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Manuel Cruz

Cómo hacer cosas con recuerdos

Sobre la utilidad de la memoria y la conveniencia de rendir cuentas


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Capítulo 1. De la memoria y el tiempo

En el principio era el cuerpo. En un extremo del arco encontramos al hombre como especie, en el otro al yo, a la persona, el rol social, a la sociedad ya estratificada en definitiva: la historia de la humanidad es la historia de este recorrido. En las especies animales no existe el yo más que, como mucho, como pavoneo sexual. En ellas lo que se da es una reacción simpática primitiva, que a veces también se produce en el hombre, pero de una manera episódica. En el animal, en cambio, es un modo de ser, una empatía profunda por la que un individuo se comunica con otro miembro de su especie, e incluso es posible que con miembros de otras especies. Se trata de una comunicación simpática, de una solidaridad infame que en el hombre no existe. Con todo, algo de esto perdura en él en la medida en que está dotado de cuerpo. Sin embargo, el retorno a esa animalidad está vetado por la sociedad, porque significaría el retorno a la desaparición de todo yo, como en determinadas especies animales. Prohibición aquí no equivale a coacción (aunque en ciertas épocas exista el encierro), sino a socialización de un cierto tipo, que culminará en la invención del yo. El proceso es en buena medida irreversible, en función de la calidad de las instancias que intervienen. Quiere decirse, por tanto, que un planteamiento en términos de alternativa yo o locura (identificada con animalidad) es, salvo excepciones, erróneo porque olvida la existencia y las características del proceso. La locura es mucho más mala socialidad que retorno a la animalidad. "Mala" en un sentido amplio, que se allegaría a la máxima sartreana de que el infierno son los otros. En todo caso, pueden serlo. ¿O es que no hay un ingrediente de locura en esa inútil administración de los afectos y las intensidades que configura la vida cotidiana "normal" de la mayoría de los hombres? ¿No es ese ingrediente el que estalla a poco que se tensione dicha cotidianidad? La locura tiene mucho de identidad insatisfecha.
Pero no basta con señalar que la ruina de la identidad constituye el núcleo de la demencia. Tan sólo con esto parecería insinuarse que la identidad es algo dado (aunque sea históricamente), cuasinatural, cuya vida social representa siempre una amenaza. A esta idea le corresponde la tópica visión de la infancia como única edad de plenitud. Pero la identidad no es un don de nadie, sino un producto, elaborado en buena medida por nosotros mismos a partir de los materiales preexistentes y de acuerdo con unas determinadas reglas. Por de pronto, la identidad presupone la memoria, en un sentido que va más allá de la primera organización de lo sensible de la que nos habla Arístóteles en el arranque de la Metafísica (común por lo demás a hombres y animales). La memoria del sujeto se refiere en lo fundamental a sí mismo: es la primera expresión de la autoconciencia. Un mundo absolutamente diverso, en el que nada fuera igual a nada, equivaldría en sus efectos a un mundo del todo homogéneo: sería tan imposible como inhabitable. El juego de lo igual y de lo desigual -o de la diferencia y la repetición, que diría otro- se inicia en el propio sujeto, que de esta manera empieza a configurarse como tal. Porque si el reconocimiento es la operación por la que se instituye el sujeto, según se dijo al principio, la memoria, habría que añadir ahora, representa el ejercicio de (auto)reconocimiento originario, el movimiento que funda la posibilidad del sujeto y del mundo social por entero.
Por supuesto que la memoria no es espejo fiel, ni receptáculo neutro. Por el contrario, es activa, parcial, deformante, interesada. Precisamente por eso interviene en la constitución del sujeto. Una memoria especular no crearía nada; como mucho nos ratificaría en lo existente. La imagen pasiva de la memoria parece ocultar una voluntad de desconocimiento de la propia identidad. Por lo mismo, tampoco se agota la esencia de aquélla en su función instrumental, por importante que sea. Cierto que son los usos de la memoria los que nos permiten avanzar, no tener que empezar a cada momento desde cero, recoger la herencia recibida. La historia toda del espíritu humano se podría hacer equivaler, desde este punto de vista, al despliegue de una gran memoria, la de la especie. Pero de nada sirve instalarse en la perspectiva de los resultados. La cuestión no es tanto dónde estamos como de qué manera hemos llegado hasta aquí: sólo así podremos decidir si en algún momento equivocamos el camino.
La memoria es una mirada humana sobre el mundo. Y del mismo modo que el ojo no se ve a sí mismo, tampoco la memoria se puede tomar ella misma como objeto. La memoria es aplicada: se refiere al propio sujeto, en primer lugar, y a los seres del mundo relacionados con él, en segundo. Sólo pone una condición a sus objetos, y es que pertenezcan al pasado. La memoria representa un particular mecanismo de activación y actualización del pasado. Una forma, si se quiere, de luchar contra uno de sus efectos propios, el olvido, "esa sima negra de fauces abiertas que acecha a la vuelta de cualquier camino" de que habla Juan Goytisolo. Los objetos de la memoria están hechos de tiempo, hasta tal punto que se podría llegar a formular, como límite conceptual, que el objeto puro de la memoria pura no es otro que el tiempo. La memoria arremete contra los límites del tiempo, se diría wittgensteinianamente, en la perspectiva última de configurar un sujeto. La memoria es un poder activo que fundamenta y se basa él mismo en una concepción ontológica en términos de continuidad. Se desliza de una manera fluida por la biografía coherente, recorre ese espacio sin dificultad. En realidad, la coherencia la ha creado la memoria, la continuidad toda de lo real es un efecto suyo. Tal vez el efecto más específico: homogeneizar, poner en pie de igualdad lo que de suyo no es igual, porque es de diferente manera (no tienen la misma realidad lo que todavía es y lo que ya no es). La memoria nos ofrece un pasado viniendo a morir, mansamente, a nuestros pies.
Pero éste es sólo un uso posible de la memoria.

 

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