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¿Biopsicosocial? - 1. GLTTBI

Pasiones identificatorias

Una de las tesis más interesantes de Ian Hacking pone en correspondencia el desarrollo de la teoría de la división psíquica de fines del siglo XIX, y su aceptación académica y social, con la aparición creciente de formas de la histeria hasta culminar, en el siglo XX, con las epidemias de personalidades múltiples en Estados Unidos. En el siglo XXI estamos en el acmé de lo múltiple con el concepto de multitudes.
Desde que el psicoanálisis afirmó que el ser parlante está sujeto a identificaciones, inconcientes (esto es, que carece de identidad), ese camino se abrió para no cerrarse, a tal punto que el imperio del nominalismo y su variante constructivista -de la que Hacking es uno de sus representantes más lúcidos- centra su debate alrededor de la cuestión de la identificación.
El constructivismo implica una política y, en ciertos casos, una política de la identificación sexuada. "GLTTBI. Somos todos y todas maravillosamente diferentes." Con esta consigna se realizó en estos días una marcha del orgullo GLTTBI (léase: gay, lesbiana, transgénero, transexual, bisexual, intersexo). Hay que leerlo.
Hay que leerlo para captar las chicanas del lenguaje. Allí mismo donde la consigna política ambiciona trascender los límites de una lógica binaria a nivel de la identificación sexuada, el lenguaje la vuelve a introducir con su "todas y todos". Esta política está sostenida por una reflexión teórica que debate con la filosofía, con la psiquiatría, con la medicina y con el psicoanálisis, incluso el de cierto Lacan, partiendo de las siguientes preguntas: "¿El ser humano es hombre o mujer, es hombre y mujer o no es ninguna de ambas cosas y, por lo tanto, puede ser indistintamente hombre y-o mujer?". Esta última alternativa es la que sustentan las llamadas multitudes queer que se colocan así, como dice Mauro Cabral, "en el límite de lo que la ansiedad de la cultura soporta, a menudo más allá de lo que autoriza esa misma ansiedad convertida en norma jurídica [...]"; se colocan allí como una resistencia a los llamados sociales a una cierta normalidad sexual. En esta resistencia, las estrategias políticas que se plantean conciernen todas a la identificación:
a) Desidentificación: generaliza la afirmación de Monique Wittig. "Una lesbiana no es una mujer"; y afirma que hay gays que no son hombres, y transexuales que no son ni hombres ni mujeres, etcétera. Se insta a desidentificarse para hacer aparecer una identidad (lesbiana, por ejemplo) como sujeto político.
b) Identificaciones estratégicas: se empuja a escenificar hiperidentidades o postidentidades como resistencia a la llamada normalización heterosexual universalizante. Confía en un uso radical de la "producción performativa de las identidades desviadas", en el sentido de Judith Butler. Decirlo, repetirlo, actuarlo.
c) Reconversión de las tecnologías del cuerpo: ni tercer sexo ni más allá de los géneros; son multitudes de cuerpos que quieren reapropiarse de los discursos de poder-saber.
La conclusión queer, que en verdad es punto de partida, es de la época en la que lo múltiple ha tocado al uno: "No hay diferencia sexual sino una multitud de diferencias".
Pero ¿qué es la diferencia sexual?

La identificación sexuada

"Es un impasse en la edad de la ciencia pensar que es posible consolidar las identificaciones ya que el discurso de la ciencia corroe, arruina, desplaza, suplanta los significantes amo. Y esto, por otra parte, se presta a rechazos que producen pasiones identificatorias mucho más intensas que cuando el discurso del amo ordenaba las cosas", decía Jacques-Alain Miller en El banquete de los analistas. Algunos años más tarde, en El Otro que no existe y sus comités de ética, cuya autoría compartió con Éric Laurent, aparecía una referencia a "las múltiples tiranías del narcisismo yoico y su modo de goce". Entre el rechazo que produce intensas pasiones identificatorias y la tiranía del narcisismo yoico y su modo de gozar, la experiencia de la llamada "ira transgénero", que ha dado lugar a elucubraciones académicas y usos políticos, tendría mucho que decir acerca de lo real en juego en la diferencia sexual.
En todo caso, GLTTBI bien puede ser el nombre de lo que llamamos una comunidad de goce en la que cada uno quiere darse su propio nombre más allá de cualquier nombre universal, saliendo del placard para hacerse visible al ojo... ¿de quién?
En todas estas comunidades de goce siempre está en juego para cada uno la función del padre tal como Lacan la definió en los años setenta; su pecado como garantía, como certeza que sostiene no a todos sino a cada uno. Pero que se basa en cierta prohibición. Por ejemplo -dice nuestro invitado Éric Laurent-, "los transexuales odian ser nombrados travestis. [...] En cada uno siempre se puede ver lo que está prohibido para ellos detrás del velo del odio, para organizar la comunidad".
Las multitudes queer revelan hoy el estatuto pluralizado del nombre del padre, el hecho de que cada uno tiene un padre que no es universal; pero lo que cada uno ignora es que su nombre singular no está a su disposición en tanto ser sexuado. Es en este punto donde se pone de manifiesto el voluntarismo que se les imputa a las teóricas de las estrategias identificatorias que hemos mencionado antes, ya que lo real de la diferencia sexual, el punto de identificación sexuada, no es manipulable por el sujeto sino a sus expensas, es decir, con su desorientación, su ira, su angustia, su síntoma.

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