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Gérard Duménil y Dominique Lévy
La gran bifurcación
Acabar con el neoliberalismo
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Introducción. Los caminos del cambio social
Este libro nace de la convicción de que nuestras sociedades de los viejos centros, Europa y Estados Unidos, han tomado desde hace alrededor de treinta años caminos de regresión social. Evidentemente, este juicio no significa blanquear el pasado, pero es inevitable reconocer que las trayectorias actuales van en sentido contrario al progreso. Ya estamos familiarizados con las manifestaciones de esas tendencias regresivas: estancamiento del poder adquisitivo del mayor número, desastres ecológicos y calentamiento del planeta, erosión de las protecciones sociales, retrocesos en materia de educación e investigación, invasión de todas las esferas de la vida por las prácticas mercantiles y financieras. La crisis en curso acentúa esas tendencias, porque sirve de pretexto para las presiones que se ejercen sobre las clases populares. En el plano político, el objeto de este libro es la inversión de esas dinámicas.
Este juicio se basa en una visión cuyo punto de vista es el de una verdadera izquierda: el futuro de la humanidad solo podrá erigirse sobre una "convivencia" solidaria e igualitaria, basada en valores sociales y culturales que impriman su nobleza a las vidas colectivas e individuales. Con las implicaciones evidentes: luchar contra las desigualdades, esperar de cada uno su contribución al trabajo colectivo, garantizar los derechos con independencia de cualquier jerarquía de poder o de patrimonio, hacer que las exigencias relativas a la preservación del medio ambiente pesen lo mismo para todos, proteger a los más débiles. Ese proyecto choca con las prácticas de las fuerzas de derecha que buscan la consolidación del interés de minorías privilegiadas, y cuyo pilar ideológico es el elitismo: la pertenencia a esas minorías es vista como una expresión de cualidades intrínsecas superiores de los individuos y los grupos que la componen: un orden jerárquico que se debe proteger en nombre de la excelencia y de la eficacia.
Las utopías ¿están realmente muertas y enterradas? A pesar de que no vamos a intentar aquí reconstruir la historia de las sociedades modernas, se impone retroceder alrededor de doscientos cincuenta años. Las revoluciones del siglo XVIII se hicieron en nombre de ideales como los que la Revolución francesa inscribió en los frontones de los templos de la República: "Libertad, Igualdad, Fraternidad". Era la época de una burguesía conquistadora, con una capacidad de revolucionar las estructuras sociales del pasado que no vaciló en señalar Marx, a quien nadie podría acusar de complacencia. Para alcanzar sus fines y hacer surgir un mundo nuevo, esa burguesía supo utilizar la palanca representada por las clases populares. Pero, en forma recurrente -desde Thermidor (julio de 1794) hasta las jornadas de junio de 1848 en Francia- esa misma burguesía supo dominar por la fuerza de la represión a las corrientes populares que vehiculaban ideales igualitarios amenazantes, como los de la Convención. La república popular, apenas llevada a la pila bautismal, dejó el lugar a la república burguesa. Los trabajadores tuvieron que entender que el sufragio universal no garantizaba el poder del pueblo.
Los hombres nacen todos libres e iguales en derechos, aun cuando no vivan en consecuencia, pero las mujeres no pueden aspirar al mismo estatuto que los "hombres" del otro sexo. Y tuvo que transcurrir mucho más tiempo para que vastos segmentos, considerados como pertenecientes a "razas" subalternas, adquiriesen un estatuto pleno y entero en el seno de esa humanidad. Tales fueron las vías del progreso social, demasiado lentas, tortuosas y tan selectivas. Muy pronto emergió una conciencia minoritaria, que advertía que la igualdad postulada en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 estaba en suspenso al borde de un abismo, abierto por la concentración de la riqueza en manos de una minoría. Fue en ese contexto que nació el proyecto de emancipación radical de Gracchus Babeuf, calificado poco después de "comunista". La igualdad no pasaba de ser una palabra vana si la ambición de nivelar las diferencias no ponía en cuestión la propiedad capitalista.
Con el desarrollo de la gran industria se operó la transformación social de gran envergadura destinada a metamorfosear la fisonomía de los enfrentamientos. Las evoluciones en marcha generaron una clase obrera cuyas dimensiones y capacidad de organización superaban ampliamente las de los trabajadores de los talleres. En el punto de encuentro de las luchas obreras y la efervescencia intelectual del siglo XIX nació el proyecto socialista en sus diversas formas (fourierista, lassalliana, proudhoniana, etcétera). En el seno de esas corrientes surgió una figura mayor cuyo pensamiento, durante su vida y sobre todo después de su muerte, iba a modificar el curso de la historia: Karl Marx, a quien es imposible separar de Friedrich Engels. Marx retomó por su cuenta la idea socialista y comunista y trató de darle fundamentos científicos. A eso se sumó naturalmente el internacionalismo, con miras a la coordinación de las luchas obreras por entonces en plena expansión. Ya no se trataba de un simple proyecto progresista sino de una emancipación social radical, la humanidad saliendo de su prehistoria. Más allá del capitalismo, la clase obrera debía llevar a cabo una tarea doble: su emancipación social iría acompañada por el establecimiento de un orden económico organizado, el sustituto finalmente descubierto de la anarquía capitalista. En el horizonte se perfilaba un mundo idílico por construir, cuyos contornos Marx, confiando en la creatividad de las prácticas, no intentó dibujar con mucha precisión. La Comuna de París trazó caminos, los de una iniciativa popular que se resguarda de las jerarquías inherentes al ejercicio del poder.
Fue en Alemania, país industrial de vanguardia, que se consolidaron las corrientes "socialistas" o "socialdemócratas". Los caminos de la reforma y de la revolución se entrelazaron en forma tan estrecha que hoy parece muy difícil desenredar esa madeja. Pero los acontecimientos que debían conducir a la toma del poder y a la eliminación de las relaciones burguesas no siguieron el curso que Marx había pronosticado confiando en el potencial revolucionario de una clase obrera avanzada. Fue en Rusia que la revolución triunfó, bajo la enérgica conducción de Lenin y los bolcheviques, mientras que en otros países era aplastada. Como es sabido, se produjo una gran división en el seno del movimiento obrero que se declaraba marxista, con la creación en 1919 de la Internacional comunista (o Tercera Internacional). El término "comunista" pasó a ser el marcador del radicalismo revolucionario, al tiempo que el término "socialismo" tendía a designar a las corrientes reformistas que rehusaban alinearse. Es preciso recordar asimismo la lucha igualmente heroica de los revolucionarios chinos, desde la introducción de los análisis de Marx en China a fines del siglo xix, pasando por la creación del Partido Comunista en 1921, hasta la toma del poder en 1949.
Pero es a la segunda fase de ese proceso que debemos prestar atención ahora. La consigna "Todo el poder a los soviets" no sobrevivió a la victoria. En todos los casos, los que se instalaron en el poder en lugar del proletariado fueron los cuadros políticos.
(...)
La primera parte de este libro propone un marco teórico para la interpretación de las dinámicas históricas del modo de producción capitalista: la renovación de las estructuras de clase (en particular el ascenso de nuevas clases de cuadros), el papel y la forma de las luchas de clases, el sentido de los conceptos de derecha e izquierda en función de lo anterior, la sucesión de las fases del capitalismo hasta la más reciente, el capitalismo neoliberal. Ese análisis permite afirmar que nuestras sociedades se hallan hoy enfrentadas a una "gran bifurcación". ¿Qué nueva fase de la historia de las sociedades humanas sucederá al capitalismo neoliberal? ¿Nuevas formas de dominación de las clases superiores o nuevos caminos de progreso y emancipación? ¿Cuáles son los horizontes que se abren?
Las partes segunda y tercera se adentran en los engranajes más técnicos que gobiernan esas dinámicas, principalmente los de la economía. Se trata, una vez más, de aprender del pasado (de otros estados de las sociedades y de las economías, de otras crisis) y de interpretar la gran coyuntura histórica actual (la crisis, las contradicciones, las relaciones de fuerzas).
Finalmente, la cuarta parte intenta extraer las enseñanzas de ese marco teórico y de esos materiales históricos para responder a las preguntas concernientes al futuro de las sociedades estadounidense y europeas. ¿Cómo será ese post-neoliberalismo cuyos signos anunciadores se acumulan? ¿Cómo estimar las chances de las vías alternativas a un lado y otro del Atlántico en el futuro más o menos próximo y a más largo plazo? Jugando con la dialéctica de lo predictivo y lo normativo, el libro se cierra con una visión de la estrategia que consideramos concebible para salir de la crisis y reabrir los caminos del progreso social: la de un nuevo compromiso de clase a la izquierda en Europa.
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