sobre el autor
datos del libro
índice
fragmento
fe de erratas
notas de prensa
obras del autor
obras relacionadas
|
Peter Singer
Salvar una vida
Cómo terminar con la pobreza
fragmento
Prefacio
Cuando Wesley Autry vio caer a un hombre a la vía del metro, no vaciló. Autry era un obrero de la construcción y, al ver aproximarse las luces del convoy, se lanzó a las vías para sujetar al hombre y lo protegió con su propio cuerpo. El tren pasó por encima de ambos dejando un reguero de grasa sobre la gorra de Autry. Cuando, posteriormente, fue invitado a asistir al discurso sobre el Estado de la Unión y recibió los elogios del mismísimo presidente por su valentía, Autry restó importancia a lo sucedido: "No creo haber hecho nada espectacular. Sencillamente vi a alguien que necesitaba ayuda. Hice lo que me pareció correcto".
¿Qué pasaría si le dijera que usted también puede salvar una vida, o incluso muchas? ¿Tiene una botella de agua mineral o una lata de algún refresco sobre la mesa, a su lado, mientras está leyendo este libro? Si compramos bebidas aun cuando el agua del grifo de casa es potable, entonces tenemos dinero de sobra para gastarlo en cosas que en realidad son innecesarias. En el mundo hay mil millones de personas que luchan cada día por sobrevivir con menos dinero del que hemos pagado por esas bebidas. Como ni siquiera pueden pagar la atención sanitaria más básica para su familia, sus hijos tal vez mueran de enfermedades leves y de fácil tratamiento, como la diarrea. Podemos ayudarlos, y para hacerlo no es preciso correr el riesgo de ser arrollado por un tren.
Llevo más de treinta años reflexionando y escribiendo acerca de cómo deberíamos responder al hambre y a la pobreza. He expuesto los argumentos de este libro ante los millares de alumnos que asisten a mis cursos universitarios o a las conferencias que he pronunciado por todo el mundo, y ante infinidad de personas en periódicos, revistas y programas de televisión. En consecuencia, me he visto obligado a responder a un amplio abanico de contrarréplicas muy elaboradas. Este libro constituye una tentativa de resumir lo que he aprendido acerca de por qué hacemos donaciones, o no, y cómo deberíamos obrar al respecto.
Vivimos un momento único. La proporción de personas incapaces de satisfacer sus necesidades básicas es menor hoy día que en cualquier otro momento de la historia reciente, y tal vez menor que en cualquier otro período histórico desde que apareció el ser humano. Al mismo tiempo, si adoptamos una perspectiva a largo plazo que trascienda las fluctuaciones de los ciclos económicos, la proporción de personas que posee mucho más de lo que necesita tampoco tiene precedentes. Y lo que es aun más importante: los ricos y los pobres tienen hoy día una conciencia del otro como no la han tenido nunca. En el salón de casa vemos retransmitidas en tiempo real imágenes en movimiento de personas que viven en los umbrales de la mera supervivencia. No sólo sabemos mucho de quienes son miserablemente pobres, sino que también tenemos mucho más que ofrecerles en términos de atención sanitaria, mejora de semillas y técnicas agrícolas o nuevas tecnologías para producir electricidad. Y lo más asombroso: gracias a la existencia de la comunicación instantánea y a la posibilidad de acceder gratuitamente a una información tan abundante que supera a la de las mayores bibliotecas anteriores a la existencia de internet, podemos ayudarlos a que se incorporen a la comunidad mundial... siempre que podamos ayudarlos a salir de la pobreza y puedan aprovechar la oportunidad.
El economista Jeffrey Sachs ha expuesto de manera convincente que tenemos capacidad para lograr erradicar prácticamente la totalidad de la pobreza extrema a mediados de este siglo. Ya estamos avanzando en esa dirección. Según UNICEF −el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia−, en 1960 morían a causa de la pobreza 20 millones de niños menores de 5 años. En el año 2007 UNICEF anunció que, por primera vez desde que se registran estos datos, el número de niños muertos había caído por debajo de la cifra de los diez millones anuales. Las campañas de salud pública contra la viruela, el sarampión o la malaria han contribuido a dicho descenso, como también el progreso económico de algunos países. La caída de la mortalidad infantil resulta aun más espectacular si tenemos en cuenta que desde 1960 la población mundial se ha duplicado. Pero no podemos sentirnos satisfechos: cada año siguen muriendo 9,7 millones de niños menores de 5 años; es una tragedia inmensa, por no hablar de la exigencia moral que representa en un mundo tan rico como en el que vivimos. Pero la combinación de incertidumbre económica y volatilidad del precio de los alimentos que ha caracterizado al año 2008 podría llegar a invertir la tendencia descendente del número de muertes a causa de la pobreza.
Podemos asemejar la situación que atravesamos al intento de alcanzar la cima de una montaña imponente. Es como si, durante los millones de años de existencia de la humanidad, hubiéramos estado escalando la montaña a través de una densa nube. En aquellos tiempos no sabíamos hasta dónde teníamos que llegar, ni siquiera si podríamos alcanzar la cumbre. Ahora, por fin, hemos abandonado las nieblas y vemos ya una senda que asciende por las empinadas laderas que conducen a la cresta de la montaña. La cima todavía queda un poco lejos. Hay tramos del camino que pondrán a prueba nuestra capacidad al máximo, pero podemos apreciar que el ascenso es viable.
Todos y cada uno de nosotros podemos colaborar en esta memorable escalada. En los últimos años se ha dado bastante cobertura informativa a algunos de los acaudalados personajes que han asumido este reto de manera pública y audaz. Warren Buffet ha prometido donar 31.000 millones de dólares, y Bill y Melinda Gates han aportado ya 29.000 millones de dólares y tienen previsto entregar aun más. Por apabullantes que resulten estas sumas, antes de que termine este libro veremos que no dejan de ser una fracción mínima de lo que las personas de los países ricos podrían dar sin esforzarse demasiado, sin que tuvieran que reducir su nivel de vida de manera significativa. No alcanzaremos el objetivo a menos que haya muchas más personas que contribuyan con esta labor.
Ésa es la razón por la que éste parece ser el momento adecuado para que el lector se pregunte: ¿qué debería estar haciendo yo para colaborar?
He escrito este libro con dos propósitos bien diferenciados, pero que guardan relación. El primero es instar al lector a que piense en sus obligaciones para con aquellos que viven sumidos en la pobreza extrema. En la parte del libro que se plantea este reto expondré una norma de conducta ética deliberadamente exigente, que se podría calificar incluso como imposible de cumplir. Afirmaré que tal vez no podamos concluir que vivimos una vida moralmente buena a menos que donemos mucho más de lo que en general se consideraría realista creer que pueden dar los seres humanos. Quizá suene absurdo pero, en todo caso, el argumento es asombrosamente sencillo. Se remonta a esa botella de agua mineral de la que hablábamos, al dinero que gastamos en cosas que no son realmente necesarias. Si es tan fácil ayudar a las personas que pasan auténticos apuros sin tener ninguna culpa, y no obstante somos incapaces de hacerlo, ¿no estamos obrando mal? Confío al menos en que este libro convenza de que hay algo profundamente errado en la idea tan extendida que tenemos de lo que es vivir una vida buena.
El segundo propósito de este libro es convencer de que dediquemos individualmente un porcentaje mayor de nuestros ingresos a ayudar a los pobres. Le alegrará saber que soy plenamente consciente de que es necesario apartarse de las exigentes normas que imponen los argumentos filosóficos para, una vez tomada cierta distancia, preguntar qué conducta es realmente la que marcaría una diferencia. Analizaré las razones, algunas relativamente convincentes, y otras no tanto, que se aducen para no hacer donaciones, así como los factores psicológicos que se interponen en el camino. Reconoceré los límites de la naturaleza humana y, no obstante, mostraré ejemplos de personas que parecen haber encontrado el modo de llevar esos límites más lejos que la mayoría. Y concluiré proponiendo una norma razonable que, en el caso del 95% de los estadounidenses, puede cumplirse si donan tan sólo el 5% de sus ingresos.
Diré de antemano que creo que se debería donar más del 5%, y que confío en que en última instancia las personas vayan tomando medidas en esa dirección. Pero no es fácil escucharlo, ni tampoco hacerlo. Reconozco que no es probable que la mayor parte de las personas cambie de opinión simplemente con un argumento filosófico para introducir cambios en su forma de vida; y, además, que no se pueden realizar cambios tan drásticos de la noche a la mañana. La finalidad última de este libro es reducir la pobreza extrema, no hacer sentir culpable al lector. De modo que propondré una norma que estoy seguro de que mejorará mucho la situación: la de subir un pequeño escalón que nos permita comenzar y nos lleve a la senda de tratar de superarse y esforzarse para hacer más.
Por razones que analizaré en este libro, a muchos nos resulta difícil concebir la idea de dar dinero a personas que no hemos visto jamás y que viven en países remotos y desconocidos. Como es lógico, no facilita las cosas un período de incertidumbre económica en el que, como es razonable entender, muchas personas viven angustiadas por sus propias perspectivas económicas. Aunque no pretendo en modo alguno minimizar las premuras que acechan en un período de crisis económica, es preciso recordar que, hasta en el peor de los tiempos, llevamos una vida que sigue siendo infinitamente mejor que la de las personas que viven en la pobreza extrema. Confío en que se pueda echar un vistazo general para pensar en lo que significa vivir éticamente en un mundo en el que cada año mueren sin necesidad 18 millones de personas. Se trata de una tasa de mortalidad anual superior a la de la Segunda Guerra Mundial. El número de muertes de los últimos veinte años supera el de las causadas durante el siglo XX por el conjunto de las guerras y la represión de todos los gobiernos, incluidos el de Hitler y el de Stalin. ¿Cuánto seríamos capaces de donar para impedir tanta atrocidad? ¡Pero qué poco hacemos para impedir esta lacra mortal y la desgracia que conlleva! Creo que si se lee este libro hasta el final y se analiza honrada y minuciosamente la situación en que vivimos, sopesando los hechos y los argumentos éticos, coincidiremos en que debemos actuar.
Peter Singer
descargar fragmento
(77 kb).
|