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Autores varios
Lesa humanidad
Argentina y Sudáfrica: reflexiones después del Mal
editado por: Claudia Hilb; Lucas G. Martín y Philippe-Joseph Salazar
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Prólogo
Dañada, maltratada, lesa humanidad.
¿Cómo puede una comunidad política rehacerse como tal, o hacerse tal, tras el daño? ¿Se puede castigar, se puede juzgar, se puede perdonar el Mal? Echadas a rodar estas preguntas, otras, poderosas, dolorosas, inquietantes, se desencadenan. ¿Qué tipo de relación se puede establecer, que clase de relación se establece, con los agentes del Mal en el momento en que la culminación del Mal abre paso a su tratamiento? ¿Es posible, es deseable, distinguir entre males menores y mayores, entre categorías de víctimas, o entre categorías de victimarios? ¿Es posible asignar el dolor completamente a unos y el mal completamente a otros? ¿Qué memoria ha de elaborar una comunidad respecto de aquello que de todas formas no puede olvidar, cómo asume una comunidad el enigma y el dolor de haber soportado lo que nunca debió haber permitido, cómo asume la pregunta elemental sobre la responsabilidad comunitaria: cómo pudo haber ocurrido lo que nunca debió suceder? Y también: ¿cómo se pone en juego lo humano en el tratamiento que cada comunidad da a lo inhumano? ¿Qué reparación para lo humano lesionado, qué reconocimiento de lo humano en lo inhumano y qué porvenir para la humanidad en nuestras comunidades? ¿Qué nos dice nuestra mirada sobre el pasado acerca de nuestra capacidad de imaginar el futuro? ¿Cómo es imaginar un futuro sin dolor, un futuro sanado, reparado, en medio del dolor? ¿Cómo atesorar el futuro en el dolor?
La verdad, la memoria, la amnistía, la reconciliación, esos y otros términos que conforman el léxico del tratamiento del daño causado por el Mal, ¿no han quedado fijados, para nosotros, en un lugar en apariencia irrevocable en nuestra comprensión del pasado doloroso y en nuestra elaboración del significado de lo justo y de lo injusto? Tal vez debamos preguntarnos si es posible que iniciemos, los ciudadanos de las sociedades que han vivido el trauma de la humanidad dañada, de los crímenes de lesa humanidad, y que aún lo viven, una renovada interrogación en la senda que puede abrir el supuesto siguiente: que la persistencia del dolor y las deudas pendientes (deudas en verdad, en justicia, en memoria) pueden estar ligadas, enlazadas, atadas a esa inamovilidad del lugar y de los sentidos de la verdad, la memoria, la amnistía y la reconciliación en nuestros esquemas de comprensión, en nuestros juicios y en los principios que guían nuestras acciones orientadas a dar respuesta al legado del Mal. ¿No es esta la mejor manera de cuidar el pasado?
Y qué decir de las víctimas, de los victimarios o perpetra dores, y de los que aunque no estuvieron involucrados directamente en el Mal no dejan de ser responsables por él ante la humanidad dañada. ¿Pueden salir indemnes nuestra identidad y nuestra cultura de esa experiencia?; ¿pueden hallar reparación dentro de sí mismas? ¿Cómo pensar las responsabilidades y cómo pensar la eticidad del Estado que debe dar respuesta al Mal? ¿Cómo nombrar a ese Mal? Al formular esos interrogantes no podemos dejar de preguntarnos, asimismo, qué lugar cabe a la voluntad popular, a la expresión del poder del demos, en el examen y el tratamiento de las violaciones a los derechos humanos; y percibimos la necesidad de detenernos a observar de qué modo la sociedad asume el tiempo -y se toma el tiempo, como se dice, lo aprovecha-, ese tiempo en el que la tarea de dar respuesta al legado del crimen ocupa el centro de la escena política nacional, como la ocasión para reflexionar colectivamente sobre las responsabilidades compartidas, para entrar en un diálogo que favorezca la comprensión de lo ocurrido, para la reparación de lo dañado allí donde algo o alguien se ha perdido para siempre, para la prevención futura de los mismos errores, los mismos crímenes. Y para preguntarse, y para responder: ¿cómo asumir una nueva definición del vivir-en-común, de la condición ciudadana, en que (por obra de la ley común: de perdón, de castigo, de reconciliación) los agentes del Mal habrán, ahora, de vivir junto a sus víctimas, a sus hijos y los hijos de sus víctimas?
Los capítulos que componen este libro intentan hacer frente, una y otra vez, desde perspectivas distintas, a estos interrogantes. Nacen del encuentro entre hombres y mujeres que, al calor de las experiencias argentina y sudafricana, han creído que en el cruce de sus reflexiones era posible ampliar el horizonte de las propias dudas y perplejidades. Así como, para cada uno de ellos, los interrogantes son distintos, y lo son también las respuestas posibles, cuando las hay, así también todos ellos tienen en común la disposición a no cerrarse a priori a la examinación de las verdades cristalizadas, o de las propias certezas.
Puesto en otros términos, cada uno de los textos aquí reunidos busca pensar la dificultad. La dificultad de pensar la humanidad dañada, la lesa humanidad. Y con esa orientación común, desde diversas proveniencias geográficas, generacionales y disciplinares, y con miradas diferentes, cada uno de los autores expone a su manera la creencia en que una reflexión sobre esa dificultad requiere desarmar las certezas, es decir, privilegiar la pregunta, incluso a riesgo de pronunciar la pregunta impropia, rozando acaso el exabrupto.
El libro que el lector tiene entre sus manos se propone abordar, colectivamente, el desafío señalado. Individualmente, cada autor cuenta con una reconocida experiencia en la investigación sobre los temas que se tratan en este volumen, y sobre todo, cada uno lleva adelante su reflexión desde un compromiso personal con los problemas y dilemas que la lesa humanidad plantea a su tiempo, nuestro tiempo, y su lugar, nuestro lugar.
Los compiladores creemos no abusar de la interpretación de los trabajos de los autores, que hablan por sí mismos en los sucesivos capítulos, si agregamos, además, que en el modo en que cada uno ha desarrollado su reflexión y en el cuidado que también cada uno ha puesto en el modo de exponer sus preguntas, sus ideas y sus afirmaciones, el lector podrá reconocer la asunción común de estar tratando un problema tan grave y doloroso como inconcluso, la asunción común, dicho de otra manera, del hecho de que, habiendo sido tan grande el daño, el paso del tiempo, según se ha dicho, no puede convertirlo en pasado.
Pero no se trata, en esa asunción, de la simple aceptación de un impedimento -el de dar vuelta la página de la historia-, ni mucho menos de la manifestación de un deseo contrario a esa constatación -dar vuelta esa página, olvidar-, sino de la asunción de la responsabilidad intelectual que cabe individualmente frente a ese tipo de acontecimientos, frente al legado de una época de crimen y horror políticos. Esa responsabilidad aparece en el libro en el mencionado afán de desarmar certezas, remover cristalizaciones compactas, trabajar puntos ciegos y generar nuevas preguntas, y es allí donde puede verse en blanco sobre negro que la responsabilidad de quien asume la naturaleza inconclusa de la herencia del Mal no puede dejar de descubrir, en las verdades establecidas, verdades incompletas, y en los sentidos cristalizados, manifestaciones de la imposibilidad de las sociedades de avanzar en el tratamiento del difícil legado del Mal. Desde este punto de vista, no se trata tampoco de ignorar lo que esas verdades y sentidos expresan de los logros efectivamente adquiridos por las sociedades, sino de hacer propia y examinar la posibilidad de que nuestros consensos comunitarios más arraigados, lo mejor de nuestros consensos, puedan estar fundados sobre cimientos de verdades parciales, exclusiones, incomprensiones y olvidos injustos. En el extremo, tal vez sea la posibilidad de que -a través de una retórica social consolidada- podríamos estar participando de un olvido tan eficaz que nos impediría recuperarlo, reconocerlo, transformarlo en memoria, para examinarlo detenidamente y luego, quizá, volver a olvidarlo, esta vez voluntariamente; tal vez sea la sola consideración de esta posibilidad la que da impulso a la voluntad de interrogación que recorre cada página de este volumen. En este sentido, puede decirse que hay, en todos los autores, si puede ser llamada así, una responsabilidad de interrogación.
¿Qué encontrará entonces el lector en las páginas de este libro? Lo dijimos: reflexiones que buscan ampliar el horizonte de nuestras preguntas sobre lo humano y lo inhumano y responsabilidad intelectual ante la lesa humanidad. Los compiladores querríamos decir más: anticipar indagaciones, dar ejemplos, extraer argumentos, de los textos que el lector podrá leer en este libro. Pero entendemos que la naturaleza de la reflexión que cada autor lleva adelante de manera singular, la singularidad, en una palabra, de la búsqueda que se muestra en cada texto, no podría ser expuesta plenamente sin transitar uno a uno los pasos que, pausadamente, matizadamente, y no sin precauciones, van dando los autores en sus textos.
Quizá se trate, para el lector, al contrastar estos textos, de experimentar que eso que a los ojos de una comunidad puede aparecer como la solución más justa, más ética, más democrática, al problema del Mal, puede aparecer, desde otra mirada, para otra comunidad, como una opción tal vez deseable y legítima pero no la mejor en términos de justicia, de ética, ni la más acorde con la voluntad popular. Reconocer lo que la propia comunidad no ha sabido ver de sí misma en lo que otras comunidades vivieron, testimoniaron y pensaron, y reconocer asimismo que en ese aprendizaje se revela también la imposibilidad no solo de la solución perfecta y definitiva sino además la imposibilidad de la migración o exportación de "soluciones" y la vanidad de la autocelebración de las respuestas y los logros propios, quizá de eso se trate, para el lector, recorrer las páginas de este libro.
¿Qué no encontrará el lector en estas páginas? Quien se interne en este libro no encontrará doctrinas ni dogmas ni soluciones taxativas. O mejor dicho: doctrinas, dogmas y soluciones, no forman parte del proyecto de este libro. Pero tampoco nosotros, los autores, estamos exentos de la imposibilidad de saltar nuestra propia sombra y, por eso, el lector que encuentre en estas páginas alguna doctrina o solución, algún dogma, en fin, alguna sombra, será bienvenido a continuar el diálogo que nos permita desarmarlos, para seguir manteniendo abierta la pregunta.
Noviembre de 2013
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