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Arlette Farge
Efusión y tormento. El relato de los cuerpos
Historia del pueblo en el siglo XVIII
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Introducción
Hablar de los hombres y de las mujeres del pasado sin tomar la precaución de enunciar la dimensión corporal sobre la que asientan sus espíritus y sus inteligencias es olvidar una gran parte de ellos mismos. Por otro lado, los archivos judiciales del siglo XVIII, donde se encuentran actas de comisarios, denuncias e interrogatorios, se explayan de una manera extraordinaria sobre los gestos, las actitudes de los cuerpos, las percepciones sensoriales y las emociones, así como sobre el conjunto de las sensibilidades pasionales y deliberadas. Algunos archivos inéditos encontrados entre los manuscritos que se conservan en los Archivos Nacionales me permitieron tomar conocimiento de múltiples relatos provenientes de los cuerpos de los más pobres frente a la fuerza que los estaba interrogando o escuchando. A través de los archivos sobre los abandonos de niños, y pasando por los de los informes elaborados cotidianamente por oficiales subalternos de la policía encargados de vigilar los paseos públicos, quise poner en escena el importante componente gestual y sensorial de una sociedad que vivía entre tormentos y efusiones, oponiéndose con su cuerpo y su palabra a los poderes y a los acontecimientos.
Hoy sabemos mucho sobre los cuerpos que vivieron en el siglo XVIII. La anatomía, la sexualidad, la enfermedad, el parto, el cuerpo femenino, la mecánica humana, la alimentación, la maternidad, la muerte, la vejez y el nacimiento son temas que han seducido a los historiadores, sobre todo porque les permitían reflexionar, al mismo tiempo, sobre un universo sensible y un mundo inmediato, que antes de Lucien Febvre la historia dejaba de lado. Más tarde llegó Michel Foucault, filósofo e historiador que inauguró una visión particular de la historia del cuerpo y mostró cómo las instituciones actúan sobre él, mediante los modos de dominación y de poder, limitándolo y cubriéndolo de órdenes y conminaciones destinadas a transformarlo y volverlo dócil. La construcción física de los cuerpos, el control de sus gestos y de sus miradas y la conminación de los marginales y los locos al encierro desde el siglo XVI hasta el siglo XX mediante el esfuerzo de los gobernantes, las iglesias y las élites fueron temas fuertes en las décadas de 1970 y 1980. Más o menos en la misma época, Norbert Elias, que trabajaba sobre los tratados de civilidad y la sociedad cortesana, muestra cómo se moldean los usos del decoro, las maneras de comportarse en sociedad, de caminar, conversar, etc. A partir de esa reflexión, emergieron nuevos trabajos. La historia de la vida privada, por ejemplo, se convirtió en un objeto de investigación en sí mismo, en la estela del cual nacía la historia de las mujeres y, más tarde, la de la relación entre los sexos, que dio lugar al cuerpo femenino, sus avatares y sus representaciones así como a los sistemas de desigualdad que lo gobernaban.
Los discursos sobre el cuerpo son tan numerosos que han ocultado la realidad política de las prácticas corporales o, al menos, lo que puede ser la historia de una experiencia política de los cuerpos. Resulta difícil para el historiador lograr atravesar el espesor de los textos y de los relatos, de las obras literarias o aun de los tratados, las reglamentaciones, las prohibiciones, las ordenanzas reales y las obras de la Iglesia, para encontrar en otros lugares, en otros documentos o archivos, las huellas vivas del pasado, las palabras pronunciadas, los gestos, la fuerza, la intención y la postura de los cuerpos, las expresiones de dolor, en fin, los acontecimientos vividos por los cuerpos cuya única salida era responder con el cuerpo.
El cuerpo no es un objeto. Vehículo del ser en el mundo, se une a los demás en una época precisa, se compromete continuamente en la conquista de lo real, moviéndose de proyecto en proyecto. Anclado en el tiempo y en el espacio, se implica en las actividades urbanas porque lo político se lo exige. El ser humano es una forma antropológica y política, el cuerpo es una mezcla de modalidades de afecto y de modos de inteligibilidad. No se puede considerar ninguna acción de los cuerpos sin su dimensión emocional y pasional, que no oblitera ni su inteligencia, ni su dimensión política. Las ciencias humanas se han ocupado muy poco de esto, atadas a la convicción suprema de que el afecto, la emoción y la consideración de las sensibilidades significaban una alteración del conocimiento. Con frecuencia, la(s) ciencia(s) ha(n) despreciado la "carne humana" y todo lo que pudiera parecerse a una forma ordinaria y modesta de sentir las cosas, olvidando que las ideas atraviesan los cuerpos y están insertas dentro de complejos sistemas de apropiación y negación donde conviven, a diario y sin dejar nada de lado, el asombro, la sorpresa, el entusiasmo, el asco, etc., sentimientos que fundan y gobiernan el acto de comprender y de actuar. Sin contar la manera decisiva en la que la política se inscribe en él.
Después de un largo viaje por los archivos policiales del siglo XVIII, me parece evidente que, si bien ya se ha dicho mucho sobre las condiciones materiales de la vida del pueblo, hay algo infinitamente patente, constante, poderoso y al mismo tiempo ignorado, nunca antes estudiado, ni siquiera considerado como un posible espacio de lo político y de la historia: me refiero al cuerpo.
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