sobre el autor
datos del libro
índice
fragmento
fe de erratas
notas de prensa
obras del autor
obras relacionadas


Buscar en este libro


Jean Comaroff y John L. Comaroff

Violencia y ley en la poscolonia: una reflexión sobre las complicidades Norte-Sur

+ Obsesiones criminales después de Foucault: poscolonialismo, vigilancia policial y la metafísica del desorden


fragmento

Violencia y ley en la poscolonia

Durante los últimos años, las descripciones de las naciones poscoloniales se han convertido en una terrorífica epopeya de anarquía y violencia, añadiendo un tono brutal a los arquetipos europeos de subdesarrollo, abyección y conflictos étnicos. Niños bandoleros en África, señores de la droga en los países andinos, piratería intelectual en China y fraude electrónico en la India se suman a un panorama de la política y la economía grotescamente desolador: una pesadilla de gobiernos disolutos, de profanación de la ley, del recurso rutinario a la violencia como medio de producción; una pesadilla, también, en la que la línea que separa al político del delincuente se difumina hasta desaparecer por completo. En África, todo esto se refleja en trilladas metáforas sobre la maleficencia: "cleptocrático" es ahora un adjetivo aceptado del Estado. Tanto es así que en 1995, en un informe oficial francés se aseguraba que comenzaba a ser difícil distinguir entre los regímenes en el poder y el crimen organizado. Y que ambos se habían tornado excesivamente violentos. Atrás quedaron los simpáticos informes de una "política del estómago": un sentido más siniestro de la "criminalización" ha pasado a caracterizar la última época de la lamentable historia del sur global.
Todo ello plantea un problema, una suposición y una paradoja, en este preciso orden.
En primer lugar nos ocuparemos del problema. ¿Están realmente las poscolonias de África, Asia, Europa o América Latina más sumidas en la violencia desordenada, los tejemanejes inciviles y el terror incontrolado que los demás estados-nación del siglo XXI? ¿Se están hundiendo aun más en el caos? ¿Hay alguna característica que permita distinguir las clases de criminalidad, coacción y corrupción que hay en ellas? ¿Acaso el uso de guiones sobre el que se han erigido -esto es, la des-articulación entre lo post- y lo colonial- hace referencia a una transición de las que marcan un hito, a una liminalidad rabelesiana? ¿Acaso las poscolonias están viviendo ejemplos de la célebre máxima de Marx (1936: 824) según la cual la violencia "es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva", más aun, de "todo cambio en la historia y en la política"? ¿O bien la suya es una condición permanente, un despliegue de larga duración en el que los estados modernos instaurados con la "descolonización" ya no resisten frente a la privatización de casi todo, al creciente desorden y a la pujante anarquía? La respuesta instintiva a todas estas preguntas, según los especialistas críticos, los intelectuales públicos conservadores y los medios de comunicación populares -que es donde surge la suposición- es que sí. Sí, en las poscolonias reina un desorden excesivo y particular. Sí, se están hundiendo aun más en el caos. Sí, esto parece ser un estado crónico. La prueba es evidente. No se presta suficiente atención a la posibilidad de que se trate de algo más profundo, algo inherente en la coyuntura de violencia, soberanía e i-legalidad que existe en todas partes; y también de cómo un lenguaje de la criminalidad y una metafísica del desorden han incidido en la imaginación social, tiñendo percepciones de la identidad y la exclusión, así como los medios y los fines de la política.
Al mismo tiempo, y aquí es donde parece residir la paradoja, muchas poscolonias convierten en fetiche la ley, sus métodos y sus medios. Incluso cuando se ridiculizan, caricaturizan, suspenden o embargan, estos métodos y medios suelen ser fundamentales para la vida diaria de la autoridad y de la ciudadanía, para la interacción de los estados y los individuos, las leyes, las sustituciones y las tomas de poder. Sin cesar se redactan nuevas constituciones, se hacen llamamientos a los derechos, se reinventan democracias de procedimiento y se presentan demandas por injusticias. Y sin cesar también, los gobiernos, los grupos de composición diversa y las coaliciones de intereses recurren al sistema jurídico para resolver sus diferencias. Como veremos, incluso el pasado es rebatido ante jueces tocados con peluca, a menudo a través del torturado lenguaje de los agravios. Y todo ello pese al hecho de que cada vez hay más gobernantes que se muestran dispuestos a suspender la ley en nombre de una emergencia o una excepción, a hacer caso omiso de su soberanía, a concederla en franquicia o a doblegarla a su voluntad.
¿Cómo podemos interpretar todo esto? ¿Por un lado, el excesivo caos de las poscolonias, reales o imaginarias, y, por el otro, su fetichismo con la ley? ¿Es esto realmente una paradoja o simplemente aspectos distintos de un solo fenómeno? En el último tiempo Sandy Robertson (2006: 8) nos ha recordado que durante mucho tiempo la corrupción ha sido considerada un subproducto de las mismas normas que pretenden regular la relación de las personas con los cargos que ocupan. En este sentido, ¿qué podríamos extraer de la tesis de Walter Benjamin (1978) -reformulada por Derrida (2002) y Agamben (1998)- según la cual la violencia y la ley, lo letal y lo legal, se complementan?
Comencemos con una excursión al aparente corazón de las tinieblas, para examinar sus implosivos interiores.

descargar fragmento (61 kb).

 

obras relacionadas


Kwame Anthony Appiah

Mi cosmopolitismo

+ "Las culturas sólo importan si les importan a las personas" (entrevista de D. Gamper Sachse)


Zygmunt Bauman

Múltiples culturas, una sola humanidad

+ "Si perdemos la esperanza será el fin, pero Dios nos libre de perder la esperanza"


Dipesh Chakrabarty

El humanismo en la era de la globalización

+ La descolonización y las políticas culturales