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Jorge Luis Marzo
La memoria administrada
El barroco y lo hispano
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Introducción
"Es bastante característico del estilo barroco que cualquiera que deje de pensar con rigor mientras lo estudia inmediatamente se desliza hacia una imitación histérica del mismo", le dijo Walter Benjamin a Gershom Scholem en una carta de 1924. O sea, ojo con el barroco, que al menor descuido, se te pega. No te das cuenta y, zas, acabas secuestrado, o aun peor, te conviertes en el muñeco histriónico de un ventrílocuo, del que no puedes escapar. El Síndrome de Estocolmo.
¿Y cómo es eso?, ¿cómo puede un estilo artístico ser un canto de sirena que lleva a la perdición? Por las palabras de Benjamin, parece deducirse que hay que pasar por el barroco como un burro con tapa ojos para así evitar encandilarse. Y, ¿qué es lo que canta la sirena para temerle?, ¿qué es lo que tiene esa música para atraparte sin remisión?
Walter Benjamin, como tantos otros intelectuales europeos del siglo XX, vieron en el barroco la posibilidad de sustraerse a ciertas quimeras de la modernidad: el orden, la linealidad, el poder de la razón. En el barroco encontraron unas herramientas premodernas que podrían servir para hablar de lo posmoderno. Para entender el malestar de la cultura moderna, se sirvieron de un estilo y de una época que, a su juicio, preconizaban la ansiedad y la angustia contemporáneas, pero que eran previas al dictado de la razón ilustrada, en la que identificaban el origen del mal. El barroco podía proporcionar algunos elementos de diagnóstico y modos de cura. Pero avisaba: cuidado con la máquina, porque se necesita una vacuna para no quedar atrapado en ella. Y cuidado con la vacuna, porque una dosis equivocada te hace barroco.
Sin embargo, hubo muchos que, entre sorprendidos y ufanos, proclamaron: "Llegáis tarde. Aquí siempre hemos tenido la máquina. La inventamos nosotros". Lo decía gente que no sentía ningún temor por el barroco, que no necesitaba tapa ojos, que decía vivir con toda naturalidad el entorno, por lo que tampoco comprendían que hubiera que diagnosticar nada: "nosotros somos así: ¿para qué una vacuna?". Más perplejos los dejó el hecho de que se pudiera hablar de la cuestión en otro idioma que no fuera el suyo, como el alemán de Benjamin. La vivencia del barroco era tan natural que creían que sólo su propia lengua era capaz de expresarla; que las demás no podrían contar nunca lo que de verdad significaba; que sólo en español se puede conjugar lo barroco. Sí, en español, porque hablamos de los hispanos.
El barroco es a la hispanidad lo que un muñeco a un ventrílocuo. Uno no parece ser sin el otro. Y está muy bien conseguido. Dado que la técnica ventriloquial se fundamenta en hablar sin que lo parezca, el ventrílocuo -la hispanidad- realmente ha conseguido transferir su alma al muñeco -el barroco- de modo que ya no puede comunicarse de otra manera. Ha logrado que la escena siempre parezca "de lo más natural", a pesar de que el muñeco sea siempre excesivo en su expresión, siempre parlanchín, siempre chispeante, aunque siempre diga lo mismo. ¿Es eso, acaso, convertirse en un muñeco histriónico que repite sin cesar las órdenes de la mano del ventrílocuo en su espalda, lo que pretendía evitar Benjamin?, ¿acabar secuestrado por una técnica cuya aparente naturalidad mágica secuestra a su vez la posibilidad de enjuiciar lo que se dice, maravillado y enredado como se está ante el cómo se dice?
Sí, todo es una cuestión de técnica. Es por ello que intelectuales como Benjamin se protegen con la técnica -el "rigor" que dice en la carta- para evitar sucumbir al canto de la sirena. Porque es precisamente la técnica la que hace que un secuestro tenga éxito o no. Todo secuestro persigue un objetivo, y los medios utilizados deben ser los apropiados a esa finalidad. De la misma manera, el secuestrado también debe echar mano de técnicas para amortiguar el cautiverio. Si no lo hace, corre el supremo riesgo de identificarse con su secuestrador, de no disponer de ninguna opción liberadora, de acabar amándolo y pensar que ese amor es el más natural del mundo.
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