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Wolfgang Streeck

Comprando tiempo

La crisis pospuesta del capitalismo democrático


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Introducción: Pasado y presente de la Teoría Crítica

Comprando tiempo es una versión ampliada de las Conferencias Adorno que dicté en junio de 2012 en el Institut für Sozialforschung, casi exactamente cuarenta años después de haberme graduado en sociología en la Universidad de Frankfurt. No puedo decir que fui "discípulo" de Adorno. Asistí a algunas de sus conferencias y seminarios, pero no comprendí demasiado; así eran las cosas en aquellos días, y la gente lo aceptaba. Solo más tarde, más o menos por casualidad, me resultó claro que había pasado sin percatarme junto a algo muy valioso. El recuerdo más intenso que guardo de Adorno es la profunda seriedad con que realizaba su trabajo -en marcado contraste con la indiferencia con la cual se practica buena parte de la ciencia social hoy en día, después de décadas de profesionalización-.
Afortunadamente, nadie va a pensar que estoy calificado para evaluar el trabajo de Adorno. Me abstuve en todo caso de buscar relaciones específicas entre lo que tengo para decir y lo que Adorno dejó tras de sí; buscar esas relaciones podría parecer forzado y presuntuoso. Si hay cosas en común, lo son de naturaleza muy general. Una es mi rechazo intuitivo a creer que las crisis finalmente terminan bien -una impresión que sin duda creo posible encontrar también en Adorno-. Él carece de ese tipo de sentimiento de seguridad "funcionalista" que es posible ver en Talcott Parsons; nunca hay garantía de que antes o después todo retornará automáticamente al equilibrio. Él no podría compartir la confianza básica de Hölderlin: "Pero, allí donde el peligro acecha, también crece lo que salva". Por la razón que sea, tampoco yo lo creo. A mis ojos, los órdenes sociales son normalmente frágiles y precarios; en cualquier momento pueden presentarse sorpresas desagradables. Creo también equivocado exigir que cualquiera que identifique un problema deba también ofrecer la solución. No me inclino a tales prescripciones en este libro, incluso si en el último capítulo realizo una propuesta (no realista) dirigida a un aspecto parcial de la crisis. Los problemas pueden ser de una naturaleza tal que no haya soluciones para ellos, o en todo caso ninguna solución practicable aquí y ahora. Si alguien me preguntara, reprochándome, dónde está "lo positivo", al final estaría dándome la oportunidad de invocar a Adorno, cuya respuesta, naturalmente mucho mejor expresada, sin duda habría sido: ¿Y qué pasaría si no hubiese nada positivo?
Mi libro trata de la crisis financiera y fiscal del capitalismo democrático contemporáneo a la luz de las teorías de la crisis de la Escuela de Frankfurt de los tardíos 1960 y tempranos 1970, un período en el que Adorno estaba todavía activo y en el cual, claro, yo estudiaba en Frankfurt. Las teorías a las que me refiero fueron intentos de captar los cambios radicales incipientes en la política económica de posguerra como aspectos de un proceso que abarcaba al conjunto de la sociedad, haciendo un uso más o menos ecléctico de elementos de la tradición marxista. Las interpretaciones desarrolladas en esos intentos no fueron uniformes ni mucho menos, muchas veces solo se formularon en forma esquemática y fueron cambiando, como era de esperar, con el correr de los acontecimientos, a menudo sin que los propios autores lo notaran. Observándolos retrospectivamente, también se encuentra con frecuencia una insistencia obstinada sobre diferencias menores dentro de la misma familia teórica, que hoy aparecen como irrelevantes o incluso incomprensibles. Por esta simple razón, en lo sucesivo no tiene ya sentido ocuparnos de quién tenía más o menos razón en ese entonces.
Los esfuerzos teóricos de los años de Frankfurt evidencian también que las conclusiones en materia de sociología están inexorablemente atadas a su tiempo. Sin embargo, y precisamente por eso, al abordar los acontecimientos actuales es pertinente relacionarlos con las teorías de la crisis del "capitalismo tardío" de la década de 1970, y no solo porque hoy sabemos y podemos volver a decir aquello que durante décadas fue olvidado o considerado irrelevante: que el orden económico y social de las democracias ricas sigue siendo un orden capitalista, por lo cual solo puede entenderse (si es que eso es posible) recurriendo a una teoría del capitalismo. Retrospectivamente, también podemos ver aquello que entonces no se podía percibir -porque el capitalismo ya se había vuelto natural- o no se quería percibir -porque obstaculizaba ciertos proyectos políticos-. Si, a pesar de todos los esfuerzos teóricos, no se logró ver aspectos importantes del mundo real, para no mencionar la imposibilidad de anticipar lo que estaba viniendo, ello puede servir para recordarnos que la sociedad se enfrenta a un futuro abierto y que la historia es impredecible -un hecho que las ciencias sociales no siempre apreciaron con claridad-. Por otra parte, pese a todos los cambios, en la actualidad pueden volver a advertirse ciertas cosas que ya se advertían en el pasado aunque luego fueron olvidadas. Así como una contemplación del mundo estática no es confiable, una formación social puede llegar a parecer idéntica a sí misma incluso durante décadas si se la concibe como un proceso de desarrollo que mantiene unidas a través del tiempo estructuras en vías de transformación y cuya lógica solo puede entenderse en retrospectiva, aun cuando no se preste a pronósticos.
Mis análisis tratan la crisis financiera y fiscal del capitalismo contemporáneo como parte de un continuo del desarrollo de la sociedad en su conjunto. El punto de partida es el fin de la década de 1960, y describo el proceso, desde el punto de vista actual, como la disolución del régimen del capitalismo democrático de posguerra. Como he dicho, mi contribución estará relacionada con el intento teórico de aquella época, en la empresa de explicar nuevos desarrollos por referencia a viejas tradiciones, principalmente marxistas. Algunas de ellas se remontan a las tempranas investigaciones llevadas adelante en el Institut für Sozialforschung, aunque Adorno mismo no estuviera directamente implicado en ellas. La teoría de la crisis de la "Escuela de Frankfurt" asumió heurísticamente una relación de tensión entre la vida social y una economía gobernada por los imperativos de valorización y reproducción del capital; una tensión que, en la formación del capitalismo democrático de la posguerra, fue mediada por políticas gubernamentales desarrolladas históricamente de diversas maneras. Las instituciones sociales, especialmente en las esferas política y económica, aparecen así como constantes soluciones de compromiso, inherentemente contradictorias, inestables, y solo provisionalmente en equilibrio, logrando no más que acuerdos temporarios entre orientaciones para la acción y sistemas sociales fundamentalmente incompatibles. En la tradición de la economía política, la "economía de la sociedad" fue comprendida como un sistema social (no simplemente como un sistema técnico o como uno determinado por las leyes de la naturaleza), que consistía en interacciones respaldadas por el poder entre partes provistas de diferentes intereses y recursos.
Mediante la adopción de teorías de los años 1970 e intentando actualizarlas a la luz de cuatro décadas de desarrollo del capitalismo tardío, abordo la crisis actual del capitalismo democrático desde una perspectiva dinámica que es parte de una secuencia de desarrollo (Streeck, 2010). Este es el modo correcto de hacer macrosociología o economía política, como creo haber aprendido a lo largo de años de numerosas investigaciones en varios campos sociales. Lo que es más revelador para la ciencia social no es el estado de las cosas sino los procesos, o bien el estado de las cosas en la medida en que está conectado con y dentro de procesos. Las teorías que consideran estructuras o eventos como únicos, en el sentido de desprendidos de estructuras o eventos previos, pueden estar fundamentalmente equivocadas. Todo lo social tiene lugar en el tiempo, se desarrolla a lo largo del tiempo, se vuelve más idéntico a sí mismo en y a lo largo del tiempo. Podemos comprender lo que vemos hoy solo si sabemos qué aspecto tenía ayer y hacia dónde podría estar dirigiéndose. Todo lo que está a la mano siempre está moviéndose a lo largo de un camino de desarrollo, y es por ello que las tres partes principales de este libro contienen tantos diagramas y descripciones esquemáticas que representan procesos históricos.
El hecho de que todo necesita tiempo no es el único punto importante: también se trata de la cuestión acerca de cuándo y dónde tiene lugar en el tiempo. El espacio -el contexto social constituido por proximidad- no es menos fundamental que el tiempo para la sociedad, y el tiempo que cuenta no es solamente el tiempo cronológico6 sino también el tiempo histórico. El conocimiento científico social realmente se produce cuando ha sido provisto de un índice de tiempo y espacio. La que nos ocupa aquí es la crisis del capitalismo en las democracias ricas del mundo occidental, un contexto que se conformó después de las experiencias de la Gran Depresión, el relanzamiento del capitalismo y la democracia liberal a continuación de la Segunda Guerra Mundial, la ruptura del orden de posguerra en la década de 1970, los "shocks de los precios del petróleo" y la alta inflación, etcétera. Esta crisis también tiene implicaciones para otras sociedades, tanto presentes como futuras, pero su naturaleza precisa, que solo la investigación empírica puede dilucidar, se decidirá por la acción práctica históricamente específica. Lo que sabemos en general sobre las crisis políticas y económicas puede resultar útil. Pero no menos importante es el carácter distintivo, sin precedentes de esta crisis, que debe inferirse e interpretarse con base en su contexto espacio-temporal.
Como se verá, la consideración de la variable temporal al observar la actual crisis financiera y fiscal resulta reveladora en diversos sentidos. Sobre todo, vista en un contexto histórico, se relativiza la importancia de numerosas diferencias entre las sociedades del capitalismo democrático organizadas como estados nación que fueron observadas en investigaciones transversales de las ciencias sociales, tal como sucede en la bibliografía sobre las "variedades del capitalismo" (Hall y Soskice, 2001), donde esas diferencias fueron estilizadas a tal punto que terminaron siendo convertidas en rasgos categóricos de distintos "modelos" de capitalismo. Si la crisis es considerada como un estadio intermedio en una secuencia de desarrollo prolongado, resulta que los paralelos e interacciones entre países capitalistas son muy superiores a sus diferencias institucionales y económicas. La dinámica subyacente, que permite variaciones locales, es la misma, incluso en el caso de países considerados muy distantes uno de otro como Suecia y los Estados Unidos. Lo que se vuelve particularmente visible en un estudio a lo largo del tiempo es el papel de liderazgo del más grande y más capitalista de todos los países capitalistas, los Estados Unidos, donde se originaron todos los ajustes de tendencias del desarrollo: el fin del sistema de Bretton Woods y la inflación, el crecimiento de los déficits presupuestarios generado por la resistencia a los impuestos y por los recortes impositivos, el aumento de la actividad gubernamental financiera con deuda, la ola de consolidaciones fiscales de la década de 1990, la desregulación del mercado financiero como parte de una política de privatización de las funciones del Estado, y por supuesto, la crisis financiera y fiscal de 2008.
Las conexiones y mecanismos de causalidad que interesan a los sociólogos también operan en la dimensión temporal, y de hecho durante largos períodos de tiempo, en la medida en que están implicados la elaboración y el cambio de las instituciones o del conjunto de las sociedades. Tendemos a subestimar cuánto tiempo necesitan las causas sociales para producir sus efectos. Si preguntamos demasiado pronto si una teoría atinente al cambio o al fin de una formación social es adecuada o no lo es, corremos el riesgo de verla refutada antes de que haya tenido chance de probarse a sí misma. Un buen ejemplo es la bibliografía sobre globalización en la ciencia política de las décadas de 1980 y 1990, que, basándose ella misma en observaciones empíricas de la época, llegó a la conclusión de que la apertura de fronteras entre economías nacionales no tenía muchas probabilidades de producir efectos negativos sobre el Estado de bienestar. Hoy, sabemos que las cosas simplemente demoraron más tiempo, y que fue un error suponer que un sistema tan lenta y firmemente establecido como el Estado de bienestar europeo podría desaparecer o devenir en algo categóricamente distinto apenas unos años después de la internacionalización económica. A menudo, probablemente la mayor parte de las veces, el cambio institucional se hace lugar como un cambio gradual (Streeck y Thelen, 2005), que puede durante largo tiempo ser desdeñado como marginal, incluso después de que lo marginal se ha vuelto el centro y la fuerza principal que da forma a la dinámica del desarrollo.
Además de la naturaleza larga e incremental del cambio social e institucional -pero ¿cuán largo es largo?-, las tendencias sociales del desarrollo repetidamente se chocan contra factores contrarrestantes que pueden hacerlas más lentas o desviarlas, modificarlas o detenerlas. Las sociedades observan las tendencias que operan en ellas y reaccionan. Al hacerlo, muestran una inventiva que va mucho más allá que cualquier cosa imaginada por los cientistas sociales, incluso por aquellos que han identificado correctamente las tendencias subyacentes y socialmente polémicas. La crisis del capitalismo tardío en la década de 1970 debe haber sido visible incluso para aquellos que carecían de interés en su caída o autodestrucción. También ellos percibieron las tensiones más o menos agudamente diagnosticadas por la teoría de la crisis, y actuaron en consecuencia. Desde la perspectiva actual, esas reacciones aparecen como intentos exitosos -extendidos a lo largo de más de cuatro décadas- de comprar tiempo. Mientras la expresión común "comprando tiempo" no necesariamente implica un desembolso de dinero, claramente sí lo hace en este caso, y a gran escala. El dinero, la más misteriosa institución de la modernidad capitalista, sirvió para desactivar conflictos sociales potencialmente desestabilizadores, en principio por medio de la inflación, luego a través de crecientes préstamos gubernamentales, luego a través de la expansión de los mercados privados de crédito, y finalmente (hoy) por medio de la compra por parte de los bancos centrales de deuda pública y pasivos bancarios. Como mostraré más adelante, la "compra de tiempo" que pospuso y profundizó la crisis del capitalismo democrático de posguerra está estrechamente relacionada con el proceso epocal de desarrollo capitalista que hemos llamado "financiarización" (Krippner, 2011).
Con un marco de tiempo suficientemente amplio, el desarrollo de la crisis actual puede ser comprendido como un proceso evolutivo y también dialéctico. Dentro de una larga secuencia de desarrollo, lo que puede haberse interpretado varias veces en el corto plazo como el final de la crisis -y por tanto como una refutación de la versión prevaleciente de la teoría de la crisis- puede llegar a ser simplemente un cambio en la manifestación externa de los conflictos subyacentes y los déficits de integración. A las soluciones ostensibles nunca les lleva más de una década volverse problemas, o más bien, el viejo problema bajo una nueva forma. Cada victoria sobre la crisis se convierte antes o después en el preludio de una nueva crisis, a través de complejos e impredecibles cambios que, de uno a la vez, ocultan el hecho de que los mecanismos de estabilización solo pueden ser provisionales, dado que la expansión del capitalismo -la "conquista de territorio" por parte del mercado (Lutz, 1984; Luxemburg, 1913)- choca contra la lógica del mundo de la vida social.

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