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Matías Dewey
El orden clandestino
Política, fuerzas de seguridad y mercados ilegales en la Argentina
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Prefacio - 1. Introducción
Prefacio
En la Argentina, la sistemática implicación de representantes gubernamentales y estatales en delitos de todo tipo suele entenderse como un problema individual, de gente "corrupta" y "amoral". Ellos son -según esta mirada- políticos, jueces, fiscales, policías, agentes aduaneros, militares, inspectores y burócratas, que sacan provecho del poder que les fue otorgado. Mientras tanto, esta situación convive con la experiencia cotidiana de que una serie de mercados ilegales funcionan y se expanden con asombrosa facilidad. El comercio de las drogas como el paco, la cocaína y las anfetaminas ha crecido tan vertiginosamente como el mercado de servicios financieros ilegales y de divisas extranjeras. Y algo similar sucede con el comercio de indumentaria producida ilegalmente o el contrabando de diversos tipos de artículos, dos fenómenos que han desembocado en una constante ferialización del espacio público. Otros mercados como el de autopartes provenientes del desmantelamiento de vehículos robados y el tráfico de personas han conseguido consolidarse y convertirse en fenómenos crónicos. A los gobiernos y a los representantes del Estado no solo se les adjudica inmoralidad sino que parecen ser impotentes frente al avasallante crecimiento de actividades económicas ilegales.
El presente estudio, resultado de dos extensos proyectos de investigación sociológicos, trata sobre cómo la construcción de poder estatal y gubernamental en la Argentina está íntimamente ligada a la expansión de diversos mercados ilegales. A lo largo de este libro pretendo mostrar que la "corrupción" y la "amoralidad" no son problemas individuales sino que responden a un patrón institucionalizado de comportamiento estatal que permite la acumulación de poder y el manejo de la población. Dicho patrón consiste en una constante venta de protección estatal a quienes operan en mercados ilegales. La ilegalidad, en otras palabras, no es marginal sino central para la construcción de poder y el buen gobierno.
Con la ayuda de evidencia novedosa referida al mercado de las autopartes ilegales y a La Salada, ambos en el conurbano bonaerense, mi intención es mostrar que, lejos de una supuesta impotencia gubernamental, existe un continuo aprovechamiento de externalidades políticamente útiles que provienen del funcionamiento de economías ilegales. Esas ganancias políticas -votos, neutralización de protestas, fomento del trabajo informal, incremento del consumo de bienes o control ilegal de la criminalidad- terminan dando forma a un Leviatán que está lejos de ser débil.
Posiblemente el lector crea que otros mercados ilegales son más relevantes en términos del daño humano y material que causan, o que problemas tales como el financiamiento partidario o la institucionalidad de las organizaciones políticas deberían haber sido abordados. Realizar entrevistas, acceder a documentos y realizar observaciones en el ámbito de los mercados ilegales en la Argentina no es una empresa sencilla. Detrás de las páginas de este libro se esconden seis años de trabajosa recopilación de información proveniente de entrevistas, trabajo etnográfico y documentos oficiales. Además, se trata de una problemática que, con destacadas excepciones, no ha despertado el interés académico y, por consiguiente, la literatura seria disponible es muy escasa. Este libro pretende ser el puntapié inicial de una discusión abierta sobre el financiamiento partidario ilegal, la institucionalidad de los partidos políticos y el rol de los mercados ilegales en democracia, temas que este estudio no ha podido abarcar pero que, sin lugar a duda, son urgentes.
Nota aclaratoria: con el propósito de proteger la identidad de informantes claves, tanto los nombres de los entrevistados como de lugares específicos han sido cambiados por otros de fantasía. Esta regla no fue aplicada en los casos de personas públicas que no solicitaron el anonimato.
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1. Introducción
José entra, saluda y pregunta si tiene que apagar el celular. Le dicen que no, que se quede tranquilo, que está entre amigos. En las dos horas que duró la conversación, abundó en detalles; se sentía en confianza. Estábamos los tres -él, otro antiguo dirigente político y yo- sentados en el despacho de un estudio jurídico, ubicado detrás de una farmacia y a metros de la municipalidad. José tomó una lapicera y en una hoja en blanco comenzó a dibujar una especie de mapa, en un intento por explicarme por qué la toma de tierras en esa parte del conurbano bonaerense se había expandido de tal manera. Como secretario de Gobierno, José sabía muy bien de lo que estaba hablando: Hijo, te estás metiendo en el lugar de más quilombo del conurbano -dijo con tono de advertencia-. La zona más problemática -agregó, mientras se tocaba la nariz simulando aspirar cocaína- está acá ¿entendés?; y señaló su mapa, esperando que le dijera que sí, que había entendido su gesto. Hijo -repitió con tono paternal-, acá todo es posible, todo lo que sea negocio y que sea negocio clandestino es posible. Acá lo único que importa es la caja; nosotros teníamos otro proyecto político, pero esto se convirtió en una familia, una gran familia mafiosa.
En nuestro país, la alianza entre la política y las fuerzas de seguridad, fusionadas por el elixir de negocios prometedores, es una auténtica matriz al servicio de la producción del orden social. Ya sea a nivel local, provincial o nacional, esta alianza -deseada o no- ha dado frutos que se confunden con los deberes legítimos del Estado. Acudir a los mercados ilegales, poner un pie en ellos e incentivar ciertos intercambios, se ha instalado como un patrón destinado a ampliar los márgenes de maniobra políticos y permitir el gobierno de la población. El resultado es una convivencia subterránea que, a lo largo de los años, ha transformado radicalmente la práctica política, ha profundizado los vicios de las fuerzas de seguridad y ha expandido la variedad de los negocios ilegales. Todos se necesitan, todos van cambiando, pero ese orden permanece.
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