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Norbert Bolz

Comunicación mundial


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Prólogo

"God save all counter intuitive ideas!"
J. Bruner

La teoría crítica de la sociedad se ha desviado de la cuestión de cómo se pudo llegar y se llega a una crítica de la sociedad. En mi libro sobre el fin de la crítica he intentado responder a esta cuestión, o al menos dejarla en claro. Quienes hayan acompañado este diagnóstico se formularán la siguiente pregunta: ¿Cuándo ya no es posible la crítica, entonces qué? O, en términos filosóficos: ¿qué viene después de la razón? ¿O sólo se sustituye una fórmula mágica por otra: en lugar de una razón única, una sociedad mundial única?
Hay buenos motivos para poner en duda el sentido del concepto de sociedad mundial. Pero no tiene sentido poner en duda la globalización de la economía, la supranacionalización de la política ni los fenómenos cotidianos de la comunicación mundial. Así pues, mi tesis es la siguiente: la modernidad, que se ha reflejado y reafirmado en la propia posmodernidad, es la era de la comunicación mundial. Ya no está bajo el signo de Prometeo (la producción), sino de Hermes (la comunicación).
La era de la comunicación mundial se caracteriza, sobre todo, porque la percepción de la comunicación sustituye a la percepción del mundo. "Comunicación mundial" significa: el mundo es todo lo que es comunicado. Éste no es el concepto de mundo (de la vida) de la fenomenología, o sea "el mundo en el cómo de los hechos de la experiencia" de Husserl. Tampoco es el concepto de mundo de la teoría de sistemas (más allá de que en lo sucesivo nos guiemos por ella), es decir, una fórmula para lo no enmarcado y lo no observable. En lugar de ello, entendemos el mundo como el marco de la asequibilidad comunicativa.
Cuando una teoría de la sociedad moderna pone el acento en la comunicación, significa que no se deja fascinar por la "acción". Precisamente, frente a la entrada triunfal de la "interactividad" de las relaciones públicas en la cultura de Internet, debemos tener en claro que la formación de sistemas sociales tiene cada vez menos que ver con la interacción. Y, por ello, la interacción ya tampoco asegura el acceso a la sociedad, o al menos no asegura un acceso privilegiado. Éstos son los límites del genio de Erving Goffman. Comportamiento en lugares públicos (¡lugar!) y La presentación de la persona en la vida cotidiana (¡presencia!) obviamente siguen siendo temas sociológicos clave, pero desde allí no se llega al nivel de abstracción de una teoría de la sociedad.
Comunicación mundial significa: liberar al espacio para atar el tiempo. La pérdida de importancia del espacio se pone de manifiesto sobre todo en el hecho de que las redes de comunicación se emancipan cada vez más de las redes de tránsito. Ya no se puede localizar a la sociedad mundial. Lo que sigue importando es el tiempo, cada vez más escaso; todos los problemas se solucionan mediante la temporalización. Los grandes temas de nuestra época son la prisa, la urgencia, la aceleración y los plazos.
Naturalmente, la comunicación mundial es también lo que las agencias de noticias hacen posible a través de los medios masivos: la simultaneidad de lo acontecido en otra parte. Después de que la crítica de los medios masivos terminara por anquilosarse en una columna del suplemento cultural de los diarios, su función se aprecia mejor. Tal vez la función social más importante de los medios masivos sea generar una suerte de confianza básica en la sociedad. La televisión, la radio y los medios gráficos cultivan la contemplación desinteresada de los acontecimientos mundiales, o sea el hecho de que en principio todo esté al alcance del espectador, cuya pasividad queda técnicamente asegurada. El gusto por el sensacionalismo, la curiosidad y el placer de desenmascarar tienen la continuidad asegurada. Sin embargo, como se sabe, los medios masivos no son los medios nuevos. La red de la comunicación mundial se vuelve más espectacularmente densa allí donde se llama por su nombre: en Internet. Esta cultura de la comunicación no aparece como una opción, sino como una necesidad. Y es que las tecnologías de la comunicación surgen con una necesidad social de anexarse de la que ya nadie puede sustraerse. Hoy en día, al que no tiene casilla de correo electrónico se lo considera un paria de la evolución de los medios.
La economía está fascinada por la New Economy, que parece dejar sin efecto todas las regularidades que provienen del estudio minucioso de una economía nacional. La política está fascinada por el cyberspace y sus communities, que sustituyen a la opinión pública ciudadana. Los programadores se convierten en tema de la campaña electoral, y los que se preocupan por la competitividad de Alemania en la actualidad exigen competencia mediática en lugar de educación. Los medios antiguos tampoco parecen tener otro tema que los nuevos medios. Hasta las propias revistas de estilo de vida advierten poco a poco que las promesas de la era de las computadoras son más cautivantes que el sexo y la autorrealización. Uno tiene la impresión de que hoy todos los medios son parásitos de Internet.
Los medios fascinan a la conciencia. Por ello, muchas personas se interesan de un modo francamente fetichista por su tecnología. Como hackers son la pesadilla de la industria mediática; como "prosumidores", sus niños mimados. La tecnología como estructura límite entre la sociedad y la naturaleza es el mundo de los artefactos. En tanto lleve el sello de los ingenieros y no de los diseñadores, rige lo siguiente: cuanto más técnica sea una circunstancia, más irrelevante será su contexto. La técnica no es compleja, en todo caso es complicada: el paraíso de los puntillosos. En el mundo técnico de los programas reina un acuerdo absoluto y un conocimiento cabal del problema. En cambio, la característica principal del mundo social del riesgo es que nunca se sabe suficiente y nunca se está plenamente de acuerdo sobre las consecuencias.
Con el fetichismo de la técnica se encubre lo social. En este sentido, Friedrich Kittler ha marcado de manera muy decisiva y exitosa las diferencias entre una ciencia mediática materialista y una "filosofía de la cultura", por un lado, y los "applied interests" (T. Parsons), por otro. Por cierto, desde aquí ningún camino conduce a una teoría social (que Kittler tampoco busca), pues desde la perspectiva sociológica, el elemento comunicación ya no puede descomponerse en planes de conexiones, programas, ondas y radiaciones. La operación de comunicación no tiene nada que ver con la materialidad de la comunicación. Dicho con más precisión: el orden emergente de la comunicación excluye de sí la materialidad que utiliza.
Los medios ejercen otro tipo de fascinación sobre la teoría de la comunicación. Esta teoría observa la preeminencia de la percepción de la comunicación. De ahí que, según ella, los sociólogos deben interesarse por el diseño, pues el diseño hace perceptible a la comunicación. El diseño oficia de mediador entre la comunicación (social) y la percepción (psíquica). Sus artefactos son las interfaces en tanto superficies de dos caras que ocultan al mismo tiempo dos cajas negras: el sistema psíquico y la técnica complicada. En otras palabras, para describir el diseño de comunicación de nuestro mundo no se necesita comprender ni las almas ni las técnicas.
Los nuevos medios son el ámbito en el que hoy sentimos de manera más manifiesta los sufrimientos de las secuelas de la modernización. Y es que los medios y las tecnologías de la computación evolucionan sin tener en cuenta la capacidad de asimilación del ser humano. De ahí la necesidad de este último de encontrar técnicas de desahogo que instituyan sentido. Solamente podemos vivir eligiendo de acuerdo con esquemas de forma humana los datos de un mundo que hace estallar la medida humana . El One-World montado por la tecnología mediática provoca el mundo paralelo, específicamente posmoderno, de un pluralismo de los estilos de vida. En otras palabras, los discursos de identidad circulan a modo de compensación frente al universalismo de la comunicación mundial.

*Precisamente porque todos los signos privilegian la globalización y la comunicación mundial, los hombres necesitan reservas culturales de multiplicidad. Los nuevos tribalismos equilibran las exigencias desmedidas de la sociedad mundial.
*Precisamente porque la realidad virtual se ha convertido en la infraestructura tecnológico-mediática de nuestra vida cotidiana postindustrial, existe -en cierto modo como un antídoto contra la inmaterialización- un culto del cuerpo, una filosofía de vida del bienestar, una nueva estética de la existencia.
*Precisamente porque cualquiera puede percibir que, con su poder de escenificación, los medios están penetrando cada vez más profundamente en la realidad, crece la añoranza de lo "realmente real". En el mundo de la simulación, lo real se convierte en obsesión.

En la era moderna hay un vínculo indisoluble entre la complejidad, la contingencia y la artificialidad. No hay efecto sin efectos secundarios, no hay función sin disfunción, no hay tema sin anatema, no hay artefacto sin la experiencia de la maldad del objeto. Entonces, lo único seguro es la inseguridad y lo único cierto es que los demás tampoco tienen certeza alguna. Los hombres modernos están abrumados por las opciones, y, para ellos, "realidad" significa siempre la obligación de optar. Por lo tanto, la realidad ya no es algo sobreentendido, y la pérdida misma de ese carácter sobreentendido ya se ha vuelto en sí natural, sobreentendida. Por eso hay diseñadores que descubren el mundo proyectando. El diseño nace cuando ya no hay más formas vigentes. Les crea a los hombres un ambiente artificial en el que su existencia tenga sentido.
La comunicación mundial abre una multiplicidad de opciones que no guarda ninguna relación con nuestros recursos temporales. El hecho de que cualquiera pueda comunicarse con cualquiera, sobrecarga la atención. En el mundo de las múltiples posibilidades, la escasez de tiempo de todos los días transforma la vida en una competencia por la atención. Esto se puede formular en forma más precisa, es decir, matemática, del siguiente modo: el aumento aritmético del número de elementos en la red de la comunicación mundial conduce a un aumento geométrico del número de posibles relaciones entre esos elementos. Por ello, justamente la cultura de Internet necesita organizarse poniendo límites a la posibilidad de que cualquiera hable con cualquiera de cualquier cosa.
Esto nos lleva a una interesante paradoja: en la marea de datos de la sociedad multimedia, "plusvalía" sólo puede significar: menos información. La información al alcance de la mano ya no es útil. Bajo la presión de las nuevas tecnologías de la información, nos inclinamos a interpretar todos los problemas como problemas de desconocimiento. Sin embargo, las cuestiones de sentido y los problemas de orientación no se resuelven con informaciones. El problema no es la ignorancia, sino la confusión. Y en las situaciones complejas rige que cuanto más información, mayor es la inseguridad y menor la aceptación. Así, el mundo moderno nos obliga a compensar el desconocimiento creciente con una mayor dosis de confianza.
La sociedad del conocimiento es entonces también una sociedad del desconocimiento, y cuanto menores son el status y la autoridad que garantizan la credibilidad de ese conocimiento, tanto más debe confiar la sociedad. Es justamente en Internet donde el problema de la credibilidad del conocimiento se torna más agudo. Así, nuestra cultura parece haber renunciado hace tiempo a la verdad. En su lugar aparece la confianza en la competencia entre las fuentes de información.

 

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