Un libro polémico, en el cual la implacable mirada sobre la experiencia personal se convierte en un urgente llamado a terminar con la autocomplacencia, la victimización y la intolerancia.
con prólogos de Graciela Fernández Meijide y Beatriz Sarlo
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Asumo públicamente y con pesar mi propia historia de guerrillero
"Sé que nuestra intención no era hacer el mal por el mal en sí mismo, pero la 'astucia de la razón', irónica y perversa, pudo convertir a hombres buenos en malos, y no nos dio tiempo para tomar conciencia."
HÉCTOR RICARDO LEIS
Entrevista a Héctor Leis
Héctor Leis: "Para que el país supere las divisiones que hoy lo aquejan, es forzoso hacer la catarsis de los 70" Astrid Pikielny (La Nación - Enforques, 31/03/2013)
Politólogo y doctor en filosofía, este ex montonero hoy distanciado de la militancia critica el "uso sectario, político e ideológico de los muertos" y pide poner fin a los "ciclos recurrentes de guerra civil".
Hay, en el gesto de entrelazar las nociones de testimonio y testamento, una intención de esclarecimiento y entrega, pero también de acto final que busca restaurar la verdad, trascender la propia finitud y transmutar en legado. Así sucede con el nuevo ensayo de Héctor Leis Un testamento de los años 70. Terrorismo, política y verdad en la Argentina (Katz Editores), un escrito político y moral que estará en la calle esta semana y que interviene con voz propia en el debate sobre la memoria y la responsabilidad de las organizaciones guerrilleras en el escenario de sangre y violencia que marcó la historia de nuestro país.
Militante comunista y peronista, Leis participó de la lucha armada, fue combatiente de Montoneros hasta el final de 1976 y hoy desenmascara el relato que manipula, aviesamente, historia, memoria y verdad, cuestiona el concepto de "delito de lesa humanidad", asume la violencia y las muertes provocadas por las organizaciones guerrilleras y reclama -atravesado por las nociones de perdón y reconciliación- una lista única de víctimas y un único memorial en el que figuren todos los nombres de los muertos: los de la guerrilla, los de las Fuerzas Armadas y los que mató la Triple A. "Asumo públicamente y con pesar mi propia historia de guerrillero. No puedo arrepentirme por lo que hice porque lo hice queriendo y empujado por el espíritu de época. Pero sí pido perdón por el sufrimiento causado por mis acciones. Lo nuestro fue una locura que fue al encuentro de otra locura", escribe Leis desde Brasil, destino del exilio desde 1977. "En ese sentido entiendo la mal llamada «teoría de los dos demonios» expresada en el Nunca Más por Ernesto Sabato: los dos lados del conflicto de los años 70 fueron igualmente ciegos y locos.
Desde el punto de vista criminal y moral, hubo diferencias notables, pero no en el grado de locura, de atreverse a hacer lo impensado e imperdonable. Confesar y pedir perdón por mi participación en esa locura es mi contribución al futuro del país. Si existe algún legado sería el de instruir modestamente a las nuevas generaciones para que puedan mirarles de frente la cara a todos los actores de aquellos años sin caer en sus redes", agrega.
Aunque la participación de Leis en el debate por la memoria fue relativamente distante, desde hace un tiempo, afirma, lo asedia un sentido de urgencia y angustia frente al "uso sectario, político e ideológico de los muertos" y la construcción de un discurso faccioso por parte del kirchnerismo. "Siempre me pareció difícil este debate, pero nunca hubo un discurso tan hegemónico y perverso sobre aquellos años como ahora. La memoria es fundamentalista cuando el Estado no busca el consenso y asume una versión de los hechos como única, condenando a la sociedad a dividirse en torno de memorias opuestas. La peor violencia, la que más destruye el tejido social, es la impuesta por un Estado fundamentalista. De igual forma, la peor memoria, la que más destruye la comunidad política, es la impuesta por un Estado fundamentalista. Estados que en ambos casos pueden ser autoritarios o democráticos, no importa", sostiene.
A 37 años del 24 de marzo de 1976, Leis equipara en responsabilidades a militares y militantes, cuestiona la falta de autocrítica de la dirigencia de Montoneros y considera que La Cámpora es una copia mala y oportunista de la militancia de los 70. Profesor universitario con una maestría en Ciencia Política y doctorado en Filosofía, desde hace algunos años su militancia se asocia al Club Político Argentino.
-¿Por qué equipara en responsabilidades a quienes detentaron el poder del Estado y quienes ejercieron la violencia armada por fuera de él y desde la sociedad civil?
-Mi mirada no es la del jurista, que ingenuamente cree posible entender y operar la realidad a partir de las normas, sino la del filósofo político. En este sentido me preocupa más la trama de la historia y su sentido que los hechos aislados. El concepto de terrorismo de Estado, tal como es usado, es engañoso y sin valor teórico, y no ayuda a entender la dinámica de aquellos años. Si fuéramos a usar este concepto en sentido estricto podemos verificar que en la Argentina existió terrorismo de Estado desde el golpe de Onganía hasta la llegada de Alfonsín. Todos los gobiernos de ese período aplicaron una dosis mayor o menor de terrorismo de Estado, que siempre contó con la complicidad de las máximas autoridades. ¿O acaso se puede dudar de que los gobiernos de Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel Perón no fomentaron y ampararon algún tipo de terrorismo desde el Estado, se llame formaciones especiales, Triple A, Operativo Independencia o cualquier otra cosa? En la Argentina hubo violaciones de los derechos humanos a lo largo de 17 años, de 1966 hasta 1983, en un crescendo que tendrá su apogeo con Videla. Esas violaciones fueron fruto de una dialéctica terrorista infernal entre actores con base en el Estado y la sociedad civil, que se alimentaban mutuamente y que perjudicaba a la nación como un todo.
-Pero, ¿por qué afirma que esos crímenes no constituyeron delitos de lesa humanidad?
-Es que esos crímenes hubieran sido contra la humanidad si el Estado argentino hubiera desparecido, pero el Estado no desapareció. En 1983 retornó el Estado de Derecho, que estaba en condiciones plenas de juzgar los crímenes habidos. El Estado existe o no existe. Si existe, los crímenes en su territorio y contra sus habitantes deberán ser juzgados, más tarde o más temprano, por ese Estado. Los crímenes contra poblaciones indefensas e inocentes, como sería el caso de un grupo nacional, étnico, racial o religioso que se encuentre fuera del amparo del Estado pueden ser considerados, sí, crímenes contra la humanidad. Por lo tanto, pretender que en la Argentina hubo crímenes contra la humanidad es, en mi opinión, un artificio jurídico que atenta contra nuestra soberanía y esconde que en los 70 hubo una lucha armada donde los militares defendieron, aunque de forma ilegal y demoníaca, la existencia del Estado como tal, contra la amenaza de su disolución por causa de esa guerra civil en curso y la casi total ausencia del gobierno. Por otro lado, las organizaciones guerrilleras, como ya lo habían probado, no luchaban en defensa de la Constitución Nacional, ya que en ese caso se hubieran autodisuelto en 1973 cuando llegó Cámpora al poder. Ellas luchaban por otro Estado y otra Constitución.
-¿El robo de bebes tampoco es un delito de lesa humanidad?
-El robo de bebes es uno de los pocos casos que, por la extrema indefensión e inocencia de las víctimas, encuentro buenos argumentos para tipificarlo así.
-¿Por qué nunca hubo una autocrítica pública de la conducción de Montoneros?
-El hecho más extraño de la Argentina contemporánea es el limbo en el cual permanecen los dirigentes de la conducción de Montoneros. Nadie les cobra nada, ni crímenes ni cuentas bancarias. Y cuando alguien se anima a hacerlo, ellos no responden. Se puede pensar dos cosas sobre ese silencio. La primera es que no saben qué decir porque todavía están tratando de entender lo que pasó. La segunda, que es la más probable, es que por el momento creen conveniente no decir nada. La conducción interna de Montoneros siempre tuvo un estilo centralista y militarista, a un grado tan o más alto que las FFAA. Después de todo, las FFAA no ejecutaban a sus miembros por motivos banales, como ocurrió algunas veces con Montoneros. Esa dirigencia debe pensar que la historia habrá de reconocerle sus méritos algún día y hasta entonces mejor no abrir la boca, porque tampoco saben para dónde va la historia. Todo esto tampoco explica por qué los ex montoneros no les piden una explicación a sus ex comandantes. En cuanto a la conducción, continúa sin rendir cuentas del dinero que estaba en su poder, que no era poco.
-¿Qué similitudes y diferencias advierte entre aquella militancia y la actual, en algunos casos rentada y que ocupa puestos de poder? ¿Cuál es su opinión sobre La Cámpora?
-La militancia de los 60 y 70 fue tan heroica y altruista como voluntarista e ignorante de la realidad de las cosas. Primero fue víctima de la ideología, después de la metodología militarista-leninista-terrorista de sus organizaciones, y, por último, de Perón y los militares. Usamos ideas y métodos errados para combatir a todos al mismo tiempo. Pero fuimos originales, no reivindicamos la herencia de nadie, inventamos nuestros valores y nos sacrificamos por ellos. Las generaciones que nos siguieron son copias mal hechas de la nuestra. Adoptaron nuestra tradición de forma oportunista, desde el poder. No lucharon sino que fueron cooptados por los Kirchner. No existían antes de que ellos llegaran y fueron un invento del poder. No son ciegos, como fuimos nosotros, sino algo peor, son lacayos del poder del Estado. La Cámpora sería más coherente si se llamase "La Cayos". Su lealtad con el amo dura mientras esté en el poder.
-¿Cree que hay un uso mutuo de los derechos humanos tanto por parte del kirchnerismo como de las organizaciones de los derechos humanos?
-En algún momento los argentinos tendrán que preguntarse por qué toleran la instrumentación política de la actual memoria histórica de los años 70 hecha por algunas organizaciones de derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo de Hebe Bonafini, y los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Existe, por supuesto, un uso mutuo por parte de actores de la sociedad civil y del Gobierno para glorificar y victimizar a la guerrilla de los 70 y culpabilizar absolutamente a los militares. Pretenden con eso legitimar su populismo de izquierda y sus aspiraciones de poder. Pero hay un uso de esa memoria que es peor todavía.
-¿En qué sentido peor?
-En el sentido de que esa memoria mentirosa y cínica es tolerada por la gran mayoría de la sociedad argentina porque le permite olvidar la verdad de aquellos años y, sobre todo, ocultar sus responsabilidades. La violencia y el terror practicado por los principales actores en conflicto de aquellos años fueron deseados de forma abierta o silenciosa por la mayoría. De todas las memorias posibles, la actual es la mejor para ocultar la verdad, ya que la culpa es únicamente de los militares. La sociedad argentina tiene miedo de abrir la caja de Pandora de su pasado: el rechazo que eventualmente les produce la mentira e instrumentación de la memoria histórica es infinitamente menor que el horror que les produciría confrontarse con su participación en ese pasado. Para que la Argentina supere las divisiones y enfrentamientos que hoy la aquejan es forzoso hacer la catarsis de los 70. La memoria actual es mentirosa porque es anticatártica. Es el alter ego de la sociedad argentina que prefiere la mentira a descubrir sus responsabilidades, tanto con la violencia de la guerrilla como de la dictadura, y de las consecuencias de ambas. Y digo sociedad argentina porque aún muchos de aquellos que padecieron la locura de la época permaneciendo neutrales, hoy también callan, esperando que la verdad sea producida por otros. ¿Por quiénes?
-¿Cuán necesarios son los muertos para alimentar una épica en el kirchnerismo?
-En esto debemos aliviar la culpa del kirchnerismo. El culto a los muertos es parte del ser nacional y Gardel es un ejemplo. Pero el uso político de ese culto es obra del peronismo y comenzó con la muerte de Eva Perón, a quien Perón declaró santa y le decretó un feriado. Es evidente que el actual gobierno pretendió legitimarse también sobre la figura de los muertos y desaparecidos víctimas de la dictadura militar, a los cuales agregó más recientemente a Néstor Kirchner. La cosa salió bien al comienzo, pero recientemente los familiares y amigos de los muertos en Once le mostraron a la Presidenta que el uso que podía hacer de la muerte de su marido era limitado. Puede ser una buena señal, indicando que los argentinos se están cansando del uso sectario, político e ideológico de los muertos. Es la señal que la sociedad argentina precisa para comenzar la tarea de actualización de la memoria histórica de los 70, aproximándola lo más posible a la verdad. Respetemos por igual a todas las víctimas de aquellos años y dejemos que los muertos entierren a sus muertos porque nadie sabe lo que pensarían hoy si estuvieran vivos.
-En ese sentido usted reclama una lista única de víctimas en la que figuren todos los nombres de los muertos y desaparecidos: los que mató la guerrilla, las FF.AA. y la Triple A. ¿Cree que algún día será posible?
-Creo que sí. De no serlo, esos nombres se perderán en la neblina de la historia. Mi propuesta apunta a salvarlos para que contribuyan a salvar el futuro de los argentinos. Si continúa la exclusión de unos u otros, los resentimientos del pasado continuarán alimentando el presente, generando nuevas listas de muertos en el futuro. La Argentina tiene que poner un fin a sus ciclos recurrentes de guerra civil. Tal como están hoy las cosas la guerra civil no es manifiesta, pero los instintos y odios que la alimentan continúan latentes.
-¿Qué les diría a los compañeros de militancia que sostienen que estas posiciones suyas, en lugar de avanzar en un proceso de sinceramiento y reconciliación podrían "hacerle el juego a la derecha"?
-Presumo que te referís como compañeros de militancia a los miembros de mi generación del 60, junto con los cuales quise hacer la revolución por la vía de las armas. Si fuesen ellos, les diría que están equivocados y que quien hace esa crítica decidió ser leal al peor de sus pasados, no al mejor. Decidió apegarse a los errores del pasado para defender su participación en la historia, en vez de mirar de frente a la verdad, pensando en el futuro de la nación. Diciendo la verdad sobre los años 70 no se le hace el juego a nadie, especialmente cuando en ese pasado no hubo héroes, ni vencedores, sino que fuimos todos víctimas y victimarios recíprocos. En los 60 y 70 nosotros creíamos que la verdad era revolucionaria y luchábamos contra las mentiras del poder. Cómo podría entonces hacerle el juego a la derecha si la memoria oficial, tal como aparece consagrada en los "museos" impulsados por algunas organizaciones de derechos humanos y la secretaria de Derechos Humanos del Gobierno, es mentirosa porque oculta una parte importante de los hechos. Todos lo sabemos. Yo les preguntaría a mis compañeros por qué se callan, por qué le hacen el juego a la mentira. Por otra parte, en la Argentina es imposible hacerle el juego a la derecha -o a la izquierda- si no aclaramos de quién estamos hablando. Desgraciadamente, en nuestro país existen derechas e izquierdas tan autoritarias unas como las otras, y no me une ninguna lealtad con ellas. Les preguntaría a los ex compañeros que me critican si ellos defienden todavía las muertes y el terror que provocamos durante un régimen democrático con gobiernos peronistas. Les preguntaría si ellos repetirían lo mismo otra vez.
-¿Y si le responden que sí?
-Si ellos me responden que sí, mucho me honran con sus acusaciones. Ellos están del lado de las dictaduras y las mentiras, y hoy mi única lealtad es con la democracia y el Estado de Derecho.
Calidez en un largo intercambio epistolar
Nunca nos cruzamos en el Club de Cultura Socialista, ámbito de intensos debates intelectuales durante la primavera alfonsinista y que yo frecuenté en mis épocas de estudiante de Ciencia Política. Leis había dejado su exilio brasileño y volvía a la Argentina en 1984 para reencontrar afectos y discutir críticamente el pasado. "Tenía que volver al lugar del crimen. En el exilio yo me había distanciado tanto de mi pasado que no me reconocía. A veces me parecía que era otro el que había vivido mis experiencias. Volví para discutir críticamente mi pasado, pero no encontré recepción. Los cinco años que estuve en la Argentina fueron intensos, fui profesor en las universidades de Buenos Aires y de Rosario y conviví con el maravilloso grupo humano del Club de Cultura Socialista. Pero lo que sería un retorno definitivo a la Argentina en 1984, se transformó cinco años más tarde en un retorno definitivo a Brasil. Nunca dejé de ser argentino, pero a la distancia", escribe Leis a través del correo electrónico, en un intercambio epistolar que tuvo varias etapas, todas ellas marcadas por su enorme calidez y la confianza prodigada hacia alguien a que nunca conoció personalmente.
¿Cuál cree que será el impacto del papa Francisco en la vida de los argentinos?
-Es difícil hablar del papa Francisco para los argentinos, un pueblo mental y emocionalmente saturado por políticas e ideologías del pasado. En ningún país del mundo ocurre que cuando se recibe la noticia de la elección de un papa connacional no surja inmediatamente una alegría y emoción unánime. Las críticas mezquinas hechas a la elección de Bergoglio muestran, una vez más, que la Argentina es un país dividido por resentimientos originados en el pasado. Si Francisco continuase la obra de Bergoglio, ciertamente el Vaticano comenzará una nueva etapa. Su acción será espiritual y pastoral sin distinción de identidades políticas o ideológicas. Su compromiso será con los pobres y los necesitados. Su mensaje será de amor, reconciliación y fraternidad. Mi impresión es que un papado con esas características tendrá una gran contribución en América latina y en el mundo. Pero tengo mis dudas de que eso valga para la Argentina. Mi esperanza es que Francisco nos ayude a abrir nuestros corazones y mentes al amor, la verdad y la reconciliación con nuestro pasado que tanto precisamos. Pero sin un acto de contrición de nuestra parte, eso no será posible.
El Diálogo -
Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis
Registro de un diálogo lúcido y conmovedor sobre los años setenta. Documental de Pablo Avelluto, Carolina Azzi y Pablo Racioppi. Sitio de la película en Facebook: www.facebook.com/ElDialogo.Leis.Meijide
Un trabajo conmovedor, honesto y necesario por Graciela Fernández Meijide
Nacimos en el mismo barrio de Avellaneda y en la misma manzana. No jugamos juntos porque tengo doce años más que él, pero, cuando empezamos a escribirnos por mail y me dio como referencia el cruce de calles donde nos criamos, volví a oler pan y facturas recién horneadas en La 2ª Victoria, la panadería que estaba en una de las esquinas. Recordé el negocio de enfrente, el de don Caló, el almacenero cascarrabias que sacaba azúcar, harina, garbanzos de grandes bolsas de arpillera y nos los entregaba envueltos en un paquete de papel con dos orejas retorcidas para cerrarlo. Le pregunté si tenía las mismas imágenes y si él también iba a buscar medicinas a la farmacia de don Andrés, o a comprar clavos a la ferretería de mis tíos Lorenzo y Antonio, y me contestó que todavía recordaba esas cuatro esquinas y que mi padre había sido médico de su familia.
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Con Un testamento, Héctor hace un formidable aporte para afianzar el derecho que nos asiste a todos a una historia que no puede ni debe ser monopolizada por las víctimas ni por sus familiares ni por la memoria anclada en el pasado. Un pasado violento criticado por él con crudeza, y del que sin embargo no reniega en cuanto experiencia, porque cree que haber sobrevivido a esos momentos “sombríos pero también llenos de desprendimiento, alegría y amor” lo nutrió de la sabiduría que, con el paso del tiempo, le permitió rechazar la glorificación de la muerte.
Ante la malversación de la memoria histórica que hoy perpetra el oficialismo, junto con algunos emblemáticos organismos de derechos humanos y ex guerrilleros que se cobijan bajo las alas del poder, el autor reflexiona sobre aquello que nos pasó y nunca debió habernos pasado en los años 70, en una senda de pensamiento que, con matices, comparte con Toto Schmucler y Oscar del Barco.
Para plantear sus argumentos al debate que quiere iniciar, Héctor evoca nuestra historia plagada de enfrentamientos y, con respecto a los integrantes de las organizaciones guerrilleras de aquella década, resalta la condición de militantes de la mayor parte de quienes sufrieron la represión estatal para evitar “la injusticia”, afirma, de que se los considere únicamente como víctimas.
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Ese es el primer punto de nuestra parcial disidencia. Recordé discusiones en los organismos de derechos humanos durante la dictadura en las que Emilio Mignone, padre de una desaparecida, reconocía ese rol del Estado pero, citando al general Carlo dalla Chiesa, a la cabeza de la persecución de las Brigadas Rojas en Italia, sostenía que dejaba de ser legítimo cuando se valía de herramientas tan perversas como la tortura y el asesinato de prisioneros inermes.
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Preocupado por el futuro del país, Héctor juzga que este sería mucho más viable si se abandonaran las confrontaciones del pasado, y su convicción lo lleva al punto de estar dispuesto a perdonar y a promover la reconciliación de los sectores en pugna.
Respeto y admiro la actitud de mi amigo. Sin embargo, ni siquiera puedo pensar en perdonar. En nuestra familia, la víctima esencial fue Pablo, de 17 años. Tiene razón Héctor cuando, dirigiéndose a los padres de los desaparecidos, los insta a no sostener conceptos que hoy no sabemos si serían los de sus hijos. Y bien, yo tampoco sé qué pensaría Pablo, y por eso mismo no puedo perdonar en su nombre.
Un testamento me conmovió porque creo que, en consonancia con autocríticas de otros militantes de los años 60 y 70, está impregnado del empeño de su autor en aportar a la verdad. Para tanto dolor que hoy todavía perdura, es sanador leer a un hombre que era muy joven cuando creyó que la transformación de las injusticias sociales solo se lograba por el camino de la violencia y que, ya llegando a sus 70 años, con emoción y honradez se disculpa por el sufrimiento que pudo haber causado en aquellos años y –agrega– por el provocado “a las generaciones posterio res a la mía, que aun sin ser responsables por los acontecimientos de la reciente historia argentina continúan siendo castigadas con la ignorancia de su verdadero sentido, y se ven impedidas así de parar el yira-yira del karma nacional”.
La trampa terrorista: sobre la violencia en los setenta por Beatriz Sarlo
Este libro no fue escrito para agregarse a una larga lista de "textos de memoria", aunque los recuerdos de su autor le den un valor testimonial novedoso por el ángulo crítico desde donde observa su participación en la violencia armada de los setenta. Héctor Leis fue combatiente montonero, y esa experiencia no es exterior a las materias que trae su ensayo, sino que las refuerza, como una historia de vida que sostiene, a veces visible, otras invisible, la argumentación. Sin embargo, a diferencia de muchos testimonios, su experiencia no es un fantasma despótico que, pesando sobre el presente, justifique todo lo que aquí se dice. No reclama un privilegio ni afirma: Hablo porque estuve allí. Por el contrario, reconoce que, pese a haber estado allí, ha cambiado de manera profunda. No pide que se observe religiosamente un pasado que él mismo somete a crítica, separándose de un consenso de buenas conciencias que, al mismo tiempo, recuerda y olvida. Reclama una única lista y un único memorial donde estén los nombres de todos los muertos y desaparecidos: los que mataron la guerrilla, la Triple A y las Fuerzas Armadas. Sobre esta propuesta caerá el anatema. Leis está dispuesto a enfrentarlo, porque fue un revolucionario, sobrevivió y siguió pensando.
Dicho esto, se puede leer este libro como un ensayo que polemiza abiertamente con las posiciones que impiden disentir con el Gran Acuerdo sobre la violencia de los setenta y el terrorismo de Estado, firmado, para ponerle una fecha, en la recuperación de la ESMA por el Presidente Kirchner, pero cuyos puntos esenciales son anteriores. Un lector que no quiera arriesgarse a pensar el acuerdo establecido sobre dos pilares (el juicio a los militares y la versión de las organizaciones de derechos humanos) debería abandonar el libro de Leis. Hasta el momento, el acuerdo se apoya en que terrorismo de Estado y terrorismo guerrillero no son delitos entre los que pueda establecerse ninguna equivalencia. Personalmente creo que son, en efecto, inconmensurables. Leis intenta razonar lo contrario y es indispensable escucharlo porque va en contra de un sentido común que, como todo sentido común, se resiste a cualquier revisión.
[...]
La discusión recién se abre. En estos últimos treinta años, hubo razones históricas suficientes para que no se la abordara con la perspectiva que Leis introduce ahora. En esos treinta años, era moral y jurídicamente necesario sostener los juicios sobre el carácter excepcional e imprescriptible de los actos del terrorismo de Estado. De otro modo, no habría habido sentencias, más allá del Juicio a las Juntas en el gobierno de Alfonsín.
Pero han pasado esos treinta años, y era previsible que alguien trajera los argumentos para una reapertura de la cuestión. No es necesario compartir esos argumentos. Pero conviene no aplastarlos bajo el reduccionismo tranquilizante del anatema "teoría de los dos demonios", arrojado como se arroja agua bendita durante un exorcismo.
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Estoy planteando demasiadas preguntas a este breve ensayo. Es su gran mérito el tener la fuerza suficiente para sostenerlas. Usa palabras fuertes, polémicas, posiblemente inaceptables, como Confesión y Perdón, que son, para él, inescindibles de la Verdad. Será atacado por su valor. Y digo valor en el doble sentido: por un lado, el coraje intelectual; por el otro, el peso que seguramente tendrá en la reapertura de un debate demasiado cerrado, congelado en la autoridad inapelable de las organizaciones de derechos humanos, duplicadas en la autoridad que el Estado les otorgó durante el período kirchnerista. El libro de Leis es desacompasado con este presente canónico. Conozco solo dos escritores que han ido igualmente lejos por caminos diferentes: el primero, Héctor Schmucler; el otro, Oscar del Barco.
Leis, que vive en Brasil, y es mi amigo desde hace décadas, sigue alguna de esas sendas y abre otras. Siempre ha sido un interlocutor tenaz, difícil e imprescindible.
Sostiene el autor
Al igual que mis compañeros, yo era un terrorista de alma bella.
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Sin embargo, soy testigo de que nuestra motivación era noble. Conservo un recuerdo feliz de mi vida en aquellos años. Fueron años sombríos pero también llenos de desprendimiento, alegría y amor.
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Sé que nuestra intención no era hacer el mal por el mal en sí mismo, pero la “astucia de la razón”, irónica y perversa pudo convertir a hombres buenos en malos, y no nos dio tiempo para tomar conciencia.
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Las memorias mal resueltas se traducen en resentimientos de fuerte potencial destructivo para el futuro de la comunidad política.
Ante la malversación de la memoria histórica que hoy perpetra el oficialismo, junto con algunos emblemáticos organismos de derechos humanos y ex guerrilleros que se cobijan bajo las alas del poder, el autor reflexiona sobre aquello que nos pasó y nunca debió habernos pasado en los años 70. Del “Prólogo” de Graciela Fernández Meijide
Hacia la voluntad de la guerrilla convergieron dos procesos que corrieron en paralelo durante un tiempo: por un lado, el del peronismo, proscripto políticamente por los militares desde 1955; por el otro, el de la nueva izquierda revolucionaria, que tampoco encontraba su lugar dentro del sistema político vigente. Es posible que en 1973 Perón haya querido la reconciliación de los argentinos, pero, queriéndola o no, ella ya no era posible, en gran parte debido a sus acciones anteriores.
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En mi vida no creo haber hecho nada con intención perversa o egoísta, pero hace tiempo descubrí que fui parte activa de una dinámica histórica que podría haber evitado, si hubiese encontrado dentro de mí reservas morales e intelectuales suficientes para enfrentar el lado oscuro del espíritu del tiempo de mi generación.
Un lector que no quiera arriesgarse a pensar el acuerdo establecido sobre dos pilares (el juicio a los militares y la versión de las organizaciones de derechos humanos) debería abandonar el libro de Leis. Hasta el momento, el acuerdo se apoya en que terrorismo de Estado y terrorismo guerrillero no son delitos entre los que pueda establecerse ninguna equivalencia. Personalmente creo que son, en efecto, inconmensurables. Leis intenta razonar lo contrario y es indispensable escucharlo porque va en contra de un sentido común que, como todo sentido común, se resiste a cualquier revisión. Del “Prólogo” de Beatriz Sarlo
Fragmento 1.Terrorismo y guerrilla
La mayor diferencia entre el modelo de acción de la guerrilla urbana y el de la rural está en la cuestión del terrorismo. En varios países de América Latina se pasó de un tipo de guerrilla a otro sin que se advirtiera el cambio de valores que seguía a ese pasaje. Aun cuando la idealización romántica de la revolución cubana se extendió a ambos modelos, en realidad la guerrilla urbana es mucho más terrorismo que guerrilla, y sus miembros pagarían caro ese error.
Los guerrilleros urbanos sólo pensaban en el enemigo, e ignoraban el poder deletéreo del terrorismo para la calidad de la guerra. Efectivamente, en los conflictos armados, el terror es la mejor palanca para una escalada a los extremos de violencia. En su conocido libro De la guerra, Carl von Clausewitz muestra que, por lo general, en las guerras no se llega a los extremos de violencia, aunque conceptualmente estas implican dinámicas en que, para ganar, los dos lados son llevados hacia los extremos. Según el autor, las razones que moderan el uso de la violencia son muchas, incluida la presencia de factores morales, pero lo que sobre todo importa es que la guerra siempre se subordina a objetivos políticos. En particular, este último aspecto supone implícitamente que los agentes conservan a lo largo del proceso un grado relativamente alto de racionalidad. Aun cuando Clausewitz no hiciera referencia a la cuestión del terror (él estudiaba la guerra convencional de su tiempo), para nosotros es fácil ver que cuando el terror se introduce en el medio de la guerra la racionalidad de los actores tiende a eclipsarse y la importancia de los factores morales y políticos a disminuir, ya que aumenta el deseo inmediato de venganza. Y ese deseo se vuelve paradójicamente cada vez más insaciable cuanto más se avanza por el camino del terror. Es que el terror genera sentimientos profundamente negativos, como el miedo y el resentimiento, que alimentan el círculo vicioso de la venganza de las fuerzas combatientes afectadas. Así, el terrorismo lleva la guerra a los extremos del exterminio cruel del enemigo, lo que deja cada vez más lejos los factores políticos y morales que estaban presentes en el comienzo. Sólo la rendición incondicional de uno de los lados, y no siempre, puede evitar este exterminio. En algunos casos, como en los Estados totalitarios, incluso después de la eliminación del supuesto enemigo el terror sigue retroalimentándose a lo largo de los años.
En su conocido manual La guerra de guerrillas, publicado en el calor de los combates en Cuba, el Che Guevara receta la guerrilla rural para toda América Latina y rechaza explícitamente el terrorismo por considerarlo una acción que dificulta el trabajo político con las masas. Su opinión reflejaba un consenso del viejo marxismo, que identificaba tradicionalmente el terrorismo con la derecha y repudiaba la atracción que este ejercía sobre los anarquistas. Tras el fracaso de los intentos de guerrilla rural en los años 60, en América Latina el curso de la dinámica revolucionaria cambia del campo a las ciudades. En este nuevo contexto, Carlos Marighella (inspirador de la guerrilla urbana en el Brasil y en todo el continente) publica, en 1969, el Manual del guerrillero urbano, un libro de referencia para los distintos grupos del continente, incluso los argentinos. El líder brasileño caracteriza las ejecuciones, los secuestros y el terrorismo en general como modelos de acción legítimos de la guerrilla urbana, y concluye con énfasis en que "el terrorismo es un arma que el revolucionario no puede abandonar". Mientras el terror en las zonas rurales era visto como contraproducente, en las ciudades era elogiado. Y así, hacia fines de los años 60, el terrorismo dejó de ser patrimonio de la derecha. El Che Guevara murió en 1967, una lástima. Porque aunque estimuló de manera insensata a la guerrilla en América Latina y en el mundo, quizás hubiera sido capaz de impedir el giro terrorista en nuestro continente: era el único que tenía la autoridad moral para hacerlo.
Como lo demuestra su propia historia, el terrorismo no está sujeto a una ideología. La acción violenta destinada a matar y a producir terror con fines políticos es una práctica que abarca al espectro de la izquierda y al de la derecha por igual, a pesar de que su nombre no siempre sea reivindicado de forma explícita, tal como sí lo hizo el líder brasileño. Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, el terrorismo estuvo asociado principalmente a la práctica de la izquierda anarquista y del nacionalismo separatista. Ahora bien, entre las dos guerras mundiales, los principales responsables por actos terroristas pertenecieron a grupos de la extrema derecha fascista. En el contexto de la Guerra Fría el terrorismo surgió asociado a movimientos de extrema izquierda revolucionaria o de tipo nacionalista y/o separatista, tanto en países desarrollados de Europa como en países subdesarrollados de América Latina, África y Asia. Por último, a fines del siglo XX y principios del XXI, surgió el terrorismo basado en la religión, como el de la organización islámica Al-Qaeda, responsable del ataque a las torres del World Trade Center. Y a este atentado le siguió la Guerra contra el Terror del gobierno de Bush, que utilizó el concepto como una etiqueta para identificar a la mayoría de los enemigos de los Estados Unidos, lo que complicó aun más la comprensión del fenómeno.
El autor
Héctor Ricardo Leis (Avellaneda, Argentina, 1943)
Estudió matemáticas, psicología, filosofía y sociología en la Universidad de Buenos Aires. Es licenciado en ciencias sociales por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, en la que recibió también el doctorado en filosofía, y master en ciencia política por la Universidad de Notre Dame. Fue profesor de ciencia política y del Ciclo Básico Común en la Universidad de Buenos Aires, de filosofía en la Universidad Nacional de Rosario, de relaciones internacionales en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y, por último, de ciencia política y de investigación interdisciplinar en las ciencias humanas en la Universidad Federal de Santa Catarina.
Héctor Leis tuvo una activa participación política en la Argentina, en el Partido Comunista primero, luego en el peronismo y, finalmente, en una de las organizaciones revolucionarias que optaron por la lucha armada, lo que lo condujo al exilio y a ser refugiado político de las Naciones Unidas.
Fue miembro del Club de Cultura Socialista Pancho Aricó y del Foro de ONG ambientalistas de la ECO-92. Actualmente es integrante del Club Político Argentino. En 1989 se radicó definitivamente en el Brasil, donde obtuvo la ciudadanía en 1992.