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Luciana Cadahia y Gonzalo Velasco
Normalidad de la crisis/crisis de la normalidad
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Prólogo
La nueva alianza entre los poderes financieros y nuestros gobernantes pone en entredicho la existencia del pacto social. El mecanismo de la crisis funciona como el estado de excepción propicio para socavar los últimos cimientos de las sociedades europeas. Así, la crisis se ha instalado en el debate actual como un marco categorial incuestionable a la hora de pensar nuestro presente. A la vez que implica una domesticación simbólica y la adscripción a cierto juego especulativo de la austeridad y el sacrificio. El trasfondo que pone en movimiento esta especulación es la metáfora de una mala gestión de la economía doméstica. Los países de la Unión Europea serían los miembros de una gran familia que ha vivido por encima de sus posibilidades y no ha sabido establecer una coordenada correcta entre el crédito y el consumo. La consecuencia de este exceso habría dado lugar a una anomalía sistémica, un desvío incontrolable desde los parámetros normales del gasto y el ahorro. De este modo, la crisis sería un momento de inflexión dentro de un movimiento más amplio comprendido en el marco implícito de "nacimiento-destrucción-muerte-regeneración". La excepcionalidad de las nuevas medidas tendrían un carácter transitorio, cuya única finalidad sería la de restaurar un orden económico alterado. El ritual mágico-jurídico de la austeridad debería devolver la confianza en los mercados.
Pero detrás de este velo de maya de la restauración, tiene lugar una profunda transformación de la naturaleza misma de la sociedad. Ahora bien, el sacrificio de la austeridad supone no sólo la desaparición de los derechos básicos de los ciudadanos, sino el precio que los países de la Unión Europea deben pagar para volver a ser fiables. Sin embargo, la fe atribuida a las políticas de austeridad no logra la anhelada salvación que prometía el ritual sacrificial de los devotos técnicos de la economía. Si abandonamos la especulación en sentido económico y la consideramos en términos estrictamente filosóficos, descubrimos que este esquema es insuficiente para comprender lo que está en juego en esta crisis financiera. El misterio especulativo de la austeridad y el sacrificio encierra un juego peligroso. Esto es, un mecanismo que, al inyectar la dosis justa de riesgo e imprevisibilidad en los mercados, propicia una mayor inmunidad al capital financiero. Cuanto más riesgo, más legitimado se encuentran los poderes financieros para ejercer su poder en las instituciones y subsumir a su lógica todas las esferas de la vida política contemporánea. La crisis, entonces, se convierte en un mecanismo de normalización y ocultamiento de los cambios que precisa el actual poder para seguir expandiéndose. La especulación financiera ya no necesita de un pacto social para subsistir. Por tanto, deberíamos hablar de una crisis previsible, es decir, una crisis que ya está de antemano subsumida en un orden que precisa transformar la naturaleza misma de la sociedad y las instituciones para seguir funcionando. ¿En dónde radica la efectividad del dispositivo de la crisis?
Probablemente en su capacidad para hacer de los sujetos que padecen la crisis el medio de su constante consolidación. Además de servir como marco explicativo, la metáfora de la mala gestión de la economía doméstica introduce un valor subrepticio: la culpa generalizada por un exceso del que todos seríamos responsables. Se trataría ahora de "volver a la senda de la austeridad" tras un divertimento excesivo, en el que están incluidos el grueso de los mecanismos estatales de la solidaridad social. Con el reparto generalizado de la culpa implícito en el discurso sobre la austeridad y el sacrificio, el carácter orgánico del vínculo social pasa a ser percibido como un lujo prescindible. Este efecto moralizador se constata, incluso, en algunas de las reacciones instintivitas de reprobación, que se limitan a denunciar la obscenidad de las cifras a las que ascienden los sueldos y las indemnizaciones cobradas por los dirigentes políticos y financieros. La contrapartida simétrica de este efecto es la recompensa electoral de aquellos partidos cuyo mensaje se centra en la recuperación de una honestidad ceñida a cuestiones superficiales que dejan intacto el carácter estructural del problema.
Resultado de la insistencia de las instituciones políticas en la necesidad del sacrificio, así como del morboso goce con el que los medios de comunicación recrean el discurso de aquellas, el radical menoscabo en las condiciones materiales de vida es experimentado con la conciencia satisfecha del que cree estar contribuyendo a la recuperación del orden colectivo. La regeneración implícita en el discurso sobre la crisis, en definitiva, conlleva una devaluación de la dignidad de la normalidad vivida. La performatividad de este discurso comienza con la experiencia de la degeneración irreversible del orden vigente, que es a partir de entonces vivido como una falsa apariencia, incapaz ya de disimular la insoslayable realidad de los hechos. Por consiguiente, la nueva normalidad prepara el terreno de una subjetividad obediente y sumisa, puesto que son los novedosos mecanismos de sujeción los que están propiciando el advenimiento del orden que viene, a la vez que neutralizan la capacidad de reacción ante las medidas legislativas y ejecutivas que lo implementan.
En definitiva, la ilusión de contribuir mediante el sacrificio al bienestar colectivo, así como el carácter persuasivo del nuevo marco legal, fundamentalmente aquellas leyes laborales destinadas a limitar los derechos y la autonomía del trabajador, tienen un efecto despolitizador que permite la consolidación efectiva de un sistema de dominación destinado a administrar el reparto de la desigualdad. Y, sin embargo, sobre todo estamos asistiendo a una diversidad de movilizaciones populares como intentos de remover ese dispositivo de normalización la crisis. En la proclama "esta crisis no la pagamos", escuchada en las plazas españolas, hay una negación del reparto social de la responsabilidad de la crisis buscado por el discurso del sacrificio y la austeridad. Desprestigiadas por su dificultad para formularse en una propuesta sistemática, estas protestas han logrado denunciar el carácter ideológico del discurso sobre la crisis desde el rechazo de la vivencia cotidiana de sus efectos. En nuestro parecer, la filosofía no debe limitarse a dar acta conceptual de estas iniciativas populares, ni a "elevarlas a concepto" como si, pese a tener razón, aquellos que se sublevan "no supieran lo que hacen". Al contrario, la resistencia a la normalización de la crisis adquiere una dignidad crítica de la que la filosofía tiene que ser una de sus manifestaciones. Por ello, con este libro no nos limitamos a una deconstrucción del léxico político interno al canon filosófico. Es cierto que buscamos identificar el dispositivo discursivo de la crisis y desarticular los mecanismos de poder que en él operan. No obstante, el valor político de esta tarea deconstructiva es insuficiente si no está atenta a la inteligencia implícita que nace de la experiencia popular de la crisis y de la manifestación colectiva de su rechazo.
La finalidad de este libro colectivo, por tanto, no descansa en el apresurado e ingenuo intento de ofrecer "una solución a la crisis", sino más bien en detenernos a pensar en los distintos significados y usos del término. A fin de cuentas, la propuesta consiste en elaborar un juego de dislocación, esto es, un desplazamiento del aparato simbólico articulado en torno a la re-presentación del valor otorgado a la crisis y las posibilidades imprevisibles que puedan surgir de esta experiencia tanto en términos filosóficos como ontológicos y políticos.
Sólo resta decir que este volumen es el resultado de las investigaciones llevadas a cabo dentro del proyecto de investigación "Pensar Europa: democracia y hegemonía en la era tecnológica", coordinado por Félix Duque, a quien le agradecemos el apoyo y la confianza brindados para que este libro saliera a la luz.
Luciana Cadahia
Gonzalo Velasco
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