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Odo Marquard

Felicidad en la infelicidad

Reflexiones filosóficas


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Defensa de lo imperfecto

Los textos de este libro surgieron entre 1978 y 1994. Tienen en común la defensa de lo imperfecto en el hombre: la segunda mejor posibilidad, las soluciones vicarias, aquello que no es lo absoluto. Lo absoluto -lo perfecto sin más, lo extraordinario- no es humanamente posible, porque los hombres son finitos. "Todo o nada" no es para ellos una divisa practicable: lo humano yace en el medio, lo verdadero es lo medio. Los hombres son así: deben y pueden hacer algo en vez de otra cosa, y lo hacen: cada hombre es, en primer término, un bueno para nada que, secundariamente, se convierte en un homo compensator.
Los nueve capítulos de este libro quieren hacer valer esta idea en campos ejemplares de la cuestión: lo humanamente posible no es la perfecta felicidad, sino -y en medio de grandes infortunios- la felicidad imperfecta, la "felicidad en la infelicidad". La razón humana no es la razón absoluta; es la razón no-absoluta: la razón "como reacción límite". Cuando los hombres pretenden generar sus normas absolutamente ab ovo, mediante un supernosotros discursivo, la muerte es más rápida que esa generación. Por este motivo, los hombres no pueden prescindir de tradiciones y entonces existe "la inevitabilidad de los hábitos". La curiosidad como impulso de la ciencia nunca alcanza la verdad absoluta, sino la verdad no-absoluta: el apego de las ciencias a la verdad vive de su licencia para errar y de su incapacidad para la herejía. Quien espera del mundo perfección absoluta y pone en juego a la naturaleza como magnitud salvadora, termina en el "antimodernismo futurista", en la revocación de la Ilustración. Tampoco las ciencias del espíritu -que, felizmente, no salvan sino que sólo compensan- son el espíritu absoluto, sino precisamente el espíritu no-absoluto: la moralística tardía de la tardía nación. Estas ciencias necesitan "pluralismo", pues no tienen una posición absoluta, sino sólo posiciones contingentes (aunque muchas como compensación). La filosofía se arriesga por el camino de lo inhumano cuando -como en la República de Weimar- adopta la pose absoluta del estado de excepción antiburgués de la revolución, o de la autenticidad como una civilidad denegada; es racional quien evita el estado de excepción, quien acepta la civilidad. Pues cuando el hombre quiere ser lo absoluto, sufre ilusiones destructivas; por ello, para recuperar la cordura, se necesita una antropología escéptica que, como afirmó H. Plessner, se ocupa del hombre de este lado de la utopía, o sea, del hombre finito.
Los hombres son finitos. De acuerdo con su esencia, no son tan buenos como para desdeñar lo imperfecto, pues carecen de lo absolutamente perfecto, y si lo tuvieran no lo soportarían. Los hombres necesitan descargarse de lo absoluto y para ello necesitan lo imperfecto, y quizás también, de algún modo, necesitan de la imperfecta apología de lo imperfecto que es este libro.


I
Felicidad en la infelicidad (fragmento)
Para una teoría de la felicidad indirecta entre teodicea y filosofía de la historia

La pregunta por la felicidad se torna abstracta si se la separa de la pregunta por la infelicidad, porque para los hombres no existe la felicidad sin sombras. Es impensable que para el hombre sólo exista lo beneficioso y falte lo perjudicial. Incluso quien duda de la existencia de otro mundo -en una eternidad o en el futuro- donde la felicidad sea completa puede apreciar que la pura felicidad no es de este mundo. Porque "en este mundo", en el mundo de la vida de los hombres, la felicidad -la propia, la de los demás o ambas, si están unidas- siempre está junto a la infelicidad, a pesar de la infelicidad o directamente por la infelicidad. Dicho de manera sencilla: la felicidad humana es, siempre, felicidad en la infelicidad.
Si este dato elemental no fuera tenido en cuenta debido a tanto correr tras lo imposible, debería preocuparnos la posibilidad de perder la capacidad para la felicidad, la aptitud del alma para la felicidad humanamente posible. De ahí el peligro de tratar el tema de la felicidad separándolo del tema de la infelicidad. Por eso considero pertinente que en una Jornada dedicada a hablar filosóficamente de la felicidad se preste atención a la infelicidad. Vale la pena detenerse en algunas formas con las que la filosofía ha asociado expresa y notoriamente el tema de la felicidad con el tema de la infelicidad. Mi humilde pretensión es discurrir en el sentido de una muestra hermenéutica tomada azarosamente.
Presumo que una (y enfatizo: una) figura representativa y por lo demás moderna de la filosofía en la que se conectan felicidad e infelicidad es la teodicea y sus derivados.
Para mí ésta no es más que una hipótesis de trabajo, una aseveración interrogadora cuyo contorno trazaré sólo con unos pocos rasgos, pues aún no he alcanzado resultados firmes -debido a pereza, a falta de tiempo y a la circunstancia de que sólo me he ocupado de este tema, para cuya exposición he sido convocado, de manera lateral, y únicamente en el contexto de investigaciones cuyo objeto era muy distinto: el de una historia del concepto de "compensación"-. Si ahora, aquí, por curiosidad y deseo de acceder riesgosamente al problema me dejo llevar por una deriva de preguntas, forzosamente me interno en el terreno de la filosofía del siglo XVIII en Francia y en Inglaterra, terreno del que, como todo el mundo sabe, apenas si entiendo algo. Parafraseando los Sueños de un visionario de Kant, este déficit de competencia habría sido motivo suficiente para rechazar la invitación del selecto círculo de la Sociedad General de Filosofía de Alemania. Sin embargo, tengo la certidumbre de que en este selecto círculo, y para esta tarea, aunque por desgracia no el orador, pero sí al menos -felicidad en la infelicidad- los oyentes representan un potencial de una pericia tal que durante la discusión podrán llamar al orador al orden de manera que más allá de lo que él haya ocasionado, la cuestión misma no resulte dañada. Como ven, estoy rodeado de expertos, lo que con cierta ligereza, pero deliberadamente, considero no una amenaza sino una licencia: como un incentivo para pecar honradamente, es decir, para especular historiográficamente sobre la filosofía. Y lo hago desembozadamente en una secuencia de seis capítulos, que he titulado: 1. Arranque; 2. Teologización; 3. Neutralización; 4. Búsqueda del equilibrio; 5. Actualización, y 6. Limitación.

 

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