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Almudena Hernando
La fantasía de la individualidad
Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno
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I. Planteamientos generales
1.
Tal vez fue porque a mi madre le gustaba vestirnos igual a mi hermana melliza y a mí, aunque no nos parecíamos nada, e incluso a nuestra tercera hermana, y a la cuarta... Tal vez fue por eso, pienso, que nunca acabé de confiar en las apariencias. Porque aun cuando de adultas siempre hemos tenido una excelente relación, el hecho es que bajo aquella encantadora estampa de armoniosa sincronización infantil subyacían tantos conflictos como los que cabe esperar de la relación normal entre los seis hermanos que llegamos a ser...
Tal vez también pudo ser esto lo que me llevó, sin saberlo, a estudiar arqueología, porque después de haber dedicado una tesis doctoral al Calcolítico del sureste español me di cuenta de que apenas me interesaba lo que había ocurrido en el 2.500 a.C., y se convirtió en un misterio profundo la causa que podía haberme conducido hasta allí. Sin embargo, ahora me parece meridianamente claro que sin la prehistoria y la arqueología no podría pensar las cosas que me interesan del modo en que me interesa pensarlas. Tardé un tiempo en entender lo que ya habían comprendido Freud y Foucault mucho antes que yo: que lo que me atraía de la arqueología era que, utilizada en sentido metafórico, me ofrecía un procedimiento de análisis genealógico, de largo plazo, que enseña a bucear en las raíces y los fundamentos de los procesos visibles, fijando la atención en la lógica profunda que les da sentido y no en la apariencia que su expresión puede revestir en un momento dado. Entendí también que la prehistoria enseña a considerar los orígenes como una de las claves esenciales de esos procesos, que no se entienden de la misma manera sin esa variable fundamental. Pero, sobre todo, comprendí que el estudio de la cultura material, en la que se especializa la arqueología en tanto que disciplina, proporciona un instrumento particularmente interesante para abordar el estudio de una sociedad cuando se desea huir de las apariencias, porque dirige la mirada a lo que la gente hace y no, como en el caso de la historia, a lo que ha decidido contar de sí misma.
Cuando se observa con mirada de arqueóloga a las sociedades actuales, sean indígenas o industriales, saltan a la luz datos muy interesantes, porque se comprueba que, en general, lo que la gente dice de sí misma no coincide con lo que se observa que hace. William Rathje (1992), que recibió el premio de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia por su proyecto de arqueología sobre la basura, demostró, por ejemplo, que cuando hoy se les pregunta a los estadounidenses sobre sus hábitos de consumo dicen cosas que no se corresponden con lo que se encuentra en los cubos de basura que hay en la puerta misma de sus casas, y que esto no sucede necesariamente porque mientan, sino porque no reconocen determinadas cosas que hacen. De ahí que mi formación como arqueóloga me lleve a estar convencida de que si se quiere averiguar cómo es la gente en realidad, no hay que analizar lo que dice, sino lo que hace.
Hay toda una parte de nuestro comportamiento que no es reconocida en nuestro discurso consciente y explícito, porque no es valorada socialmente, o porque representa partes de nosotros mismos que preferimos no tener presentes. La consecuencia es que esa parte puede ser negada, en el sentido de que puede no ser vista, ser ignorada por la propia persona que, sin embargo, está poniéndola en práctica delante de nuestros ojos. Debe entenderse que estas personas no están mintiendo, sino que ellas mismas no reconocen ante sí mismas lo que hacen. Cuando en este texto se haga alusión a una negación no se estará haciendo referencia, por tanto, al hecho de negar que se sabe algo cuando sí se sabe, sino al hecho de no saber, de no tener conciencia de estar haciendo lo que sin embargo se está haciendo.
Pues bien, lo que propongo es dirigir una mirada de prehistoriadora (teniendo en cuenta procesos de largo plazo que empiezan en los orígenes), y de arqueóloga (observando qué es lo que hacen sus representantes) a determinados aspectos del orden social en el que vivimos, aquellos que afectan a la relación entre hombres y mujeres. Este orden ha sido denominado patriarcal porque es resultado de toda una trayectoria histórica definida por la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres, relación de poder que, en cuanto norma social, sigue manteniéndose en la actualidad. Mi esperanza es que las próximas páginas permitan desentrañar algunas nuevas claves para entender la lógica que lo guía, pero, sobre todo, que su comprensión pueda ayudar a luchar contra esa subordinación.
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