"Si los ciudadanos ejercemos críticamente el voto la oferta va a tener que mejorar." Marcos Novaro
  LANZAMIENTO SEPTIEMBRE 2015



Marcos Novaro

Manual del votante perplejo

Una terapia en seis pasos contra la neurosis política


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Entrevista a Marcos Novaro - Conversaciones en La Nación


 

Entrevista: Carlos Pagni



Votantes neuróticos: cómo curar al ciudadano. Entrevista a Marcos Novaro

Por Rogelio Demarchi
La Voz del Interior, 30/08/2015
Fuente: www.lavoz.com.ar


Si la propuesta de Sarmiento era educar al soberano, la de Marcos Novaro, en su nuevo libro, Manual del votante perplejo, es curar al ciudadano que establece una enfermiza relación con la política y los políticos.

En el laberinto electoral que atravesamos los argentinos por estos meses, con elecciones que se multiplican y se diversifican, con alianzas políticas que funcionan total o parcialmente en algún nivel de gobierno y se atomizan en otros, parece lógico que reine el desconcierto y que el voto se vuelva volátil: hoy, votamos a Fulano y mañana, a su más encumbrado opositor, para el mismo cargo o para distintos niveles de gobierno.

Si a eso le sumamos cierto desinterés por las campañas electorales y lo que se juega en cada elección, y ese permanente discurso “antipolítica” en el que solemos caer, discurso que reniega inútilmente de los políticos porque no hay democracia que pueda funcionar sin ellos y sin sus correspondientes partidos, la conclusión no puede ser otra: como votantes, no mantenemos una relación sana con la política.

Tal vez se deba decir, simultáneamente, que los políticos no se vinculan de una manera sana con los ciudadanos. Pero dejemos, por un momento, de hacerlos responsables a ellos de lo que nos pasa a nosotros con la política y dediquémonos a revisar nuestra actitud.

Esa es la propuesta de Marcos Novaro en su nuevo libro, Manual del votante perplejo. Una terapia de seis pasos contra la neurosis política , que desde el título se presenta bajo el esquema de los manuales de autoayuda: el libro va a hablar de nosotros; va a describir de una manera simple y amena lo que nos pasa; y nos va a sugerir una pequeña serie de cambios para modificar nuestra conducta; y si algo en nosotros cambia, el resultado cambiará. Entonces, los políticos cambiarán. Entonces, el cambio empieza en nosotros.

Ilusión/desilusión


–Tu diagnóstico es que hay dos tipos de votantes que necesitan “tratamiento”: el que ya no está dispuesto a confiar en nadie y el votante esperanzado; el que es puro cinismo y el que es pura ilusión. Describamos, para empezar, sus atributos.

Para empezar, te diría que tal vez el personaje que más comúnmente uno encuentra y creo necesita un poco de ayuda es el que pasa de una condición a otra. A veces, por las circunstancias políticas, acompaña el entusiasmo general. Después, cuando sobreviene la crisis y el desengaño, dice haber sido engañado en su buena fe y que los políticos son todos unos sátrapas, etcétera. A veces, porque su propia situación lo lleva a pasarse de un bando al otro. Creo que es muy común que encontremos, y nos encontremos, en este tipo de situaciones, porque es a veces la misma gente la que se enamoró de Menem y después lo odió con toda su alma. Y algo parecido sucedió con Carrió: muchos nuevos kirchneristas de los últimos años son ex “lilistas” que la detestan pero la votaban. Este juego de juicios, a veces extremos y en general bastante mal fundados, es el objeto del libro, que trata de explicar por qué solemos caer en este tipo de juicios y cómo podríamos lograr mejores resultados si desactiváramos las pulsiones neuróticas al mal juicio.

– Para ellos, vos proponés una terapia de la que ya hablaremos. Me quedé pensando si no hay otros dos tipos que no tienen “arreglo”: el fanático y el que no va a votar...

–Es cierto. Y un poco me ocupo también de estos dos, aunque marginalmente, porque creo que no son tan masivos. Aunque claro que son también parte del problema. O expresión de otros problemas combinados. El fanático suele ser un pariente cercano del esperanzado o iluso, es el tipo que te dice que vos no te jugás en serio por nada si no estás dispuesto a creer y suspender el juicio en función de la buena salud de tu creencia. Y bueno, es como tomar una decisión en la vida y después negarse a tomar ninguna más, o valorar las que consideramos buenas intenciones e ignorar los resultados que ellas producen... no puede terminar bien comportarse de esa manera.

– Al leer el libro, percibo que vos por momentos sos cínico y por momentos expresás tu esperanza. Expresión de tu cinismo: todo político es “en alguna medida un farsante y un simulador”.

–Tal vez, la diferencia que haya que hacer es que una cosa es tener ilusiones y otra dejarse llevar por ellas. Si yo digo que todo político es en alguna medida un simulador, pero las medidas varían de un caso al otro, entonces importan los matices y las intensidades, y eso se puede medir, permite creerle más a algunos que a otros, aunque no alienta a creerle a nadie todo el tiempo.

– Si te entiendo bien, dirías que hay grados de simulación o manipulación por parte de los políticos. Entonces, habría buena y mala simulación. ¿Cómo discriminás una de otra?

–No recuerdo bien quién la usó, pero hace un tiempo escuché la expresión “ilusiones no mentirosas”, que me parece que expresa bien el tipo de equilibrio que los políticos medianamente honestos deben tratar de encontrar. Pongamos un ejemplo que tal vez sea más útil que buscar una teoría: Alfonsín, en 1983, sin duda sabía bastante bien que la historia no avalaba la idea de que los argentinos éramos masivamente democráticos y habíamos sido arrastrados a la dictadura y la violencia por una minoría de extraterrestres, pero tenía que construir la épica de la transición y, para eso, movilizar y potenciar los pocos reflejos democráticos que pudiera haber en el espíritu colectivo. Esto implicaba crear la ilusión de un desencuentro trágico entre nuestras “mejores tradiciones populares”, así hablaba él, y el respeto de la Constitución; mostrarle el costado democrático de sus tradiciones no sólo a los radicales, también a los peronistas, los conservadores, etcétera. Claro que, al hacerlo, el riesgo era que la sociedad se convenciera de que había sido víctima de unos pocos malvados, que eran los que tenían la culpa de todo, y que el resto merecía puras compensaciones y atenciones. Este riesgo, Alfonsín y la transición no pudieron evitarlo y se terminaría pagando bastante caro.

–Ahora, una expresión de tu confianza: “si los ciudadanos ejercemos críticamente el voto, la oferta va a tener que mejorar”.

–Yo me definiría más como un iluso que como un cínico, porque sigo creyéndole a algunos dirigentes. No recuerdo haber votado sin una dosis de expectativa, aunque la verdad es que sí recuerdo haberme arrepentido a los dos minutos. Supongo que seguiré haciéndolo, y no está mal prepararse para las decepciones, que también tienen grados e intensidades.

Una mirada crítica

–Tu propuesta terapéutica me hizo pensar en el yin y el yang de los chinos: el cínico se cura si entrena su confianza, el iluso se cura si despliega su cinismo.

–Puede ser, lo más importante es enfocar bien el ánimo crítico para no descalificar la confianza que nosotros mismos depositamos, por motivos que no vienen al caso, o por resultados que no se podían evitar, o cosas por el estilo. Por eso el libro se dedica a repasar los componentes del juicio político, que tienen que ver con usar bien la información, evaluar las alternativas, no exagerar las virtudes de las oportunidades perdidas ni prestarle sólo atención a la coyuntura, cuestiones bien concretas que se pueden medir en cada caso.

–Si te leo bien, tu idea es que un neurótico (el cínico y el iluso) no vota bien. Y si no votamos bien, el manejo de la cosa pública no va a mejorar.

–Bueno, esto es sólo una parte del problema, digamos, el lado de la demanda política. Del otro lado, del de la oferta, también tiene que haber alternativas, recursos; y en el medio, mecanismos de transparencia y competencia que aseguren el tráfico fluido de un lado al otro. Si hablamos en concreto de nuestro país, de estos años, te diría que hay problemas de los tres órdenes, de oferta, de demanda y de conexión entre ambas. Yo me ocupo del problema de las demandas de los votantes simplemente porque me cansé de escribir en estos años sobre lo que hicieron y pudieron hacer los políticos de la democracia. Pero no creo que la demanda sea el único problema, ni siquiera el principal.

–Yendo a los pasos de tu “tratamiento”, el primero es contar con ciudadanos bien informados, contar con buena información y analizarla críticamente. ¿Cómo se promueve la mirada crítica de un ciudadano?

–Esto ha estado en el foco de la lucha política en los últimos años por el bombardeo practicado desde el poder del Estado contra los medios y la denuncia de la supuesta imposibilidad de la independencia periodística y de la posibilidad de distinguir hechos y opiniones. Son temas que se discuten en todo el mundo, pero que el kirchnerismo tergiversó en una suerte de estalinismo posmoderno para convertir la escena pública en una guerra sin cuartel y desautorizar toda crítica como si fuera una operación de guerra, y poder legitimar sus reales y concretas operaciones de propaganda. Te diría, entonces, que lo primero para promover el espíritu crítico es hacer todo lo contrario; reconocer que más allá de los intereses que nos definen, nos agrupan y enfrentan, hay un espacio relativamente independiente donde podemos discutir con visiones más generales de los problemas, y reconocer que por más que toda información combine datos y opiniones, y venga formateada por un juicio de valor, los datos y las opiniones son distinguibles y eso es lo que hay que hacer con la prensa, para poder usarla bien.

–Imagino dos obstáculos en esa búsqueda de buena información. El primero: en los medios trabajan personas que, como votantes, transmiten su propia neurosis. A muchos periodistas o medios se les nota su cinismo o su ilusión, del mismo modo que ha crecido el periodismo militante, que representa al fanático...

–Sí, claro, tenés razón, y los periodistas, igual que los lectores obsesivos de diarios, la gente hiperinformada, suele tener ideas pésimas sobre los políticos y preferencias muy intensas sobre algunos asuntos que deforman su juicio sobre todo lo demás. Hay periodistas que trabajan de indignados y le sirven a sus audiencias para cargarse de indignación todas las mañanas. Eso es cierto, aquí y en todos lados, y ha sido cierto desde mucho antes de que desde el kirchnerismo se pretendiera usar eso como excusa para descalificar a los “agoreros y caranchos”, que supuestamente viven de las malas noticias y por eso se ocupan de inventarlas. Lo que no sé es hasta qué punto puede decirse que en ese rol alimentan la neurosis colectiva o a su manera le dan una vía de escape. Mucha gente escucha la radio a la mañana para comprobar que todo anda más o menos para el demonio como siempre, no para seguir indignada todo el día sino para tomarse más calmadamente los disgustos que le toquen durante la jornada. Ese malestar con la política, por tanto, puede no ser demasiado nocivo y ser compatible con juicios más moderados y razonados cuando realmente importa, al momento de votar.

–El segundo obstáculo: no contamos con un Estado, en ninguno de sus niveles, que se haya autoimpuesto ser un buen informador, entonces no brinda la masa de datos que debiera proveer y los que ofrece no son de buena calidad.

–No siempre fue así, ¿no? El Estado argentino contaba con un muy buen aparato de estadísticas, no era ejemplar pero para los estándares de autonomía y eficiencia del resto de la administración, se podía decir que era una de las pocas islas de buena gestión pública. Dejó de ser así en estos años, pero no es tan difícil recuperar lo perdido. Las estadísticas públicas no son sólo un problema técnico ni un recurso de los expertos, son parte de los instrumentos básicos de un sano espacio público porque evitan que se pueda decir cualquier cosa, desde el poder o desde cualquier grupo de opinión. Dan un suelo común y legítimo para cualquier discusión. No es casual, por ello, que el kirchnerismo las haya destruido en una de sus primeras operaciones de propaganda de guerra.

El bien y el mal y la política

–El siguiente paso de tu terapia es algo más complejo: proponés revisar nuestra percepción del bien y del mal en relación con la política.

–Sí, este es un punto que puede sonar un poco problemático, porque creo que está muy instalada una idea sobre el bien y el mal, y en particular sobre los medios y los fines de la política, que conduce a muchas equivocaciones y en parte a ilusiones y decepciones innecesarias e inconvenientes. En pocas palabras, lo que trato de mostrar es que es mucho más útil, para juzgar los procesos políticos, las decisiones, las políticas que se implementan, etcétera, una comparación de las vías alternativas para conseguir resultados inmediatos o mediatos, y la consideración de sus efectos directos e indirectos, que la clásica distinción entre medios y fines que se suele presentar como la máxima expresión del pragmatismo pero no lo es.

Aquello de que el fin justifica los medios...

–Si un fin bueno justifica medios malos, entonces me alcanza con levantar una bandera noble para hacer cualquier macana. Así es como se presenta, como si fueran pragmáticos, un montón de gente que es básicamente fanática o manipuladora, o ambas cosas a la vez. El otro aspecto a tener en cuenta es que en toda acción política, los resultados pueden distinguirse entre los esperados y los inesperados, pero estos últimos no disculpan a los actores, al menos no necesariamente, por eso es muy relativo que lo que importe sea la intención. Se puede apelar a todo tipo de fines nobles, pero si uno hace mal las cuentas de costos y beneficios, o ignora los costos, o no prevé daños colaterales y cosas por el estilo, entonces su acción no tiene nada de noble, o al menos (digamos) no es una buena acción política.

Ese es el corazón del tercer paso: no dejarnos llevar por las “intenciones” de los políticos sino por los resultados. Acá aparece la cuestión del tiempo: cómo hacer para no mirar el corto plazo, cómo votar rechazando la filosofía de la cigarra y de acuerdo a la conducta de la hormiga.

–Sí, es la clásica crítica a los populistas y está muy en el candelero en estos tiempos, lo que es comprensible porque se está acabando la fiesta de gastar sin invertir ni ahorrar, pero también hay que atender a otros problemas intertemporales que permiten enmarcar el problema del populismo y relacionarlos con cuestiones más complicadas. Una es que el tiempo político dentro del cual es posible hacer cálculos de cooperación varía de una situación a otra, y con él varía la extensión y solidez de la confianza entre los actores. De allí que a veces no sea un problema de intenciones que los actores privilegien el corto plazo, sucede simplemente que no pueden confiar en que si cooperan hoy con un ahorro colectivo después vayan a recibir de ello algún beneficio. Los sistemas políticos son eficaces cuando logran extender lo más posible los tiempos en que se pueden hacer este tipo de cálculos y la cantidad de actores y grupos que participan de ellos. En nuestro país, los tiempos son cortos; por eso, aun quienes rechazan el populismo y quisieran otro tipo de política, en verdad tienen comportamientos tan especulativos, cortoplacistas y poco cooperativos como los demás.

Acabás de mencionar una clave: en Argentina, el sistema político es poco eficaz porque funciona con tiempo corto. Eso, agrego, podría ser previo a la crisis de los partidos. ¿Qué puede hacer el votante para favorecer un sistema de tiempo extendido?

–Bueno, para empezar, le conviene estar atento a los problemas de sustentabilidad, pero convengamos en que eso es más bien difícil por el círculo vicioso en que estamos por lo general atrapados, y este no es sólo un problema originado en el peso de la tradición populista. El populismo es coyunturalismo puro, ya se sabe, pero inclusive mucha gente que recela de las ofertas populistas de ocasión sabe que le conviene, en un contexto de incertidumbre y cortos horizontes temporales, no confiar en que sus eventuales intentos cooperativos a largo plazo sean recompensados. ¿Para qué entonces va a invertir, va a pagar todos los impuestos que le corresponden, y no mejor dedicarse a especular, atrapar todos los pájaros a su alcance aun sabiendo que así sus beneficios de largo plazo van a tener un techo, porque muchos más pájaros potenciales se van a escapar? Es así que los populistas reprochan a los empresarios que son ellos, que reclaman seguridad jurídica, los que originan los problemas económicos porque no invierten, y los acusan por ello de ser antiargentinos y apátridas, lo que es bastante injusto. Lo cierto es que se comportan como todos los demás argentinos y son inconsistentes con sus reclamos porque no pueden dejar de hacerlo sin correr un alto riesgo de perder plata inútilmente.

Ahora, vuelvo a tu libro, vos proponés que consideremos los resultados en términos de bienes públicos. Y esta es la gran deuda de la democracia... Estoy pensando en la falta de obras de infraestructura, en los problemas de la educación y la salud, en la inseguridad, en la inflación...

–En la estabilidad de la moneda, la transparencia e independencia de la Justicia, claro, todos esos son bienes públicos básicos. Que no sólo son escasos entre nosotros, son proporcionalmente muy escasos en comparación con los bienes privados de los que en promedio disfrutamos, esto es incluso así o incluso más así para los sectores bajos. En estos años, por ejemplo, la situación de la puerta de casa para adentro mejoró para muchas familias: compraron electrodomésticos, una moto, pintaron su casa; mientras que de la puerta para afuera no hizo más que empeorar, las escuelas funcionan peor, la moneda es menos estable, las calles por donde se anda con la motito son peores y más peligrosas...

Última: entre el tercer y el cuarto paso, formulás una crítica muy fuerte a las ideologías. Me animo a sintetizarla así: de nada me sirve tener una ideología clara si siempre voy a votar a los mismos sin prestar atención a los resultados que han conseguido.

–Claro, porque las ideologías no sirven como guía de la acción y el juicio si anulan la capacidad de evaluar autónomamente los resultados, y eso es imposible si no tomamos alguna distancia de aquello en que creemos. Siempre será posible echarle la culpa de los malos resultados a los demás, a la maldad e incomprensión del mundo. Incluso gente muy razonable cree todavía que las ideas marxistas son geniales pero fueron mal implementadas; o que la culpa es de la humanidad que se resiste a evolucionar moralmente, o cosas por el estilo. Juicios descabellados, pero que parecen estar fundados en ideas muy nobles.

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Otras entrevistas

Por Carlos Clerici
Eco Medios - La Otra Agenda, 11/09/2015

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Por Carmela Barbaro
Radio Ciudad - Tardes Bárbaras, 08/09/2015


Sostiene el autor

La premisa de la que partimos es que el cínico y el bien pensante son cara y contracara de una relación neurótica con la política que nos dificulta actuar como ciudadanos razonablemente críticos y constructivos. Para superar esta neurosis vamos a sugerir una terapia, que no es ni infalible ni exhaustiva, pero que es realmente barata e incruenta, por lo que cuesta muy poco ensayarla. Pero nada es gratis: esta terapia nos exige que dediquemos al asunto algo de tiempo y que cumplamos satisfactoriamente ciertos pasos, una suerte de ejercicios, cuya utilidad es conveniente entender antes de poner manos a la obra. Pág. 10

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La secuencia sugerida reza así: primero, informarnos adecuadamente; segundo, identificar los problemas morales que hay que resolver para distinguir entre la buena y la mala política; tercero, escoger criterios confiables para evaluar los resultados de la acción política; cuarto, distinguir convenientemente las funciones que cumplen los líderes, las instituciones y las reglas de juego; quinto, establecer la relación de confianza y distancia más adecuada frente a los actores políticos; y sexto, aprender del pasado y no insistir en cambiarlo. Págs. 10/11

No podemos esperar de los políticos que nos digan la verdad. Necesitan que nos hagamos ilusiones, porque ellos se alimentan de nuestra esperanza y nuestra confianza, trabajan con ese material más que con ningún otro. Pág. 12


Un votante crítico, en cambio, es alguien que puede tener creencias muy firmes, pero está dispuesto a revisarlas a la luz de los acontecimientos. Y además no usa esas creencias para explicar todo lo que sucede a su alrededor, pues les reconoce una validez acotada. Pág. 37


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El espacio público libre es un invento extraordinario de las sociedades modernas orientado a combatir ese problema de acceso a la información: asegura que cualquiera puede difundir lo que a los políticos y en particular a los que están en el gobierno no les conviene que se sepa. Pág. 141

La democracia funciona bien si logra combinar en alguna medida eficacia y control, o como lo enunciamos un poco más arriba, centralización y pluralismo, es decir si provee una autoridad pública sólida, sometiéndola a una competencia y controles regulares. Esto es lo que logran hasta aquí mejor que ningún otro sistema los estados constitucionales que tienen varios partidos pero no demasiados, distintos niveles de gobierno y tres poderes bien diferenciados pero que no se bloquean entre sí, y una ciudadanía más o menos educada y atenta que puede juzgar muy críticamente a sus gobernantes e instituciones pero también confía en ellos. Pág. 188


Lo que pueden hacer los ciudadanos para llevar a la práctica el aforismo sobre la buena política que hacen los malos individuos es elegir políticos que tengan la menor propensión posible a aprovecharse especulativamente de sus oportunidades de saqueo en el corto plazo, y la mayor a buscar beneficios más duraderos. Ellos serán los más dispuestos a acomodarse a la posibilidad de tener que enfrentar, en ese futuro más o menos prolongado durante el que esperan extraer beneficios para sí mismos, elecciones competitivas y otras circunstancias igualmente exigentes, y por lo tanto estarán más interesados en distribuir beneficios amplios y generosos entre sus votantes efectivos o potenciales a lo largo del tiempo. Págs. 55/56

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Conviene tener siempre muy en cuenta, entonces, que la enorme mayoría de los políticos, igual que el resto de los mortales comunes y corrientes, son autointeresados, persiguen su propio bien y promueven el de los demás solo en las circunstancias en que hacerlo también los beneficia. Ese tipo de personas, más o menos como todo el mundo, no crea el mejor de los sistemas políticos imaginables, pero está varios escalones por arriba de los saqueadores sistemáticos, los que persiguen todo el tiempo su propio interés a costa del de los demás, y aun más escalones por encima de los tontos, cuya acción solo arroja perjuicios que no pueden evitar. Págs. 59/60

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En las democracias con instituciones fuertes y sistemas inclusivos los bienes que los gobiernos producen son principalmente públicos, es decir, todos los ciudadanos en principio pueden acceder a ellos. Un buen servicio de policía y justicia, de salud y de educación, buenas redes de infraestructura y, sobre todo, una moneda estable y un aparato de defensa eficaz se cuentan por lo general entre los más importantes de estos bienes públicos. En cambio, en los sistemas democráticos débiles, las autocracias electivas o los regímenes directamente despóticos, habitualmente extractivos, los bienes que producen los gobiernos son en gran medida privados, y funcionan como premios selectivos y discrecionales dirigidos a mantener en pie las pequeñas coaliciones en que se sostienen los líderes. Es el caso de la asignación de rentas, beneficios o subsidios a personas o grupos en particular, de cargos y puestos de trabajo en el propio estado, y entre los más pobres, de alimentos y otros bienes básicos para la subsistencia. Se suele pensar que solo los sectores bajos son clientes de este tipo de bienes privados, o que son los clientes privilegiados, pero claramente no es así, como es fácil constatar si consideramos la importancia de los subsidios y otras formas de rentas selectivas que reciben los empresarios y demás amigos del poder en la mayoría de los regímenes autocráticos y las democracias débiles de nuestro tiempo. Pág. 92

Usar a unos políticos contra otros tornándolos reemplazables es, por cierto, no solo la primera sino la más obvia máxima que todo elector racional debe asimilar. Implica practicar el mismo juego que los políticos utilizan en contra nuestra, así que está por completo justificado. Pág. 143


Solo mientras haya líderes en competencia la personalización de la confianza de los electores en unas pocas figuras públicas podrá ser compatible con el respeto del pluralismo. Pero además será necesario que haya fuertes instituciones que preserven la autonomía funcional y la legitimidad específica de contrapoderes no electivos. Porque de otro modo los líderes, en su esfuerzo natural por monopolizar la confianza de la ciudadanía y hacerse de más y más poder, tenderán a relativizar o directamente anular los frenos y contrapesos. Algo que suele suceder en todo tipo de regímenes. Pág. 113

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Están los que encuentran en la democracia representativa el régimen de gobierno que, si bien no elimina, al menos minimiza el ejercicio de la dominación, la posibilidad de que unos hombres sometan a otros a su arbitrio y que gracias a ello logren en el mayor grado posible el ideal de libertad e igualdad ante la ley. Pág. 130


Lo que compensa o frena la práctica sistemática del engaño y la manipulación es la competencia entre los políticos, el hecho de que ellos no formen una corporación cerrada, que estén obligados a competir entre sí sacando a la luz sus respectivos trapos sucios, y algo de la verdad, a resultas de ello, se les caiga de los bolsillos y llegue a nuestro conocimiento. Pág. 41

 




¿Cómo juzgar la conducta de nuestros representantes, para revalidar nuestra confianza en los mejores de ellos y hacer a un lado al resto, sin quedar presos del desánimo ni de nuestras ilusiones? Pág. 7


Mantener la mayor autonomía posible de los jefes, y darles ocasionalmente poder, depositando la confianza en ellos y permitiéndoles ganar elecciones, pero sin hacerles creer que se los seguirá a cualquier lado y a cualquier precio. Esto permite que se formen gobiernos, así como que ellos tengan la oportunidad, además de las motivaciones necesarias, para satisfacer las expectativas de quienes los han hecho posibles. Pág. 145

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Los políticos hacen carrera y van progresando en los cargos que ocupan. Y más importante que eso es que a medida que pasan los años se hacen una reputación como comunicadores, como decisores, como organizadores o como luchadores. Todas esas reputaciones les hacen falta, al menos en algún grado cada una. Habrá quien tenga más de esta que de aquella, que sea un gran gestor u organizador y no tan bueno en campaña; o reconocido como un apasionado luchador por sus ideas aunque peque a veces de imprudente en la toma de decisiones. Pero no se llega a líder sin tener una dosis de todo eso. Y el votante debe poder evaluar cada uno de esos aspectos sin comprarse buzones ni mezclar las cosas. Pág. 174

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¿Necesitamos políticos que se nos parezcan, que tengan los mismos intereses que los votantes, se vean afectados por los mismos problemas, sufran si nosotros sufrimos? ¿O necesitamos políticos que sean profesionales y sepan hacer un trabajo muy específico, que exige de ellos talentos que no tienen los demás oficios ni la gente común? Afectivamente tal vez prefiramos la primera opción, pero nos conviene ignorar esos sentimientos y elegir con la cabeza. Pág. 187


Fragmento
Presentación

Recomendaciones útiles para ilusos y cínicos 

¿Cómo juzgar la conducta de nuestros representantes, para revalidar nuestra confianza en los mejores de ellos y hacer a un lado al resto, sin quedar presos del desánimo ni de nuestras ilusiones? El objetivo del texto que sigue es responder esa pregunta. 
Puede que no sea así, pero si usted compró este libro, o siquiera un cierto interés lo llevó a ojearlo en el pasillo de una librería, es altamente probable que pertenezca a uno de los siguientes dos tipos de personas. 
Primero, el votante ya curtido en decepciones que ha llegado a la conclusión de que los políticos son todos iguales, lo que es equivalente a decir que son unos sabandijas, y no está ya dispuesto a confiar en nadie. Prefiere hacer del escepticismo su bandera por el resto de su vida activa. Incluso cuando esté abierto, o resignado, a seguir escogiendo entre los candidatos que se le presenten, porque lo hará con bajísimas expectativas o directamente ninguna, tan solo para vengarse de los que están en el poder y lo tienen harto, o bien para dejar fuera de juego a los más inescrupulosos e inútiles. Lo que le permite, con un mínimo esfuerzo, dar alguna utilidad a su voto sin abandonar en ningún momento el blindaje cínico que, según cree, mejor lo protege de nuevos intentos de manipularlo, engañarlo y desilusionarlo. 
Segundo, el votante esperanzado en que tarde o temprano habrá de dar con las personas adecuadas para que lo gobiernen, porque está convencido de que finalmente deberá aparecer el individuo o el grupo de individuos que se comprometa con el bienestar de la gente, de las personas comunes, decentes y trabajadoras como usted, y no simplemente se encarame al poder para satisfacer su propio interés. Hasta que eso suceda y aparezca la gente dispuesta a sacrificarse por el país y capaz de sacarlo adelante, usted usualmente trata de mantenerse informado, despotrica regularmente por el curso que siguen los asuntos públicos, acumula indignación y cada tanto ensaya con alguna nueva figura o partido, a la espera de dar con los indicados. 
Si una de las dos descripciones corresponde a su caso preste atención: no se equivocó. Sea que pertenezca al primer grupo, llamémoslo el de los escépticos y resignados, o al segundo, el de los esperanzados e indignados, es posible que encuentre alguna utilidad en este libro, porque él está escrito pensando en usted. Y en usted. Para los dos. No porque se pretenda aquí confirmar sus ideas, temores y expectativas -algo imposible de hacer para los dos grupos a la vez, demás está decirlo-, sino porque busca curar sus respectivos malestares, que, aunque parezcan muy distintos, son en el fondo uno solo. 
Este manual tiene por objetivo desmentir parcialmente ambos conjuntos de creencias, el de los ilusos y el de los cínicos. Y ofrecer una terapia para calmar la incomodidad y el disgusto con que unos y otros viven su relación con la política. Para lo cual se propone mostrar que, aunque parezcan dos grupos de opinión contrapuestos y que se sostienen en dos posturas morales irreconciliables, en verdad se parecen bastante entre sí y si se esforzaran un poco en reflexionar sobre sus similitudes y diferencias, tal vez podrían ponerse de acuerdo en una visión más matizada, más realista y sobre todo menos neurótica de los problemas políticos que los desvelan. 
El punto de partida es bastante simple: se mostrará aquí que aunque cínicos e ilusos tienen algo de razón, a cada uno le falta lo que al otro grupo le sobra. 
Por un lado, no tiene sentido seguir esperando al elegido, o comparar a los políticos que tenemos a la mano con un ideal inexistente, con una especie de redentor mítico. Esto ya ha sido utilizado suficientes veces como aliciente para seguir y entronizar a rufianes de variado pelaje como para que sigamos blandiendo esta esperanza con inocencia. Como si la necedad y la ceguera, practicadas con insistencia, pudieran ser suficiente evidencia de virtud moral. 
Por otro lado mostraremos que, aunque pueda servir para hacer parecer a la gente que la adopta más inteligente y juiciosa de lo que realmente es, también carece de mayor utilidad la tesitura del canchero decepcionado que pretende tener suficiente mundo como para saber que no conviene confiar en nadie y que los políticos son todos iguales. En realidad, sabemos muy bien que de un modo u otro seguiremos estando obligados a elegir a alguno, el que nos parezca menos igual que los demás. Y acompañar la elección con más o menos cinismo no nos garantizará que vayamos a usar mejor nuestras oportunidades. 
Si los ilusionados se ilusionaran un poco menos y los escépticos se mofaran también menos del mundo que los rodea, si confiaran menos en su virtud moral en el primer caso y en la función rectora del desprecio y el resentimiento, en el segundo, estaríamos ya de por sí dando importantes pasos hacia un enfoque más útil del problema que tenemos por delante: cómo establecer una relación un poco más productiva, sana y amable con los políticos y la política. En suma, habremos empezado a combatir la neurosis política, y a vivir más felizmente nuestra vida pública. 

Por qué un manual 

Dicho esto y develados el objetivo y buena parte del chiste de este libro, podría usted pensar que no tiene sentido seguir leyendo. Pero atención: las cosas no son tan sencillas como para poder agotarlas en un par de páginas. 
La premisa de la que partimos es que el cínico y el bien pensante son cara y contracara de una relación neurótica con la política que nos dificulta actuar como ciudadanos razonablemente críticos y constructivos. Para superar esta neurosis vamos a sugerir una terapia, que no es ni infalible ni exhaustiva, pero que es realmente barata e incruenta, por lo que cuesta muy poco ensayarla. Pero nada es gratis: esta terapia nos exige que dediquemos al asunto algo de tiempo y que cumplamos satisfactoriamente ciertos pasos, una suerte de ejercicios, cuya utilidad es conveniente entender antes de poner manos a la obra. 
Lo que se lista a continuación, entonces, es una secuencia de ejercicios teórico-prácticos que nos permitirán entrenarnos -sin necesidad de ser ni de volvernos expertos- en el juicio sobre el complejo campo de los procesos políticos. Una actividad que como todo en este mundo se desarrolla entre el cielo y el infierno, a veces en el fango de los vicios humanos, a veces en torno a ideales y fines que son todo un dechado de nobleza, y tiene sus reglas específicas y sus peculiaridades. Y aunque no contenga tantos misterios como algunos expertos en complicar las cosas quieren hacernos creer, ni es tan diferente a otras esferas de la vida como a menudo se sospecha, tiene sus vueltas. 
La secuencia sugerida reza así: primero, informarnos adecuadamente; segundo, identificar los problemas morales que hay que resolver para distinguir entre la buena y la mala política; tercero, escoger criterios confiables para evaluar los resultados de la acción política; cuarto, distinguir convenientemente las funciones que cumplen los líderes, las instituciones y las reglas de juego; quinto, establecer la relación de confianza y distancia más adecuada frente a los actores políticos; y sexto, aprender del pasado y no insistir en cambiarlo. 
En cada capítulo intentaremos ilustrar el problema a resolver y las posibles soluciones con ejemplos y explicaciones prácticas, sin enredarnos en disquisiciones abstractas. Aunque claro, algunos problemas teóricos habrá que encarar.


El autor


Marcos Novaro (Buenos Aires, Argentina, 1965)
Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. En 1992 obtuvo el diploma en Derecho Constitucional y Ciencia Política del Centro de Estudios Constitucionales de Madrid. Es investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y profesor asociado de Teoría Política Contemporánea en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Ha dirigido una decena de proyectos de investigación y dictado cursos de posgrado en diversas universidades nacionales y extranjeras. Actualmente coordina el Programa de Historia Política del Instituto Gino Germani y el Archivo de Historia Oral de Argentina Contemporánea, y desde 2006 es director del Centro de Investigaciones Políticas (CIPOL). Ha sido consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el programa Estado de la Democracia en América Latina, becario Fulbright en la George Washington University y Columbia University (2006) y becario Guggenheim entre 2008 y 2009. Ha publicado numerosos libros, además de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, y colabora regularmente en diversos medios de comunicación argentinos.

Ficha bibliográfica


Marcos Novaro
Manual del votante perplejo
Una terapia en seis pasos contra la neurosis política

serie discusiones
Katz Editores
190 páginas, 13 x 20 cm.
ISBN 9788415917175, rústica

$ 185.00

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