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Cass R. Sunstein

Riesgo y razón

Seguridad, ley y medioambiente


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Prologo a la segunda edición. El terror mismo

En el otoño de 2002, un par de francotiradores mataron a diez personas en la zona de Washington, D.C. Las víctimas fueron elegidas al azar. Incluían hombres y mujeres, jóvenes y viejos, blancos y afroamericanos. Cada uno de estos asesinatos constituyó, por supuesto, una tragedia, pero los actos de estos francotiradores también afectaron a millones de otras personas. Muchos ciudadanos temían que luego les tocara a ellos. El temor, a veces débil y otras veces muy intenso, se apoderó de la zona. La conducta de la gente se modificó por completo. Veamos sólo unos pocos ejemplos:

*Muchos distritos escolares pusieron sus cursos bajo un "código azul" que estipulaba que los estudiantes se mantuviesen dentro de los edificios escolares y les prohibía que abandonasen las instalaciones para comer o para realizar actividades al aire libre: casi un millón de niños resultaron afectados.
*Muchas personas redujeron en forma drástica sus actividades públicas. Numerosos ciudadanos dejaron a ir a gimnasios y clubes que tuvieran grandes ventanales en el frente; otros empezaron a usar chalecos antibalas o a protegerse detrás de las puertas de los vehículos mientras les ponían gasolina.
*En varias escuelas de la zona se cancelaron los exámenes de acceso a la universidad.
*Se cancelaron o postergaron numerosos acontecimientos deportivos, incluidos el fútbol recreativo para niños de 6 años, el tenis para alumnas de colegios secundarios, el hockey sobre césped y el béisbol.
*En Winchester, Virginia, se cancelaron todas las excursiones escolares.
*Decenas de cafeterías Starbucks quitaron sus asientos de las aceras.
*El sistema escolar del condado de Prince George, en Maryland, canceló sine die todas las reuniones atléticas.

Hay algo muy extraño acerca de los extraordinarios efectos de la acción de los francotiradores. Para la gente de la zona, los francotiradores provocaron un incremento minúsculo del riesgo. Supongamos que hubiera cinco millones de personas en riesgo y que el francotirador proyectara matar una persona cada tres días. En ese caso el riesgo estadístico diario era de menos de uno en un millón, y el riesgo estadístico semanal era de menos de tres en un millón. Estos riesgos son insignificantes, mucho menores que los riesgos vinculados con numerosas actividades diarias acerca de las cuales los seres humanos no expresan ni la menor preocupación. El riesgo diario, por ejemplo, era menor que el riesgo de uno en un millón por beber treinta bebidas sin alcohol con sacarina, por conducir vehículos a lo largo de 150 kilómetros, por fumar dos cigarrillos, por abordar diez vuelos, por vivir durante dos semanas en una casa con un fumador, por vivir en Denver en lugar de Filadelfia durante cuarenta días y por comer treinta y cinco rebanadas de pan fresco. El riesgo real nunca podría haber sido suficiente para justificar los altos niveles de ansiedad y miedo, que llevaron a muchas personas al borde de la histeria. La magnitud de la alarma nunca podría justificarse por la magnitud del riesgo.
Esta pequeña historia de miedo excesivo ilustra un fenómeno muy difundido. Podría haber elegido muchos otros ejemplos: el temor al secuestro de niños, la epidemia de SARS [síndrome respiratorio agudo severo], los alimentos modificados genéticamente, la enfermedad de la vaca loca, los depósitos abandonados de desechos peligrosos, los ataques terroristas. En todos esos casos, los temores de la gente han sobrepasado a menudo la realidad. De hecho, el temor injustificado constituye uno de los problemas más serios que enfrentan las sociedades modernas y el mundo como un todo. Una razón de ello es que ese temor puede provocar grandes problemas en la propia vida de cada uno de nosotros. El miedo tiene también enormes efectos de onda que producen pérdidas económicas y de otro tipo. Para los gobiernos, el miedo injustificado lleva a la adopción de políticas y la sanción leyes que hacen mucho más daño que bien. El temor injustificado tiene un socio, o una imagen especular: el descuido de los verdaderos peligros -como aquellos que provienen de una mala dieta, de la obesidad, de la contaminación del aire en interiores y de la exposición al sol-, que constituyen amenazas significativas para la salud y la longevidad de las personas.
Uno de los principales objetivos de este libro es entender el temor injustificado y ver qué es lo que se puede hacer al respecto. Si consideramos los ataques de francotiradores en Washington, podremos obtener dos claves acerca de los orígenes del miedo. Cuando la gente carece de información acerca de la probabilidad de daño real, tiende a recurrir a lo que los psicólogos llaman la heurística de disponibilidad. Al emplear la heurística de disponibilidad, la gente responde a la cuestión de la probabilidad viendo si hay ejemplos que les vengan a la mente con facilidad. En lugar de investigar la realidad se preguntan: "¿Puedo pensar en un ejemplo?". Para quienes carecen de información correcta no resulta irracional emplear la heurística de disponibilidad, una heurística que puede llevar a grandes errores. Si un incidente está rápidamente disponible en la mente pero es estadísticamente infrecuente, la gente va a sobrestimar el riesgo; si no vienen ejemplos a la mente pero el riesgo estadístico es alto, la heurística puede dar a la gente una sensación injustificada de seguridad. Es indudable que el temor al ataque de francotiradores en la zona de Washington fue incrementado por la gran prominencia de los escasos episodios, y en consecuencia por la heurística de disponibilidad. Lo mismo ocurre con el miedo excesivo a determinadas enfermedades y crímenes. (Hay aquí una lección acerca de por qué el terrorismo funciona.)
Existe otra explicación. Cuando se desatan fuertes emociones, la gente tiende a centrarse en el caso peor y no piensa en absoluto acerca de cuestiones de probabilidad. El fenómeno del descuido de la probabilidad tiene lugar cuando la gente se muestra altamente sensible a los resultados y cuando las variaciones significativas en su probabilidad no afectan mucho el pensamiento y la conducta. Si cunden las emociones, son grandes las posibilidades de que se descuide la cuestión de la probabilidad. La idea de ser muerto por un francotirador en una gasolinera o en un campo de juego es, por decir lo mínimo, extremadamente emocional. Muchos de los que modificaron su conducta como respuesta a las matanzas de los francotiradores se centraron en el mal resultado y descuidaron por entero la probabilidad.
El temor injustificado es producido a menudo por alguna combinación de la heurística de disponibilidad y el descuido de la probabilidad. Pero un planteo de este tipo, que se centra sólo en cómo piensan los individuos, pasa por alto algo importante. En principio está "disponible" una cantidad innumerable de riesgos, y los riesgos innumerables pueden, en teoría, poseer el tipo de prominencia que podría llevar al descuido de la probabilidad. Los riesgos vinculados al poder nuclear están disponibles para los estadounidenses, pero mucho menos para los ciudadanos de Francia, quienes en gran parte se desentienden de ellos. En muchas comunidades, los riesgos vinculados al sexo inseguro (que mata a decenas de miles de estadounidenses todos los años) no tienen mucha prominencia. Pero en algunas comunidades esos riesgos realmente se destacan. Los estadounidenses no temen los riesgos vinculados a la modificación genética de los alimentos, si bien en principio esos riesgos estarían "disponibles", como lo están en muchas partes de Europa.
Obviamente, la disponibilidad de los riesgos y los riesgos con los que se relaciona el descuido de la probabilidad varían de un lugar a otro. Los depósitos abandonados de desechos peligrosos no constituyeron una fuente prominente de riesgo hasta alrededor de 1980, cuando la controversia acerca de Love Canal convirtió a esos sitios en materia de seria preocupación. De ahí que la disponibilidad varíe con el tiempo. Algunos riesgos estadísticamente fuertes no provocan mucho temor. En muchas comunidades, los riesgos relacionados con el consumo de tabaco (matador de centenares de miles de estadounidenses anualmente) no son en absoluto prominentes. ¿Por qué?
Para responder esta pregunta precisamos saber algo acerca de interacciones sociales, acerca de cómo la gente aprende, y de cómo se transmite la información. En muchos casos de riesgos de alta visibilidad y escasa probabilidad, la conducta y las preocupaciones de los medios desempeñan un papel importante. Muchas "epidemias" percibidas no lo son en realidad, sino que son más bien productos de la cobertura por parte de los medios de episodios que no son representativos pero que captan la atención. Es probable que la atención prestada a esos incidentes procure disponibilidad y destaque, promoviendo una estimación de probabilidad erróneamente alta y, al mismo tiempo, cierta medida de descuido de la probabilidad. (Piénsese en los ataques de tiburones o los secuestros de niños.) En el contexto de los ataques de francotiradores, la intensa cobertura de los medios constituyó la fuente central del temor social, y ayudó a lograr que se dedicaran grandes cantidades de recursos privados y públicos a la reducción del riesgo. Y conociendo la importancia de la cobertura mediática, grupos privados bien organizados -algunos guiados por intereses totalmente egoístas, otros altruistas y en pos de una causa social- a menudo dirigen todos sus esfuerzos a atraer la atención pública hacia determinados riesgos. De ahí que una táctica común sea publicitar un episodio que provoque a la vez disponibilidad y prominencia. El ejemplo más extremo y maligno son, por supuesto, los propios terroristas, que emplean ataques de alta visibilidad para convencer a la gente de que "no pueden estar a salvo en ninguna parte".
Aquí tenemos una advertencia importante. Cuando los periódicos, las revistas y los programas de noticias ponen énfasis en riesgos improbables, las preocupaciones de la gente van a carecer de proporción con la realidad. Y frente a la ceñida atención de los medios va a crecer la demanda de respuestas legales. Es probable que el gobierno responda. Si los funcionarios públicos atienden preocupaciones injustificadas, gastaremos demasiado de nuestro dinero y de nuestro tiempo en precauciones sin sentido. Podemos inclusive tomar medidas que en realidad incrementen los riesgos que enfrentamos. En algunos contextos, incluido el de la protección contra el terrorismo, esos pasos van a comprometer la propia libertad. Y esas mismas medidas nos van a tornar aún más temerosos. Al mismo tiempo, vamos a dejar de atender peligros realmente serios para nuestra vida cotidiana. Y el gobierno mirará desde la tribuna.
Para quienes estén interesados en permanecer sanos y alargar sus vidas, la lección es sencilla: concéntrense en la probabilidad de que el daño realmente ocurra. Los millones de estadounidenses que han estado preocupándose por el terrorismo harían mucho mejor en perder peso, cuidarse del sol, conducir con cuidado y dejar de fumar. Para los que se interesen por las políticas y la legislación, la lección es un poco más compleja. El temor público es un problema real, inclusive si es injustificado, y un gobierno perjudica seriamente a los ciudadanos si ignora sus preocupaciones. Pero en una democracia, tanto los ciudadanos como los líderes saben que el gobierno puede hacer cosas mucho mejores que apoyarse en las intuiciones humanas acerca del miedo. Los objetivos principales de este libro son ver cómo y por qué esas intuiciones andan descaminadas e investigar qué pueden hacer los individuos y las naciones para mejorarlas.

 

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