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François Ansermet y Pierre Magistretti
Los enigmas del placer
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Preámbulo. Elogio de lo insabido
El inconsciente sorprende, desconcierta. Cuando están reunidas todas las condiciones para un placer esperado, a menudo uno deja de interesarse en él. En ocasiones, también, el objeto del deseo, una vez alcanzado, no procura el placer esperado, sin duda porque el placer, finalmente, estaba más en el deseo que en el objeto: hay un placer en desear.
La vida está hecha de una inagotable profusión de malentendidos consigo mismo y no solamente con el otro. ¿Un desconocido decidiría en vez de nosotros, sin nosotros saberlo? Freud llamó a ese insabido Unbewusst. Así designa al inconsciente. El inconsciente freudiano está habitado por una lógica ilógica que no deja de manifestarse. Sueño, lapsus, acto fallido, olvido, síntoma, nuestra vida a menudo está dominada por esas manifestaciones que nos sorprenden, más allá de los proyectos conscientes que creíamos dominar, pero que pueden ser perturbados desde esa otra escena que es el inconsciente, que se debe tener en cuenta.
Cuanto menos se quiere saber de las formaciones del inconsciente, cuanto más se rechaza ese saber insabido que entra en juego, cuanto más se reprime lo que manifiesta el inconsciente, tanto más éste se impone, retorna. Frente a esta lógica, el placer deja de ser una brújula: un placer puede convertirse en un displacer, una tensión puede volverse un placer.
En el placer hay un equívoco: las cosas ocurren en dos escenas diferentes, que obedecen a lógicas distintas. La primera lógica, consciente, es secuencial, respeta las contradicciones, se resigna con las oposiciones, tiene en cuenta la realidad con la que se enfrenta; la otra, inconsciente, es instantánea, adimensional, ignora el tiempo. Está directamente regulada por las exigencias inmediatas del placer, implica una escena fuertemente determinada por los estados del cuerpo: lo psíquico y lo somático se encuentran aquí anudados, por oposición a la escena de la lógica consciente en que el cuerpo, lo viviente, está más bien ausente y, si se manifiesta, se vuelve molesto.
En este libro veremos cómo la cuestión del placer puede resultar ambigua, incluso enigmática, según la lógica de una u otra escena. Lo que se puede enunciar de entrada es que el equívoco es consustancial al placer. El displacer se mezcla con el placer. Este equívoco implica lo que la clínica nos presenta en lo cotidiano, a saber, un malestar del sujeto que nuestra sociedad contemporánea explota de múltiples maneras, abriendo el mercado de las promesas de felicidad. Y este malestar no es sólo el del sujeto sino, como Freud ya lo había señalado en 1929, en plena crisis del sistema financiero, el de la cultura.
Lo que querríamos mostrar aquí es que las herramientas que tenemos a nuestra disposición para encarar la cuestión del enigma del placer, del malestar del sujeto y de la cultura, son insuficientes. Por un lado están las neurociencias llamadas cognitivas, o incluso afectivas, que realizaron notables avances por lo que respecta a los basamentos neuronales de los procesos cognitivos, como la memoria, la atención, las funciones ejecutivas, hasta de algunos procesos no conscientes cognitivos y emocionales. No obstante, estos abordajes, que se apoyan particularmente en protocolos de imagen cerebral y de neuropsicología, aplicados a colectivos de pacientes, extraen de ello promedios que terminan por instituir un sujeto ideal que, en sí mismo, anula la singularidad. Sin duda alguna, son útiles para describir procesos neuronales universales que hacen progresar el conocimiento, pero, paradójicamente, descartan al sujeto. De hecho definen una suerte de doble idealizado respecto del cual cada individuo está más o menos en falta. Del otro lado está el psicoanálisis, que no construye un individuo ideal, pero que pone a la teoría en posición de ideal y que, por ello, asume el riesgo de limitarse a interpretaciones preconcebidas, listas para usar para cada sujeto, más que recrearlas caso por caso. Sin embargo, para Freud el psicoanálisis no constituía un sistema cerrado, sino que requería un trabajo de investigación permanente, y no la repetición de una doctrina. Junto a su clínica, el psicoanálisis se desarrolla también en afinidad con otras disciplinas que le son conexas pero al mismo tiempo necesarias, entre las cuales está la biología.
Por supuesto, no se trata de hacer aquí la crítica general de una u otra disciplina. Las neurociencias hacen un aporte formidable al conocimiento del cerebro y el psicoanálisis al del psiquismo. No obstante, nos parece que un camino diferente, precisamente aquel que por otra parte era el solicitado por Freud, se está abriendo en la actualidad: un camino que tenga en cuenta los topes comunes a las dos disciplinas, alrededor del inconsciente como lo que hay de más humano y del estado del cuerpo que se traduce por la pulsión. Uno da paso a una biología de lo insabido, el otro a los elementos propios de lo viviente que determinan el acto del sujeto. En este libro, por lo tanto, vamos a proponer lo que entendemos por inconsciente, en la interfaz de las neurociencias y del psicoanálisis, con el objeto de encarar las cuestiones enigmáticas del placer y el displacer que dan paso tanto a la creatividad como a la destructividad, las cuales, también, son lo propio de lo humano.
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