katz

notas de prensa

título de la nota: Sala de ensayos
autor de la nota: Flor Monfort
medio: Revista Debate - Argentina
fecha: 5/28/2011

extracto
Katz Editores cumple cinco años y ya se perfila en el panorama editorial argentino como una de las mejores y más originales casas del ensayo internacional. Su director, Alejandro Katz, cuenta cómo se eligen los textos y en qué lectores están pensando.

Alejandro Katz fue durante casi veinte años director de la Casa Argentina y editor de ensayo traducido del Fondo de Cultura Económica. Antes, fue un exiliado en México durante los ochenta, estudió letras en la UNAM y allí realizó sus primeros trabajos en lo que él llama "la administración de las palabras". En 2006 fundó su propio sello de ensayo, Katz Editores y aquí reflexiona sobre la ideología, el germen y el fin del trabajo del editor. Su tarea al evaluar los nuevos formatos digitales anuncian el fin del libro y qué hay detrás de la publicación de autores considerados "malditos" o ideológicamente revulsivos.

- ¿Cuáles fueron sus primeros deseos cuando pensó en crear su propia editorial?

- Es muy difícil explicar los deseos, pero puedo intentar compartir algunas de las motivaciones. En tantos años de trabajo en la colección de ensayo en FCE, yo fui construyendo una reflexión acerca de qué significan la producción y circulación de conocimiento y los modos de circulación. Si yo tengo que definir mi tarea, no la tarea editorial en general sino la mía en particular, creo que está mejor definida si lo pongo en términos de servicios de conocimiento que de venta de unidades físicas que contienen quién sabe qué, es decir: damos un servicio de conocimiento. ¿Qué quiere decir esto? Tratamos de entender las necesidades percibidas y las no percibidas de universos de lectores que necesitan del conocimiento.

- Es decir que usted no edita lo que quiere, piensa en el lector...

- Sí, me interesa lo que quiere pero también me interesa entender que hay veces en que no sabe lo que quiere, que uno no tiene que subordinar lo que ofrece como contenido a una necesidad expresada previamente sino que también tiene que provocar en el otro la posibilidad de descubrir aquello que no sabía que podía ser de interés para él. Yo diría que ésta es la dimensión más desafiante y más satisfactoria de esta actividad. Cuando a mí una persona de mucho reconocimiento en el mundo académico me dijo "es que yo leo cosas porque las publican ustedes, que una vez leídas me di cuenta de que era evidente que debería haberlas leído", uno dice "ése es el trabajo que hay que hacer". A veces lo que esperamos es poder brindar una herramienta de trabajo, ser un insumo para otras prácticas (para escribir un libro, para hacer una tesis, para preparar un curso), y otras, simplemente lo que queremos es disparar procesos cognitivos que mejoren la calidad del pensamiento de las personas.

- ¿Mejorar implica también sacar al especialista de su encasillamiento, un efecto cada vez más agudizado por la academia?

- Efectivamente. Para nosotros la edición de ensayos siempre fue una estrategia psicopática contra la especialización. Es un modo de poner al especialista en contacto con aquello a lo que no hubiera accedido y es un modo de permitir al no especialista entrar en el mundo del especialista. El mundo de los especialistas es un mundo terrible, de gente empobrecida intelectualmente en rutas de saber magníficas. Creo que el ensayo, si uno imagina esto topológicamente en la base de los terrenos, en los lodazales y los fangales, en lo que todo está confundido, en las cimas de las montañas, va a encontrar al sabio aislado que llegó a un punto en el que lo que sabe no lo puede compartir con nadie y en cada punta hay alguien que está especializado en lo que pasa en esa punta. Yo creo que la idea del valle es la buena idea. El valle es un buen lugar para que las cosas prosperen; es el lugar en el que las cosas son más fértiles, en el que los ambientes son menos hostiles, en el que es posible la convivencia, en el que hay diversos oficios... Creo que el ensayo es la edición de los valles, lo cual no le quita ni exigencia, ni dificultad, ni certeza científica.

- ¿Cuáles fueron los primeros títulos que editó?

- Qué vergüenza. El primer catálogo tuvo veinte títulos y tenía como objetivo principal mostrar cuál era nuestra apuesta editorial: el ensayo no local, tratar de poner en circulación textos que tuvieran interés por igual en cualquier sitio de nuestro idioma. Una editorial que podía contar con lo que se llaman novedades pero que no hacía de la novedad un valor por lo tanto podía publicar libros de hace 5, 10 o 30 años. Otra cosa, que abriera espacios de saber y los pusiera en contacto de un modo no evidente: decidimos, por ejemplo, no hacer colecciones temáticas, porque hoy en día eso no es un servicio al sistema de producción o transmisión de conocimiento académico y a la vez es una negación de un mundo en el cual las interacciones deben ser mucho más intensas, lo cual a la vez tenía que ver con no excluir a la ciencia como una disciplina marginal, cosa que ocurre en la mayor parte de los programas editoriales de nuestro idioma. Es absurdo poner en un casillero aparte las ciencias naturales o empíricas en relación con las ciencias sociales y las humanidades, porque el diálogo existe y si no lo estimulamos estamos incurriendo en un error epistemológico, político y cultural muy fuerte. No puede haber ciudadanos complejos y sofisticados que no conozcan los problemas básicos de la ciencia contemporánea.

- La editorial mezcla autores bien diversos en su discurso y en su postura ideológica.

- Lo nuestro no es una política transgresora en el sentido del repulsivo surrealista. No es esa apuesta, para nada. Yo creo que nosotros no podemos ser ni editorial académica ni editorial puramente ensayística. Creo que esta editorial tiene que recoger tradiciones académicas, como Habermas o Axel Honneth, que es el actual director de la Escuela de Frankfurt y tiene un modo de enunciar absolutamente académico, pero Eva Illouz por ejemplo, que viene de la academia, está sin embargo modulando sobre la realidad a partir de un discurso que es crecientemente no académico, y es curioso porque sin duda Illouz ha estado invitada por Honneth pero tiene, participa y construye imaginarios sobre nosotros mismos que no son los académicos. Entonces que esas cosas coexistan en un catálogo me parece que enriquece a ambas esferas.

- ¿Cómo se coloca frente al desafío digital que plantea el e-book?

- Soy poco proclive a la dramatización, lo cual no quiere decir que sea negador del cambio, creo que es absurdo discutir la presencia de la edición digital no en el futuro sino en el presente: es un dato duro de la realidad. Ahora, creo que las consecuencias de eso pueden ser relevantes para algunos editores que no consigan participar también de esa dimensión, pero como ecosistema del contenido textual no es relevante. Una de las cosas que estuve viendo fue cuál fue el efecto percibido por la industria editorial cuando en los años 30 aparece el pocket book, y los discursos son apocalípticos. La industria en ese momento dijo "se acabó el libro" y sin embargo siguió habiendo tapa dura, tapa blanda, papel libre de ácido y papel barato también, entonces: hay formatos distintos para usos distintos para atribuciones de valor diferentes, con precios distintos. Y yo creo que el efecto digital va a ser el mismo: va a estar la tapa dura, la tapa blanda, etcétera, y el e-book. Éste es un dispositivo dedicado a la lectura de textos que funciona con una tecnología que se llama tinta electrónica y cuya presentación en sociedad se hizo en Buenos Aires en el año 2000 cuando se realizó el Congreso Internacional de Editores. Esto no es más que un soporte más entre los diferentes formatos que existen para la lectura de libros. Son otros géneros discursivos los que se van a estructurar utilizando recursos que no existen en el papel.