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Benjamin Constant

Principios de política aplicables a todos los gobiernos

editado por: Étienne Hofmann


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Capítulo 1. Objeto de esta obra

Las investigaciones referentes a la organización constitucional de los gobiernos, tras haber sido entre nosotros, desde el Contrato social y el Espíritu de las leyes, el objeto favorito de las especulaciones de nuestros escritores más esclarecidos, ahora han caído en desgracia. No me ocuparé aquí de si esta situación es fundada o no. Lo seguro es que es natural. En pocos años ensayamos de cinco a seis constituciones, y no nos sirvió de mucho. Ningún razonamiento puede prevalecer contra semejante experiencia.
Por lo demás, si, a despecho del hastío universal actual por todas las discusiones de este tipo, alguien quisiera entregarse a meditaciones sobre la naturaleza, las formas, los límites, las atribuciones de los gobiernos, es verosímil que se equivocaría en un sentido opuesto a aquel en que se ha equivocado, pero que no lo haría menos groseramente ni de una manera menos funesta. Cuando ciertas ideas se asociaron con ciertas palabras, por mucho que se repita y demuestre que esa asociación es abusiva, esas palabras reproducidas evocan largo tiempo las mismas ideas. Fue en nombre de la libertad como nos dieron prisiones, cadalsos, vejaciones innumerablemente multiplicadas. Es muy natural que ese nombre, señal de mil medidas odiosas y tiránicas, no sea pronunciado sino con una disposición recelosa y malintencionada.
No sólo los extremos se tocan, sino que se siguen. Una exageración siempre produce la exageración contraria. Esto se aplica sobre todo a una nación donde el objetivo de todo el mundo es producir un efecto y, como decía Voltaire, golpear fuerte más que golpear atinadamente. La ambición de los escritores del momento, en todos los momentos, es parecer más convencidos que nadie de la opinión dominante. Ellos miran de qué lado se precipita la muchedumbre, luego disparan a todo correr para adelantarla. De tal modo creen conquistar la gloria de haber dado el impulso que recibieron. Esperan que los tomemos por los inventores de lo que imitan y que, por el hecho de correr sin aliento por delante de la tropa a la que dieron alcance, parezcan los guías de dicha tropa, que ni siquiera sospecha de la existencia de ellos.
Un hombre de horrible memoria cuyo nombre no debe ya mancillar ningún escrito, pues la muerte hizo justicia de su persona, decía al examinar la constitución inglesa: Veo en ella un rey, y me echo atrás de horror: la realeza es contra natura. En un ensayo recientemente publicado, no sé qué ser anónimo declara de igual modo contra natura todo gobierno republicano. A tal punto es cierto que en determinadas épocas hay que recorrer todo el círculo de las locuras para volver a la razón.
Si se ha demostrado, empero, que toda investigación sobre las constituciones propiamente dichas necesariamente, tras las agitaciones que hemos padecido, debe ser para algunos un tema de locura y para el resto un objeto de indiferencia, no obstante existen principios políticos, independientes de toda constitución, y a mi juicio el desarrollo de esos principios aún es de utilidad. Aplicables en todos los gobiernos, sin atacar las bases de ninguna organización social, compatibles tanto con la realeza como con la República, cualesquiera que sean las formas de una y otra, estos principios pueden ser discutidos con franqueza y confi anza. Pueden serlo sobre todo en un Imperio cuyo jefe acaba de proclamar, de una manera totalmente memorable, la libertad de prensa, y de declarar la independencia del pensamiento, la primera conquista del siglo.
Entre estos principios existe uno que me parece de la más alta importancia. Fue desconocido por los escritores de todos los partidos. Montesquieu no se ocupó de él. Rousseau, en su Contrato social, fundó su elocuente y absurda teoría en la subversión de dicho principio. Todas las desgracias de la Revolución Francesa vinieron de esa subversión. Todos los crímenes con que nuestros demagogos espantaron al mundo fueron sancionados por ella. El restablecimiento de este principio, sus desarrollos, sus consecuencias, su aplicación a todas las formas de gobierno, ya sea monárquicos o republicanos, ése es el tema de esta obra.

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