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Michael Walzer
La revolución de los santos
Estudio sobre los orígenes de la política radical
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Prefacio
Comencé este libro con la esperanza de escribir con espíritu comprensivo respecto de una decisión humana que me parecía extraña y perturbadora: la decisión de ser puritano, de reprimirse y reprimir a otros, de poner en acto una concepción de la santidad abstracta y, a la vez, apremiante. De hecho, la santidad calvinista nos ha dejado cicatrices a todos; sus huellas han quedado, si no en el nivel de nuestra conciencia superficial, en el de nuestra conciencia profunda y siempre vale la pena regresar a ellas y tratar de interpretar las heridas. Sin embargo, en el curso de mi trabajo, decidí que la elección del puritanismo no es, en verdad, muy diferente de otras elecciones de tiempos posteriores que no me parecen extrañas ni perturbadoras. El santo calvinista me parece ahora el primero de esos agentes autodisciplinados de la reconstrucción social y política que han aparecido tan frecuentemente en la historia moderna. Es quien destruye un antiguo orden que no hay por qué añorar. Es el constructor de un sistema represivo que probablemente habrá que soportar antes de poder huir de él o trascenderlo. Por sobre todo, es un político en extremo audaz, ingenioso y despiadado, como debe ser todo hombre que tiene que llevar a cabo "grandes obras"; pues "las grandes obras tienen grandes enemigos".
Al describir el puritanismo como la forma más temprana de radicalismo político, no era mi intención escribir una historia completa de los puritanos ingleses ni de la Revolución Inglesa. Tampoco era mi intención que mi retrato del pensamiento y la acción puritanos reemplazara otras interpretaciones de la historia del siglo XVII, sino que las complementara. El "surgimiento" de la alta burguesía, la "crisis" de la antigua aristocracia, la "toma de la iniciativa" por los orgullosos miembros de la Cámara de los Comunes: todos estos procesos (y las transformaciones económicas subyacentes o concomitantes) se dan por supuestos en mi libro. No obstante, el puritanismo se relaciona con estos procesos de una manera particular, que, en mi opinión, nunca ha sido aclarada plenamente: no como su reflejo en el pensamiento religioso, sino como una respuesta creativa a las dificultades que estos procesos (así como otros cambios sociales) les plantearon a los hombres y mujeres en forma individual.
Aunque mi enfoque es cronológico en términos generales, he salteado años libremente cuando me resultó conveniente y -en particular al escribir sobre las ideas del puritanismo- he reunido material de los períodos Tudor, Estuardo, así como del período revolucionario, a veces asumiendo y a veces argumentando la existencia de una cosmovisión común. La crisis revolucionaria tuvo, sin duda, un desarrollo lento, una constante acumulación tanto de errores de quienes ejercían la autoridad como de expresiones de desafío de quienes integraban la oposición, una historia de oportunidades perdidas para el acuerdo y para la paz. No he intentado seguirles el rastro en modo alguno. Pero la revolución también tuvo su fundamento, una base firme, en la aspiración y la organización radicales que se remonta al mismo Calvino y al trabajo de los exiliados marianos. Ésta es la base que he intentado describir y explicar.
Al hacerlo, he ignorado en gran medida esas sectas pequeñas del ala izquierda, por así decir, del protestantismo inglés, cuyos miembros han sido considerados con frecuencia, si bien no la contrapartida de los demócratas, socialistas y comunistas modernos, por lo menos sus antecesores. Este enfoque no me parece demasiado útil. Cualquiera sea su importancia para los genealogistas modernos, las sectas (incluso los Levellers) carecen prácticamente de interés en la historia del siglo XVII. La defensa del radicalismo puritano -si es que ha de efectivizarse- debe hacerse con los disciplinarios de la época isabelina, con los presbiterianos y los congregacionalistas del período de los Estuardo, es decir, con la corriente principal del puritanismo, los auténticos calvinistas ingleses. Ciertamente, estos grupos diferían entre sí y cambiaron con los años; he tratado, no obstante, de argumentar que todos ellos no dejaron de compartir nunca ciertas ideas clave incompatibles con el sistema tradicional de Iglesia y Estado, ideas que tendían a generar permanentemente la actividad política radical e innovadora.
Espero poder proseguir, en el futuro, mi estudio del radicalismo y describir más plenamente -tal vez mediante referencias a otros países e historias- las circunstancias peculiares que hicieron posibles y hasta necesarios el celo y la disciplina políticos. Ése será el momento de señalar que la política radical, sin duda, puede tomar formas diferentes; de desarrollar una crítica de los modos cada vez más totales que ha tomado en nuestros propios tiempos. Esa crítica no está en modo alguno implícita en nada de lo que se diga aquí, porque no deseo repetir ni aplicar a un tiempo ya pasado esa ecuación -tan fácil como falsa- de radicalismo y totalitarismo que ha sido tan común entre historiadores, sociólogos y politicólogos en los últimos quince o veinte años. Mi único objetivo es hacer que el radicalismo puritano, tan poco atractivo a mis contemporáneos, se torne humanamente comprensible.
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