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Vicente Palermo

La alegría y la pasión

Relatos brasileños y argentinos en perspectiva comparada


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Introducción

Este libro está destinado a brasileños y argentinos por igual. No se trata de un texto estrictamente académico sino de un ensayo, aunque me he valido de los más diversos materiales, desde libros, periódicos, artículos académicos propios y ajenos, hasta entrevistas y testimonios que yo mismo realicé, así como de mis experiencias de vida en ambos países. Que no sea un texto del todo académico significa que me he sentido más libre para formular mis afirmaciones, para generalizar a partir, a veces, de pocas observaciones, y para llevar a cabo comparaciones que podrían no resistir el rigor metodológico de la academia. No me arrepiento porque, por otra parte, la academia tiene sus propias ambigüedades, saltos comparativos e imprecisiones. A veces hay que pagar un precio para tener libertad para pensar, y eso es lo que he hecho aquí, abordando un tema como la comparación multidimensional entre Brasil y Argentina que parece inconmensurable.
El 24 de mayo de 2014, el famoso futbolista Ronaldo, miembro del Comité Organizador de la Copa Mundial de Fútbol, hizo declaraciones: culpó a los gobiernos por los atrasos en las obras y por las dificultades de Brasil para organizar el Mundial debido al exceso de burocracia: "Me siento avergonzado. No podemos estar dando esa imagen hacia afuera". Mostró su irritación con Paulo Coelho, que lo tildó de imbécil por haber dicho que no se hacía una Copa con hospitales sino con estadios.
El 25 de mayo, Cristina Fernández de Kirchner, en Buenos Aires, declaró: "No me interesa la unidad nacional para volver atrás, para no ocuparse de los pobres".
No me propongo aquí entrar en el mérito de ambas declaraciones, sino observar que ellas hacen patente la vigencia de llamativos tics que persisten a lo largo del tiempo. En el caso brasileño, un problema -los atrasos en las obras- es sentido como motivo de vergüenza, fuente de preocupación por la imagen que se da hacia afuera; en el caso argentino, una imputación -no quieren ocuparse de los pobres- es suficiente para problematizar la unidad nacional. Estos tics, que irrumpen abrupta e inopinadamente en cualquier momento o circunstancia, tienen raíces hondas y de larga data. Como muchísimos otros, se alimentan en la historia, en la cultura, en la cultura política, en los patrones identitarios que se han ido formando y transformando a lo largo del tiempo.
Creo posible aprehender muchos de esos tics, porque hablan elocuentemente de modos de ser y de sentir de las dos comunidades, y porque pueden ser comparados, revelando a través de esas comparaciones mucho de lo que en ambos casos se elabora -colectivamente a veces, por medio del historiador, el hombre de letras, o el ensayista en otros- como modos de comprender e interpretar el propio quehacer cultural y político, y que no siempre brasileños y argentinos conocen del otro.
Asimismo, me pareció importante dar cuenta de otro ángulo de la relación entre argentinos y brasileños: el de las imágenes -casi siempre convertidas en clichés por el uso- que tiene una comunidad sobre la otra. Esos clichés tienen fuerza persuasiva y son como cauces que se han cavado en los cursos de la relación recíproca, de los que resulta difícil salir.
Los últimos veinte años han sido muy diferentes para ambos países. La Argentina conoció la mayor debacle económica de su historia en el siglo XX y luego de ello una recuperación fulminante, pero que mal alcanzó para restaurar los indicadores sociales previos a la crisis, que ya eran muy malos. Brasil tuvo una mejoría lenta, gradual, pero con pocos retrocesos y, en especial en los gobiernos de Lula, conoció una fenomenal mejora de las condiciones de vida de millones de brasileños, muchos de los cuales salieron de la pobreza y en conjunto accedieron inéditamente al mercado de consumo (es lo que se ha denominado, equivocadamente, "nueva clase media"), que se expandió de modo fenomenal.
Hasta la década de 2010 el estado de ánimo dominante en Brasil era en algún grado autocomplaciente; una suerte de reedición del viejo ufanismo brasileño. Sin embargo, el ánimo más firme consistía en un talante enteramente nuevo: la expectativa de que problemas siempre considerados irresolubles, como la corrupción, la miseria, el subdesarrollo, podían ser resueltos. Las manifestaciones de protesta, que se extendieron por las principales ciudades, surgieron de la noche a la mañana y pusieron en evidencia una "revolución de las expectativas crecientes", tuvieron por blanco principal al Estado, imputándole tanto un uso perdulario de sus recursos como una pésima prestación de los servicios públicos. Los indignados brasileños, por lo que todo indica, han llegado para quedarse. La agitación de los meses previos al Mundial de Fútbol es un ejemplo de manual de disparador de la acción colectiva: ¿qué mejor posibilidad de tirar piedras al tejado de vidrio brasileño que cuando el mundo (recordemos el tic) tiene puestos sus ojos en Brasil? Si es así, los cambios positivos experimentados por la sociedad brasileña en las últimas décadas, y no los males y problemas que aquejan (sin duda) a Brasil, habrían conducido a una novedad, algo que no forma parte de la identidad histórica brasileña: las manifestaciones y las protestas. Hay expectativas de una mejora mayor en los estándares sociales, pero junto a ello hay una menor tolerancia a la desigualdad. Y esta tesitura se expresa en el único lugar que era posible, ya que los partidos carecen por completo de medios para canalizarla.
Entre tanto, los indignados argentinos tienen muchas más diferencias que semejanzas con los movilizados brasileños. Han salido a la calle masivamente los miembros de una clase media que ha experimentado una mengua en sus ingresos y la pérdida de posiciones relativas, o que han sido testigos de cómo eso ocurre con personas o familias de su misma condición. Sin embargo, no están en condiciones de formular demandas corporativas en el terreno económico, y en cambio han sido especialmente sensibles a una agenda institucional: la concentración desaforada del poder, la corrupción organizada desde el centro del poder político. Si en el caso brasileño la democratización social aparejada a la mejora de las condiciones de vida ha hecho posible y hasta necesaria la protesta, en el argentino los indignados pertenecen a sectores sociales que han visto cómo sus posiciones se ponen en jaque, cómo han de hacer un esfuerzo mayor para proporcionar a sus hijos una educación no siempre de excelencia, y cómo un gobierno que aumenta los impuestos es a su vez insanablemente corrupto. En Argentina y Brasil, los indignados exigen al poder no solamente ser escuchados, sino también una atención perentoria de sus reclamos, pero en ambos países son diferentes, y en Brasil representan una práctica expresiva novedosa. Por fin, en ambos casos, la juventud es un segmento importante de quienes se movilizan (aunque los jóvenes no han sido preponderantes, por ejemplo, en las manifestaciones contra la reelección presidencial en la Argentina). Sin embargo, aun así, no ha tenido lugar la constitución de una identidad juvenil, no es tan claro que los jóvenes que se movilizan lo hagan en tanto jóvenes. Esto es bastante raro en el caso de la Argentina que ha contado siempre con juventudes capaces de dar a la política un color peculiar, y menos sorprendente para Brasil, donde el activismo juvenil fue históricamente menor.
Este libro, siempre orientado por la comparación de los dos países, se ocupa de muchas paradojas como esta, recorriendo senderos históricos, políticos, culturales y sociales.

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