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Giacomo Marramao

Pasaje a Occidente

Filosofía y globalización


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I.- Nostalgia del presente

En aquel preciso momento el hombre se dijo:
Qué no daría yo por la dicha
de estar a tu lado en Islandia
bajo el gran día inmóvil
y de compartir el ahora
como se comparte la música
o el sabor de una fruta.
En aquel preciso momento
el hombre estaba junto a ella en Islandia.

J. L. Borges, "Nostalgia del presente"


1. Mundus y globus

Los fenómenos políticos de nuestra época están acompañados y complicados por un cambio sin ejemplo en la escala o, mejor, por un "cambio en el orden de las cosas". El mundo al que comenzamos a pertenecer, hombres y naciones, es sólo una "figura parecida" al mundo que nos era familiar. El sistema de causas que gobierna la suerte de cada uno de nosotros se extiende en adelante a la totalidad del globo, lo hace resonar por completo a cada conmoción. Ya no hay cuestiones terminadas por haber sido terminadas en un punto.

Estas consideraciones, que parecen surgidas apenas ayer, a comienzos del siglo XXI, de la pluma de algún filósofo de nuestra era global, las escribió Paul Valéry en 1928 y luego fueron recogidas, junto con sus extraordinarios pensamientos sobre las grandes transformaciones del período entre ambas guerras, en Regards sur le monde actuel (trad. esp.: 37-38). Es esencial partir de ellas si se pretende proyectar claridad sobre el complejo de acontecimientos, procesos y experiencias implicados en el término globalización, voz ubicua, cuya semántica ha superado el ámbito económico-tecnológico para ocupar las dimensiones de la sociedad y la política, de la religión y la cultura. La filosofía occidental nos ha enseñado desde sus comienzos a desconfiar del lenguaje, de sus falsas evidencias, del poder encerrado en la engañosa transparencia de las palabras. La admonición debería valer con mayor razón en la actual sociedad de la comunicación, donde recurrir a una expresión alusiva y polisémica permite, mediante una arcana taumaturgia, evitar el "trabajo del concepto", con sus indispensables correlatos de análisis y síntesis, descomposición y reconstrucción, diferenciación y confrontación.
Releídas hoy, las frases de Valéry adquieren, en la precisión casi quirúrgica de sus enunciados, un relieve que va más allá del aspecto histórico-testimonial. No sólo documentan la increíble intensidad que había alcanzado en Europa la reflexión desarrollada entre ambas guerras en el ámbito de la "cultura de la crisis", sino que además contienen preciosas indicaciones teóricas para identificar los rasgos estructurales característicos de la global age. El conjunto de fenómenos que estamos acostumbrados a recoger bajo la voz globalización (privilegiando los aspectos tecnológico-financieros de los que habría surgido, tras el derrumbe del sistema bipolar, la nueva dimensión del mercado mundial) es visualizado desde la perspectiva de Valéry -afín, en esto, con los diagnósticos-pronósticos de la "época global" (globale Zeit) elaborados en el mismo lapso por Ernst Jünger y Carl Schmitt- a partir de los nuevos términos de la relación tecno-política. Las trends de transformación y crisis de lo "político" inducidas -ante el empuje de la masificación y la "movilización total" (la totale Mobilmachung analizada por Jünger en su ensayo homónimo de 1930)- por una técnica proyectada en escala planetaria no tienen como efecto una simple ampliación del horizonte (un "cambio de escala") con respecto a las anteriores fases de expansión colonial y de internacionalización, industrialización e interdependencia. Más bien producen un "cambio en el orden de las cosas", una nueva estructura y configuración global del mundo:

Debemos suponer -se lee en la nota de 1928- que tales transformaciones constituirán la regla. Mientras más avancemos, menos simples y menos previsibles serán los efectos; las operaciones políticas y aun las intervenciones de la fuerza (en resumen, la acción evidente y directa) menos serán lo que habíamos esperado que fueran. "Los tamaños, las superficies, las masas en presencia, sus conexiones, la imposibilidad de localizar, la rapidez de las repercusiones, impondrán cada vez más una política muy diferente de la actual" (ibid., trad. esp.: 38).

La mirada radioscópica de Valéry nos impulsa, pues, a una investigación suplementaria, con el fin de arrojar claridad sobre el ubicuo término globalización: etiqueta-contenedor de fenómenos dispares que se suman y se yuxtaponen o palabra-clave ilusoria, fórmula passe-partout apta para denotar tanto la exaltación de lo "nuevo" como su radical negación. Diligentes profetas ex post de la "condición espiritual" de nuestro tiempo se han apresurado a anunciar, luego de la tragedia del 11 de septiembre, el final de la larga "huelga de los acontecimientos" (según la sugestiva ocurrencia de Jean Baudrillard, quien la tomó en préstamo del escritor argentino Macedonio Fernández), o bien (según una óptica diametralmente opuesta) el fin de la propia globalización. Pero ocurre que las categorías multiuso también son ambiguas. Así sucede que, independientemente de la valoración (positiva o negativa) o de la toma de posición (new global o no-global), la misma es entendida por algunos como una dinámica -en absoluto nueva, sino de orígenes remotos- de unificación de las condiciones materiales e integración de las culturas coincidente en último análisis con la propia "historia del mundo"; otros, en cambio, la entienden como una verdadera discontinuidad o ruptura epocal.
En el primer caso, la actual globalización, aun en su indiscutible amplitud y relevancia, no sería más que el último (provisorio) capítulo de la serie de sucesivas globalizaciones que caracterizan al proceso de civilización:

“La globalización -ha señalado hace poco Amartya Sen- no es un hecho nuevo ni tampoco puede reducirse a occidentalización”. Durante miles de años, la globalización ha contribuido al progreso del mundo a través de los viajes, el comercio, las migraciones, la difusión de las culturas, la diseminación del saber (incluido el científico y el tecnológico) y el conocimiento recíproco. Cada tanto, el movimiento de las influencias ha tomado direcciones distintas. Por ejemplo, a fines del milenio que acaba de terminar, el flujo ha sido, en gran medida, desde Occidente hacia Oriente, pero al comienzo (alrededor del año mil) Europa estaba asimilando la ciencia y la tecnología china, y la matemática hindú y árabe. Estas interacciones son una herencia mundial, y la tendencia contemporánea es coherente con este desarrollo histórico (Sen, 2002: 4).

Por el contrario, en el segundo caso la globalización representaría una ruptura tal como para volver obsoletas las categorías clásicas de la modernidad filosófica y política (Estado, pueblo, soberanía, nación, centro/periferia, público/privado, etc.), que se habrían vuelto ahora palabras-zombis o, para expresarlo con una definición perentoria de Theodor W. Adorno, excelentes "cadáveres conceptuales", meras supervivencias y resistencias inerciales de un paradigma irrevocablemente pasado. Para los sostenedores de esta tesis "discontinuista" -con Martin Albrow a la cabeza-, en rigor no debería hablarse ya de un proceso de globalización, sino más bien del advenimiento de una edad global estructural y cualitativamente distinta de la edad moderna. The global age has arrived: y, "paradójicamente, [...] en la edad global la globalización comienza ya a perder su significado de proceso histórico global" (Albrow, 1996: 107).
Resulta difícil prever en qué medida los argumentos presentados por una y otra parte están en condiciones de dar lugar a dos verdaderos paradigmas teóricos concurrentes. En el estado actual, sólo parecen dar voz a dos verdades a medias, al dejar indemne la posibilidad de hacer interactuar un aspecto en mi opinión decisivo de la tesis "continuista" de Sen, o sea, la crítica de la ecuación globalización = occidentalización, con la exigencia, propuesta por la tesis "discontinuista" de Albrow, de una caracterización diferenciada de la global age. Sobre esta base, trato de plantear -como se verá a continuación- mi enfoque filosófico de la globalización como pasaje a Occidente, donde "pasaje" representa, al mismo tiempo, lo continuo y lo discontinuo, el proceso y el viraje. Pero para quien no esté dispuesto a conformarse con la presunta autoevidencia de los idola fori que pululan en la comunicación pública, surge aquí una pregunta preliminar: ¿en qué sentido y con qué condiciones el término globalización se encuentra efectivamente en condiciones de "comprender" la plétora de fenómenos de los que, con mayor o menor pertinencia descriptiva, sin duda da cuenta? Y, además: la ambivalencia sobreentendida en su empleo -ya como objeto de investigación, dinámica "fáctica" de acontecimientos, ya como criterio metodológico de interpretación-, ¿acaso no traiciona su naturaleza de mero eslogan, de "palabra sin concepto"?
Un útil encaminamiento del discurso puede estar constituido, mientras tanto, por un análisis lexical. Lo que en los países de cultura anglosajona se llama globalization, y en alemán Globalisierung, es trasladado a las lenguas románicas con las expresiones mondializzazione, mondialisation, mundialización y mundialização. Se trata de expresiones difíciles de trasladar al inglés y al alemán a partir de los términos world y Welt. En inglés, por la evidente cacofonía de soluciones como worldisation o worldwidisation. En alemán, por el hecho de que la voz Verweltlichung (literalmente: mundanización) denota ahora -en una vasta literatura que atraviesa desde hace cerca de dos siglos los campos de la teología, la filosofía de la historia y las ciencias sociales- el fenómeno de la así llamada secularización (categoría de la que yo mismo he intentado una reconstrucción filosófica y un compendio "genealógic"” en mis volúmenes Potere e secolarizzazione [1983] y Cielo e terra [1994]. No obstante, se da el caso de que la distinta raíz de los términos mundialización y globalización no es, por cierto, indiferente a los horizontes simbólicos que evocan. Resultará inevitable, para quien adopte el primer término, la referencia al concepto de mundus, o sea -como ha observado recientemente Jacques Derrida (2001)- "a aquel valor de mundo cargado con una densa historia semántica, en particular cristiana". Asimismo, quien, en cambio, adopte el segundo estará obligado a la remisión al simbolismo del globo, de la esfera, a la idea de la totalización, de la finitud planetaria de los procesos en curso. En suma: mientras la mundialización evoca de inmediato temas e interrogantes clásicos de la filosofía de la historia, la globalización parece ante todo asunto de cartógrafos y navegantes. La diferencia lexical entre los dos presuntos sinónimos implica, en consecuencia, no sólo distintos referentes disciplinarios, sino también opciones divergentes con respecto a la localización y la periodización del fenómeno. Tratemos de puntualizar mejor la distinción. [...]

 

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