosófica, como el exégeta máximo de la única filosofía verdadera, como el albacea testamentario y el verdugo autorizado de la única filosofía verdadera. Gracias a la conquista de la naturaleza y a la completamente imperturbable sustitución de la ley por la sospecha y el terror, el Tirano Universal y Final tiene a su disposición medios prácticamente ilimitados para descubrir y para extinguir los esfuerzos más moderados por pensar".
Para Kojève, en el estado universal y homogéneo, en la medida en que la historia se ha detenido, tampoco habrá más hombres, sino sólo animales poshumanos que, en el mejor de los casos, se comportarán de manera esnob. Serán, según otra imagen utilizada por el ruso, animales que hacen turismo; pues, para ellos, el mundo, la naturaleza y la cultura, se ha convertido en un museo. La política, en esta hipótesis, se reducirá a la gestión de esta vida animal y poshumana. El pensamiento de Strauss, en cambio, se mueve en la dirección opuesta, en la hipótesis de un final donde la filosofía abre camino para el paso de una democracia de masas a una aristocracia universal. La política, en esta otra hipótesis, debería ponerse a la escucha de los filósofos. Por el momento, más allá de sus formulaciones provocativas, el escenario vislumbrado por Kojève no parece descabellado.

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