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Daniel C. Dennett
Romper el hechizo
La religión como un fenómeno natural
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Prefacio a la edición en español
A un año de la publicación en inglés de este libro, he comenzado a verlo como una especie de herramienta, como un instrumento científico diseñado para provocar respuestas en seres humanos y crear así un repertorio de datos para un análisis posterior. Mi sondeo fue informal, no ha sido controlado cuidadosamente y hasta ahora no intenté hacer ningún análisis riguroso del aluvión de datos que he generado. No obstante, hay algunos patrones interesantes que saltan a la vista.
Primero, entre aquellos que han respondido negativamente a mi libro, el odio más visceral provino no de quienes son profundamente religiosos, ¡sino de los autodenominados protectores de las religiones de otras personas! En retrospectiva, ello no es sorprendente, pues, como lo anuncia el primer capítulo, el encanto que quiero romper es precisamente ése que estas personas están tan profundamente dedicadas a proteger: el escudo, tan difícil de penetrar, de un exagerado respeto santurrón que infecta casi todas las operaciones concernientes a la religión. Estas personas consideran que mi libro es ofensivo, arrogante, irrespetuoso, aunque no sea irrespetuoso para ellas; se sienten, ante todo, ofendidas en nombre de otras personas. Aunque creo que esta actitud es enormemente condescendiente, encaja bastante bien con mi teoría: una de las más brillantes adaptaciones de las religiones modernas organizadas es su habilidad para enlistar ejércitos de espectadores que las protejan del examen cuidadoso. Sería aleccionador que estos espectadores interesados leyeran la cantidad de mensajes que he recibido de parte de personas profundamente devotas, quienes no sólo dicen apreciar mi candor y mi franqueza, sino que le dan la bienvenida al desafío de defender sus convicciones en el tribunal de la razón que mis análisis implican. Por supuesto que debe haber mucha más "gente de fe" que ha tratado de leer mi libro y que lo ha encontrado tan maligno que ni siquiera soportó la idea de comunicarse conmigo. Es una pregunta que me formulo.
Otro grupo que ha respondido con histeria frente al libro son los académicos de los programas de "estudios religiosos" o de "religión comparada" o, más en general, de antropología cultural o de las ciencias sociales "humanistas", quienes niegan furiosamente que la palabra-con-E (la "evolución") tenga ninguna importancia frente a cualquier otra cosa que ellos aprecien. Supongo que lo que los vuelve particularmente apopléticos es el hecho de que en los primeros capítulos de mi libro, junto con el Apéndice B, me anticipo a sus jugadas típicas: la refutación por caricatura y la culpabilidad por asociación. Les quito todas las armas que les son familiares, de modo que quedan reducidos a tratar de aporrearme y arañarme con sus propias manos. Dado que esto no funciona muy bien, se quedan sin más alternativa que la de volver a los viejos y cansados epítetos, castigándome por mi "filisteísmo", mi "reduccionismo", mi "cientificismo", y echando mano de caricaturas ya gastadas (la del "gen de Dios" y la del determinismo genético, por ejemplo), como si yo no hubiese refutado de antemano, pacientemente, esas jugadas en el libro al que están respondiendo. Esto se torna un espectáculo intermitentemente divertido.
Por el lado positivo, me ha emocionado la constructiva y entusiasta respuesta de aquellos que ansiaban escuchar mi clamor por una perspectiva más científica, más empírica y más racional de los muchos fenómenos de la religión, y me siento abrumado ya que se me han presentado más oportunidades de participar en proyectos de investigación, conferencias y coloquios de los que sería capaz de manejar aun si multiplicase mi tiempo por doce.
En los Estados Unidos, la voz política de aquellos defensores que, sin ser religiosos, están moralmente comprometidos finalmente puede ser escuchada con fuerza y claridad, y está empezando a ser tomada seriamente. Hay aún mucho camino por recorrer antes de que un agnóstico o un ateo confeso puedan ser elegidos para un puesto público, pero pienso que la rutinaria difamación de los medios en contra de aquellos "que carecen de Dios" es cosa del pasado. Para empezar, en los Estados Unidos las iglesias conservadoras han comenzado a advertir que su aventura con el activismo político ha resultado una colosal desgracia, en la que han sido traicionadas por sus cínicos manipuladores en Washington, han sido avergonzadas por las deplorables políticas favorecidas por su entusiasmo (como las torturas en Guantánamo y en Abu Ghraib) y han hecho el ridículo a través de las campañas anticientíficas del movimiento del Diseño Inteligente.
Ahora, quizás, luego de dejar atrás algo del drama -tanto de la tragedia como de la comedia- podremos dar paso a un examen razonable y justo de los variados y asombrosos fenómenos de la religión, con el fin de entender cómo y por qué logran conseguir tan poderosos efectos. Más allá de qué sea aquello en lo que queramos que la religión se convierta en el siglo XXI, nuestra mejor esperanza es entender cómo se convirtió en lo que es, así como el modo en que funciona, de manera que logremos averiguar dónde hay que empujar antes de empezar a empujar en serio.
Daniel C. Dennett
13 de enero de 2007
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