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José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski
"Cómo sucedieron estas cosas"
Representar masacres y genocidios
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1. Introducción. Problemas teóricos e historiográficos
El tema que estudiaremos en este libro es el de la representación de la masacre histórica, entendida esta como el asesinato masivo de individuos usualmente desarmados y sin posibilidad de defenderse, para el que se utilizan métodos de homicidio excepcionalmente crueles, en tanto que las víctimas, vivas o muertas, son tratadas con gran desprecio. Fenómenos del tipo han tenido lugar desde períodos muy tempranos de la historia humana y, en general, siempre que han ocurrido, quienes buscaron explicarlos y contarlos, ya sea mediante textos, imágenes u otros medios, enfrentaron problemas enormes. Nuestra pesquisa en torno a esas representaciones tendrá, en consecuencia, objetivos múltiples. Buscará, por un lado, comprender mejor las causas de esas dificultades para expresar lo ocurrido. Intentará, por otra parte, estudiar los intentos realizados pese a esos límites, y rastreará en ellos similitudes y regularidades, recursos compartidos e innovadores, que sirvieron a quienes se aproximaron a los hechos como una vía para acometer una tarea considerada a priori imposible. Pero nuestro esfuerzo no se orienta solamente a textos e imágenes y su relación con otros textos e imágenes. Estamos convencidos de que un estudio como este puede hacer que hallemos algunas claves sobre la verdad de lo acontecido en el pasado y las relaciones de dominación que, exacerbadas al máximo, llevaron a una disparidad tal que hizo pensable el exterminio de un grupo como algo necesario e incluso deseable.
En este sentido, creemos que un análisis de representaciones recientes y remotas de la masacre es también una empresa de gran actualidad, por cuanto podría acercarnos a la detección de algunas condiciones de posibilidad sociales y culturales para los intentos de aniquilación de grupos humanos. Las grandes masacres históricas no eran fenómenos desconocidos en la Antigüedad clásica. La matanza de los atenienses en Egina narrada por Heródoto; la destrucción de Melos a manos de los atenienses en 416 a.C. relatada por Tucídides; los asesinatos registrados durante el Segundo Triunvirato en 43 a.C. relatados por Appiano; la destrucción de los habitantes de Alejandría por orden de Caracalla en 215... Todos estos acontecimientos tienen aspectos en común con las masacres modernas: lo sucedido fue considerado por los antiguos coetáneos como un hecho de horrenda maldad, se empleó una metáfora cinegética para contarlos (Appiano describió a los asesinos como "perros de caza"), las víctimas fueron muchas veces llevadas a su destrucción mediante engaños de diverso tipo, los perpetradores buscaron eliminar tanto a los testigos cuanto las evidencias de los hechos, las matanzas fueron tan atroces que interrumpieron las cadenas de causas y efectos y, en consecuencia, el lenguaje u otros medios de representación fueron considerados inadecuados para describir tales episodios, incluso si el intento de hacerlo no cesó nunca. Pero hay también diferencias radicales entre las masacres de la Antigüedad clásica y las de los tiempos modernos: las matanzas griegas y romanas eran en general estallidos breves, que duraban unos pocos días a lo sumo y, por lo general, no se basaban en una superioridad técnica evidente.
Es obvio que las masacres recientes influyen en nuestro modo de concebir las del pasado remoto. La Shoah fue un hecho de tan grandes consecuencias y de una enormidad tal que aún da forma a las maneras en las que buscamos abordar otras masacres y sus representaciones. Las atrocidades nacionalsocialistas tuvieron como consecuencia, en primer lugar, la aparición de una nueva figura del derecho penal internacional, el crimen de genocidio, un proceso que debe mucho al abogado polaco norteamericano Raphael Lemkin, quien impulsó la adopción del término desde 1944. El condicionamiento de nuestra aproximación al pasado por hechos recientes es un problema que nos toca de cerca, por cuanto el caso argentino sigue aún en busca de una resolución histórica y judicial que permita una comprensión cabal de los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar de 1976-1983. Pero la actualidad del problema no es solamente argentina. En los últimos años una corte mixta ha seguido en Camboya un proceso judicial contra los líderes del régimen khmer rouge por el genocidio perpetrado entre 1975 y 1979, durante el cual perecieron un millón y medio de personas. El genocidio ruandés de 1994, que se cobró 800 000 vidas en 100 días, fue seguido casi de inmediato por un juicio de la Corte Penal Internacional en Tanzania y un proceso de elaboración colectiva que hoy continúa. La masacre de Srebrenica estremeció a Europa durante la división de Yugoslavia con un genocidio, perpetrado en un continente que había pretendido dejar atrás hechos como ese luego de las experiencias del siglo XX. Sus responsables fueron condenados en La Haya: particularmente Ratko Mladic y otros líderes, juzgados por la matanza de musulmanes ocurrida en el año 1995 en aquella ciudad de Bosnia. La crisis humanitaria de Darfur durante la primera década del siglo XXI emergió cuando guerreros sudaneses llamados janjawid provocaron el desplazamiento de dos millones de personas y 300 000 víctimas desde 2003 hasta casi nuestros días. En Cachemira, de 1999 al presente, se han contado entre 40 000 y 70 000 víctimas, entre 8000 y 10 000 desaparecidos, crímenes cuya responsabilidad cabe a un régimen democrático y constitucional como el estado indio, que reconoce entre sus fundamentos la prédica pacifista de Mahatma Gandhi. En Myanmar (Birmania), la minoría musulmana de los rohingya, integrada por alrededor de 750 000 personas, es en este mismo momento objeto de una persecución por parte de fuerzas estatales y paraestatales, que pone en riesgo su supervivencia individual y como grupo.
Sin embargo, pese a todo ello, procuraremos evitar el anacronismo y buscaremos las respuestas a interrogantes sobre el pasado en ese propio pasado y no en los sucesos del presente. Tenemos conciencia de los riesgos y las dificultades que implica una pesquisa comparativa en la larga duración. Es para evitar peligros mayores que decidimos concentrar nuestro estudio en el mundo occidental, de la Antigüedad clásica al siglo XX, cuyas coordenadas culturales nos resultan familiares, y solo referirnos a lo ocurrido en otros lugares con cautela. Más aun, buena parte de nuestras fuentes proviene de la modernidad temprana, pues es este el horizonte temporal y espacial que mejor conocemos. Nuestra búsqueda no pretende igualar fenómenos diversos ni proponer la existencia de constantes estructurales o antropológicas para la representación de la masacre en la larga historia de Occidente. Intenta, en cambio, echar luz sobre por qué surgieron, prosperaron, declinaron y, en ciertos casos, volvieron a emerger algunas maneras de representar fenómenos de violencia colectiva radical. Deseamos comprender mejor sus usos y apropiaciones en diversos contextos, tanto por parte de los perpetradores cuanto en la voz y la imaginación de los defensores de las víctimas, pues creemos que es posible entender un hecho límite como la masacre a partir de su inclusión en marcos retóricos y estéticos que garantizan una distancia objeto-sujeto capaz de desvelarnos algo contundentemente real de aquel factum de otro modo intolerable.
El tópico de las relaciones entre hechos, verdad y relato es particularmente sensible en eventos como estos, que por sus características específicas comprometen emocionalmente y de manera necesaria al historiador. Son evidentes las dificultades enormes del relato y la representación de los hechos que pueden englobarse en el concepto general de masacres, sean antiguas, modernas o contemporáneas. Pese a tales obstáculos, el intento de narrarlas, describirlas y retratarlas no cesa, y en tales ensayos se utilizan dispositivos discursivos, retóricos o pictóricos de diverso tipo. ¿Cuál es la naturaleza y el origen de aquello que, por brevedad y siguiendo la formulación clásica de Saul Friedlander, denominamos los límites de la representación? En principio, podría decirse que en las masacres y los genocidios la representación y la interpretación se ven restringidas en comparación con lo que ocurre en el caso de otros fenómenos históricos porque se trata de hechos extremos, que ponen a prueba las categorías usuales de conceptualización. El intento voluntario y sistemático de eliminar por completo un grupo humano no tuvo lugar una sola vez en la historia, pero cada vez que se hizo presente fue considerado un suceso de una enormidad tal que desafiaba los marcos éticos, retóricos y analíticos disponibles. Sin embargo, como también fue frecuente que los autores de tales atrocidades intentaran por todos los medios ocultar los rastros de sus acciones, quienes simpatizaban con las víctimas buscaron dar testimonio de lo ocurrido: registrar el máximo desgarramiento se volvió una necesidad apremiante.
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