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Adolfo Chaparro Amaya

Pensar caníbal

Una perspectiva amerindia de la guerra, lo sagrado y la colonialidad


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Prólogo - I. Juzgar, explicar, comprender: tres maneras de abordar el canibalismo

Prólogo

Además del asombro condescendiente o el desdén inobjetable, es común escuchar objeciones académicas acerca de la inconveniencia de una investigación dedicada al canibalismo. Creo que muchas de esas objeciones pueden ser refutadas como prejuicios, pero entre los americanistas hay un argumento que parece definitivo: en tanto la imagen del indígena caníbal sirvió de pretexto moral para la conquista del territorio americano, cualquier investigación que reafirme esa acusación puede ser utilizada como una justificación de la conquista y como una perpetuación de las razones que han mantenido el estado de colonización y subalternidad en estos países.
Aunque acepto que el argumento es políticamente correcto, no veo cómo derivar de allí la negación del canibalismo como práctica y como pensamiento en diversas culturas prehispánicas. Sobre todo si la negación termina por magnificar el prejuicio del canibalismo como un hecho monstruoso, inexplicable, perdido en lo más remoto de los tiempos. La historia de la cultura está hecha de negaciones parecidas. Basta pensar en el impacto del dionisismo respecto de la idealización de "lo griego", que fue común hasta el siglo XIX, así como las variaciones del tantrismo en la tradición budista o la afirmación del inconsciente freudiano en el racionalismo neokantiano de comienzos del siglo XX. En nuestro caso, creo que buena parte de las objeciones se nutren de lo que podríamos llamar el carácter doblemente reprimido del canibalismo, en el sentido psicoanalítico y en relación con la abolición penal de que fue objeto desde el comienzo de la Conquista. Esos antecedentes propiciaron una serie de condiciones y coincidencias que impidieron durante mucho tiempo la conformación de un archivo en torno a una definición mínimamente consensuada sobre el objeto de estudio.
La mayoría de los estudios relevantes sobre el tema surgen en los últimos treinta años y solo a partir de la década de 1950 los antropólogos hacen que las propias comunidades rompan el secreto para hablar de sus tradiciones antropofágicas. Roto el estigma, la antropofagia pasa de ser un objeto de estudio a conformar una perspectiva teórica alternativa en el ámbito latinoamericano, en diálogo y discusión con las teorías del mestizaje, el multiculturalismo y el poscolonialismo. Desde la ingenuidad del filósofo que hace de su objeto justamente lo impensado, este texto supone que el canibalismo es clave en la comprensión de las culturas prehispánicas, tan poco conocidas a pesar de su relativa cercanía histórica. En efecto, son pocos los estudios sobre el acto caníbal, mientras proliferan las extrapolaciones literarias y culturalistas que han visto allí un filón especialmente rico para describir las culturas latinoamericanas. Justo para evitar esa metaforización, he decidido enfocar el problema restaurando el valor de ciertas evidencias icónicas, etnográficas e históricas las cuales, en conjunto, empiezan a ser reveladoras de una constelación americana del canibalismo pre y poshispánico, y a las que han arribado estudios dispersos de las más diversas disciplinas: arqueología, antropología, semiótica, mitología, historia, sociología. Con la enumeración simplemente quiero remarcar la importancia de las ciencias humanas en un ejercicio filosófico que, sin perder sus pretensiones universales, puede ocuparse de problemas genuinamente americanos. Como no se trata de un proyecto enciclopédico sino filosófico, en vez de ordenar el material en torno a las culturas o en torno a una secuencia histórica, he tratado de resaltar algunos componentes de lo que a partir de ahora propongo como pensar caníbal. El resultado, a mi juicio, es un tipo de discurso que tiene claras exigencias conceptuales y científicas, pero que resulta indefinible desde el canon de una disciplina particular. Una advertencia. La idea de trabajar a partir de autores franceses como Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jean Baudrillard, Jean-François Lyotard o Jacques Derrida a veces crea dificultad con las formas de argumentación, con el estilo de exposición y/o con la formulación misma de los problemas. En general he intentado modular su influencia para ponerla al servicio del problema nuclear, pero entiendo que vencer ese obstáculo llevará todavía algunos años para valorar en su justa dimensión el aporte de los que, por comodidad, son reconocidos como filósofos de la posmodernidad. Curiosamente, yo los he utilizado para explorar el canibalismo como expresión privilegiada del pensamiento premoderno. Espero que este ensayo sirva para mostrar la posibilidad de aplicar los aportes de todos ellos a problemas claves de nuestras sociedades. En todo caso, me disculpo de antemano por la imposibilidad de exponer en detalle conceptos que para algunos pueden tener un aire de rareza, pero confío en que el lector recurra a las fuentes o que pueda deducir su alcance del contexto de la exposición. Por varias razones, he decidido reducir las imágenes que acompañan el texto. Una de esas razones es la cantidad enorme de imágenes posibles. La otra, es que muchas de esas fotos son accesibles a través de una consulta juiciosa en Internet. Sugiero consultar la Web para seguir en detalle algunos pasajes, especialmente de los capítulos segundo y cuarto. Finalmente quisiera aclarar que si bien varios de los capítulos fueron publicados inicialmente como libro en L’Harmattan (véase: Chaparro, 2000a), la investigación no se detuvo, y la traducción del francés al español se convirtió en un ejercicio de reescritura enriquecida con nuevos desarrollos y nuevos capítulos que se plasman en esta versión definitiva.

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I. Juzgar, explicar, comprender: tres maneras de abordar el canibalismo

Hay numerosas evidencias de antropofagia en la historia de la humanidad, desde la preparación ritual y consumo de la masa cerebral de los difuntos en el Paleolítico hasta los recientes rituales homoeróticos de un discreto ciudadano alemán, pasando por la variedad de formas políticas, guerreras y culturales que adquiere en los distintos continentes, especialmente en Oceanía y en la América precolombina. A pesar de ello, el canibalismo sigue siendo visto como un estigma horroroso que nos recuerda una época remota del desarrollo de la especie humana, a partir de la cual se delimita tajantemente la frontera entre salvajes y civilizados. Para "nosotros", el acto caníbal en sí mismo resulta inaceptable por razones que podemos remitir, sucesivamente, a lo intolerable y a lo impensable de la mayoría de las civilizaciones. El silencio y la condena que pesan sobre el acto caníbal han intensificado la intuición básica que el individuo moderno tiene de la marca caníbal como una expresión inequívoca de lo irracional. En ese sentido, el problema para el estudio del canibalismo es que la sinrazón funciona como la caja de Pandora de las ciencias ocultas y los comportamientos insensatos, donde se alojan la antropofagia, el parricidio, el incesto, la crueldad, en fin, los síntomas de lo que cualquier misionero podría tomar como una forma de diabolismo elemental, tan prolífico en España hasta bien entrado el siglo XVIII.
Otra dificultad es que, quizás como en ningún otro acontecimiento, se cumple aquí la advertencia de Gilles Deleuze en su lectura de Michel Foucault, según la cual "lo que se ve nunca coincide con lo que se dice". Es posible que ninguno de nosotros haya presenciado el asesinato y la consumición de carne de seres humanos, por lo cual no podríamos describirlos con la certeza vivida de un testimonio directo −antes de cualquier consideración sobre si aceptar ese tipo de asesinato mediado colectivamente como una tradición que deba ser recordada y comparada con costumbres similares en otras culturas−. Sin embargo podemos concebirlos como hechos inteligibles y encontrarles, si se quiere, una cierta racionalidad. Lo importante es que lo indecible no se traduzca inmediatamente en una objeción que lo haga ininteligible, dadas nuestras tradiciones morales, nuestros gustos culinarios o nuestras justificaciones políticas de las guerras vividas antes y después de la Conquista.
Esa es la posición de muchos investigadores que, tratando de contrarrestar el estigma moral que pesa sobre los supuestos caníbales, se esfuerzan en demostrar la imprecisión y la falta de solidez argumentativa de la mayoría de los cronistas y antropólogos que sostienen la evidencia de estas prácticas entre los pueblos prehispánicos. La idea de que las historias de caníbales simplemente proyectan el imaginario del colonizador. En efecto, a partir del juicio heredado del discurso teológico y humanista, el enunciado "caníbal" es puesto en primer plano como un estigma dentro de los descriptores binarios que van a caracterizar al salvaje americano: europeos/caníbales, cristianos/idólatras, racionales/irracionales. A propósito, Tzvetan Todorov ha develado la semiótica que se extiende por el conjunto de los textos y las prácticas colonizadoras, para mostrar cómo su objetivo era infantilizar y animalizar el cúmulo de los predicados que se le adjudican a ese "otro" que españoles y europeos terminaron por inventar (1987: 164).
El intento de esta investigación es establecer una perspectiva que incorpore el pre-juicio histórico y moral sobre el canibalismo como parte de su objeto de estudio sin ceder a las reticencias con que los investigadores han abordado el tema, a veces con las mejores intenciones. Hasta ahora, en términos etnológicos, podríamos resumir la discusión entre los partidarios de una explicación materialista y los que consideran el canibalismo como una "ficción" y como una estrategia de estigmatización de los pueblos conquistados.

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