Jean-Pierre Changeux
Sobre lo verdadero, lo bello y el bien
Un nuevo enfoque neuronal
prefacio de: Claude Debru
fragmento
Introducción. Para una defensa de la neurociencia
El cerebro del hombre es el objeto físico más complejo del mundo viviente. Y sigue siendo uno de los más difíciles de aprehender. No es posible abordarlo de manera frontal sin el riesgo de fracasar dolorosamente. Dentro de la jungla de las neuronas y las sinapsis que lo constituyen, es indispensable observar con pertinencia los rasgos singulares de su organización y sus funciones; éstos son el hilo de Ariadna en el corazón de ese laberinto.
Mis treinta años de docencia en el Collège de France fueron un excepcional laboratorio de ideas para intentar permanentemente capturar ese hilo. Han tenido consecuencias mayores para mi reflexión teórica, muy a menudo refrenada por el trabajo empírico del laboratorio. Me han aportado un magnífico espacio de libertad, sólo limitado por las severas críticas de un público fiel y exigente. Los primeros siete años ya han sido agrupados en una obra reservada inicialmente a mis oyentes, El hombre neuronal, publicada en 1983. Allí abordaba, en el capítulo de los "objetos mentales", una temática completamente nueva, para mí, sobre las funciones superiores del cerebro e incluso la conciencia. Los cursos posteriores me ofrecieron la posibilidad de analizar mucho más en profundidad esas funciones cognitivas a las que no accedíamos de manera directa con el pez eléctrico, el ratón o la rata, con los que solíamos trabajar.
Cada año, mis oyentes lo recordarán, comenzaba mi curso recordando algo esencial: si se quiere producir una reflexión útil y progresar en el conocimiento de nuestro cerebro, es indispensable tomar en consideración los múltiples niveles de organización jerárquica y paralela que intervienen en sus funciones. De otro modo, se corre el riesgo de confundir el cerebro humano con una colección demasiado simple de genes, neuronas y "microcerebros" o volver a impulsar un dualismo totalmente obsoleto.
En las últimas décadas, el rostro de las ciencias del sistema nervioso ha cambiado por completo. Ya no se estila, como antes, abrirse paso de manera individual, cada uno encerrado en su disciplina, o incluso en su corporativismo fisiológico, farmacológico, anatómico o comportamental. Con la biología molecular, por un lado, y las ciencias cognitivas, por el otro, se han vuelto posibles un nuovo cimento, nuevas síntesis, tanto conceptuales como metodológicas, que conjugan los diversos enfoques del sistema nervioso. Durante la década de 1980, la ingeniería genética y luego la secuenciación a gran escala de varios genomas aportaron un conjunto de datos nuevos de múltiples aplicaciones, en particular en los campos de la fisiología, la farmacología y la patología. Con el perfeccionamiento de los métodos de formación de imágenes, la física -esa otra disciplina fundamental- abrió una nueva vía de investigación que pone en relación estados mentales y estados físicos del cerebro. Con una preocupación común por la conceptualización y la modelización teórica, estas disciplinas fecundaron un nuevo campo de investigación: la neurociencia, nacida en 1971, en los Estados Unidos, con la primera reunión de la Society of Neuroscience. Pero aunque la revolución de la neurociencia ya se ha producido, aún no ha dado todos sus frutos. Y lejos está de hacerlo. Ahora debemos franquear, paso a paso, con mucha incertidumbre y mil precauciones, la inmensa terra incognita que aún separa las ciencias biológicas de las ciencias humanas y sociales.
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