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Jacques Ellul

El islamismo y el judeocristianismo


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Todos somos hijos de Abraham

Este hecho parece tener menos importancia en el pensamiento de los cristianos acerca de los judíos que acerca de los musulmanes. Esto se explica en la medida en que, por un lado, es una clara verdad (con un importante matiz que luego retomaremos) y, por otro lado, es un argumento un poco delicado. Lo cierto es que, publicado en Le Monde (30 de julio de 1991), encontramos un bonito artículo titulado "Hijos de Abraham en torno a un perdón bretón", que relata un peregrinaje común entre cristianos y musulmanes que concelebraron el culto a los Siete Durmientes de Éfeso en una aldea bretona. Se trata del recuerdo del martirio en el siglo III de siete jóvenes que, tras negarse a renegar de su fe cristiana, fueron llevados a una cueva en Turquía y son adorados tanto por los cristianos como por los musulmanes, pues su historia está contada en la Azora XVIII del Corán. De allí el acercamiento: adoramos a los mismos santos. Como protestante que soy, podría hacer la observación de que el "culto" (o la adoración) de los santos no es de ningún modo cristiana, en el sentido bíblico del término, que aparece muy tardíamente en la Iglesia primitiva y que no tiene ningún valor teológico: ni en lo que se refiere a la gracia y la fe, ni en lo que se refiere a la Trinidad, a la Resurrección y, especialmente, a la Intercesión. Pues es allí donde nos separamos. Bíblicamente, sólo hay un intercesor, Jesucristo, quien, con su solo sacrificio, redimió todos los pecados y quien está solo sentado a la derecha de Dios como intercesor. Por lo tanto, la intercesión es la única absolutamente verídica, pues va del Hijo al Padre. Entonces, ¿por qué querría agregarse intermediarios a esto?
No hay ninguna necesidad de mediadores para acceder al solo y único mediador. Por lo tanto, todo el culto de los santos está fundado sobre errores teológicos y deriva únicamente de una piedad popular que se remonta al paganismo, cuando se rezaba a innumerables pequeños dioses locales que muchas veces fueron transformados en santos. Dicho en otras palabras, la famosa proximidad que ese artículo encuentra entre el cristianismo y el islamismo sólo se funda en un aspecto popular, pero no cristiano, del culto al Dios bíblico y a Jesucristo. Éste es sólo un ejemplo de lo que está tendiendo a convertirse en un lugar común: "Todos somos hijos de Abraham". Intentemos, pues, examinar esta fórmula un poco más en detalle. Tradicionalmente, se dice que los árabes derivan de Ismael. Recordemos en pocas palabras la historia relatada por la Biblia, cosa que es absolutamente legítima, ya que los que se consideran Hijos de Abraham se refieren al relato bíblico. Abraham, pues, recibió la promesa de Dios de que tendría un hijo. Y aquí lo importante no es la realidad misma de ese hijo; el drama no gira en torno a "tener o no descendencia". Sino que Abraham recibió una extraordinaria bendición de Dios y la promesa de una descendencia innumerable. El drama es doble: ¿a quién voy a transmitirle la bendición de Dios? ¿Dios será fiel (o no) a su promesa?
En otras palabras, ese Dios a quien Abraham no ha dejado de obedecer, ¿es efectivamente el Dios poderoso revelado, o bien es un Dios engañoso, que no cumple sus promesas y, en última instancia, un Dios que sería una ilusión? Si la firme promesa de Dios a Abraham no se concreta, entonces todo aquello sobre lo cual Abraham había fundado su vida se desmorona. A Abraham le parece que esa concreción está tardando demasiado. Cuánto tiempo ha pasado desde que escuchó la Palabra, y aún no llega el hijo... Y su edad avanza. Abraham supera los 90 años y Dios aún no le ha dado un hijo. Entonces, toma la razonable decisión de hacer lo que hace: si el hijo no ha llegado, es porque su mujer, Sara, es estéril. ¿Qué puede esperarse de un anciano y una mujer estéril? Se produce, así, lo que puede parecernos escandaloso, pero que entonces estaba perfectamente admitido por las costumbres: se sustituye a la amante estéril por una sirvienta (absolutamente normal, pues la esclava era asimilada por completo por el amo). Y Dios no desaprueba esa unión entre Abraham y Agar; incluso, habrá una bendición y una promesa para ese hijo de Abraham y Agar. Todo el mundo conoce la historia. Sara echa a Agar, que huye con su hijo Ismael, quien será salvado en el desierto por el ángel. YHWH ya se revela entonces como el dios de todos los pueblos, pues Agar es egipcia. Y, en respuesta a la hostilidad de Sara, podríamos decir, el hijo de Agar es bendecido por el ángel y recibe una promesa. Pero una promesa singular: una posteridad innumerable (lo que es trivial); pero será como un onagro, será violento, su mano se alzará en contra de todo el mundo y todo el mundo estará en contra de él (¡pero es innumerable!). Promesa, en consecuencia, que se inscribe en lo concreto del mundo, en la historia, y que no promete ninguna paz ni ninguna alianza con Dios. Lo que Abraham creyó realizar no es sino un engaño. Deben pasar, pues, muchos años y finalmente Sara tiene un hijo en el momento elegido por Dios y éste aparece exclusivamente como el hijo de la promesa, contra todas las posibilidades humanas. Isaac será un hijo del milagro (y su nacimiento es tan milagroso como el de Jesús). Pero, a partir de entonces, en ese hijo descansará la bendición y la promesa de Dios.

 

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