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Francis Grose

Principios de la caricatura

Seguidos de un ensayo sobre la pintura cómica

introducción de: José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski


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Estudio introductorio - Principios de la caricatura

Estudio introductorio
por José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski

La obra de Grose que hemos traducido, publicada originalmente en Londres como Rules for Drawing Caricaturas: with an Essay on Comic Painting, se imprimió por primera vez en 1788 y tuvo una segunda edición en 1791. Ella presenta dos cuestiones básicas. La primera retoma y adapta los preceptos de Le Brun a una práctica artística de la fisonomía que resulte adecuada para caricaturizar a los ingleses según sus propios conceptos de lo que es bello, feo, grotesco o sublime. Es la parte llamada "Principios de la caricatura". La segunda cuestión se refiere a los recursos compositivos y estilísticos que hacen de una pintura o un dibujo un vector de la risa. Su tratamiento constituye el "Ensayo sobre la pintura cómica". Las monstruosidades como tema que mueve a risa han quedado reducidas al defecto y a la deformidad leves, que sólo por el contraste con el oficio o la profesión del retratado, objeto de la sátira visual, pueden provocar la situación cómica: el músico sordo, el danzarín con piernas torcidas, la seductora añosa. Se desprende de esta primera comprobación que el choque de rasgos contradictorios suscita la carcajada: una pareja despareja en años y tamaños, un anacronismo de la vestimenta, de los utensilios de la acción o de la escenografía, una incompatibilidad flagrante entre el carácter de un personaje y su función. Para Grose, Hogarth es el maestro que más lejos ha llegado en el empleo de todos esos instrumentos; sus pinturas y sus grabados componen el corpus visual clásico de la risa.

***

Principios de la caricatura
por Francis Grose

A pesar de que, con cierta razón, se considera generalmente que el arte de la caricatura es un talento peligroso, más apropiado para hacer temer a un artista que para hacerlo estimar; se debe sin embargo convenir que hay mucho de injusticia en el deseo de condenar un arte por el abuso que alguno haya podido hacer de él.
Para decidir con sensatez acerca del mérito de aquello de lo que tenemos la intención de hablar, no se debe olvidar que es uno de los elementos de la pintura satírica y que, como la poesía así denominada, puede ser empleado con el mayor de los éxitos para reivindicar la virtud y la decencia insultadas, pues permite señalar a los culpables al público, único tribunal que éstos no pueden desestimar; y los hace temblar ante la sola idea de ver sus locuras, sus vicios, expuestos ante la punta acerada del ridículo, esos mismos [defectos] que ellos cubrirían con desdén de sangrientos reproches.
Para formarse en este arte, es necesario que aquellos a quienes está destinado aprendan a dibujar la cabeza a partir de buenos principios, y según las formas y las proporciones a las cuales los europeos han vinculado la idea de belleza. Deben familiarizarse con estas formas, estas proporciones, y volverse hábiles para retratarlas de memoria, dibujar luego a partir de los modelos de yeso, de los que París conserva un conjunto tan numeroso como excelente y poco dispendioso, y si tienen la ocasión, deben sobre todo dibujar a partir del natural.
Una vez que sean capaces de dibujar bien la cabeza, podrán entretenerse en acercar o separar las diferentes líneas de proporción y marcar el lugar de los rasgos, y encontrarán placer en ver que de las diversas combinaciones resultan diferentes rostros extraordinarios que causarán su asombro. Adquirirán para sí la facilidad de aprehender a primera vista el rasgo característico que particulariza a cualquier rostro extraordinario que pueda ofrecer la naturaleza.

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